La humedad inundaba por completo aquél sótano. Los escasos rayos de sol que entraban por una diminuta ventana se reflejaban en las paredes, mostrando una capa correosa y verdácea formada por más de tres décadas de reposo.

Edward Braun se encontraba allí, agazapado detrás de unas cajas situadas en el extremo opuesto al de la puerta. Con la vista fija en el pomo apenas respiraba para no hacer ruido, mientras intentaba agudizar el oído lo máximo posible.

Sentía miedo, mucho miedo. A ese ritmo el corazón no le tardaría en salirse del pecho.

Rompiendo el sepulcral silencio respiró hondo para tranquilizarse. Habían pasado casi diez minutos desde que entró corriendo, levantando una nube de polvo a su paso y mirando frenéticamente en todas direcciones. Inmediatamente después atrancó la puerta con un montón de mesas y sillas.

Las minúsculas motas aún permanecían danzando suspendidas en los rayos de luz que se colaban del exterior. El fulgor ígneo del ocaso comenzaba a bañarlas, transformándolas por un instante en relucientes esquirlas de fuego.

Aquel espectáculo destensó un poco a Edward y le hizo pensar en porqué estaba allí. Con un acto reflejo introdujo la mano en la chaqueta y extrajo un sobre doblado. Al sostenerlo le produjo un gran alivio.-Te buscan a ti.-Murmuró, mientras rememoraba cómo había estado huyendo todo el día para salvar su vida y, lo que era más importante, salvar el contenido del sobre.

Notando la fatiga Edward se apoyó en la pared, descubriendo al lado un pequeño agujero a la altura del suelo y justo en la entrada una trampa para ratas. Tenía un trozo de queso encima, esperando a que su presa estuviera hambrienta. En uno de los bordes podía leerse que pertenecía al departamento de control de plagas de la ciudad.

Edward se quedó mirándola, sintiéndose igual que aquella alimaña, escondida pero sin escapatoria alguna.

Un golpe contundente y muy sonoro lo sacó del trance haciéndole empujar la espalda contra la pared y acallando su respiración definitivamente. Otro golpe hizo vibrar la ventana. Al tercero la puerta cedió y una persona trajeada tan grande como un armario entró apartando de un empujón toda la pila de trastos polvorientos. Detrás del gigante surgió otro hombre trajeado, con una altura también considerable pero mucho más delgado.

-Profesor Braun- Dijo éste ultimo con un marcado acento inglés.-Vamos, salga. ¿No cree que ya me ha echo perder tiempo suficiente?

Mirando en derredor dio un paso sigiloso, como un gato que tantea el terreno, fijándose en cada mueble, en cada caja.

-Oh por cierto- continuó con cierto aire jocoso.- Apagar el móvil no es suficiente, hay que quitar la batería si no quiere que le rastreen…Claro que, de haber sabido que el sentimentalismo le llevaría a su antiguo laboratorio de la universidad nos habría ahorrado esfuerzo. Pero en fin, ¿Que se le va ha hacer no, Profesor?

Edward escuchó todo aquello sin moverse un ápice, recordando como tras una visita cordial el día anterior y después de rechazar su oferta, aquellos hombres irrumpieron en su casa a altas horas de la noche y la pusieron patas arriba. Aunque como se darían cuenta más tarde no encontraron lo que andaban buscando. Edward era muy cauto con esas cosas, los únicos archivos de su proyecto estaban dentro del sobre que había podido sacar con él cuando escapó por el garaje.-Una muy mala idea.-pensó, acordándose de un amigo que siempre bromeaba con las conspiraciones y le aconsejaba una y otra vez que en caso de hacer un hallazgo importante lo subiera todo a Internet, sin pensar, que no escondiera nada, ni reclamara derecho alguno, que era la única manera de seguir respirando.

Pero otra cuestión lo tenía intrigado, y es que, ¿Cómo demonios conocían el invento? Diez años guardándolo en secreto y de repente pican a la puerta dos representantes de una compañía hablando de él, ofreciendo un suculento contrato de confidencialidad y persiguiéndote por toda la ciudad intentando matarte cuándo lo rechazas amablemente. ¿Desde cuando hace eso una empresa tecnológica? Claro que, visto lo visto, dudaba de que fueran representantes, al menos no de una empresa.

Sin poder hacer más, Edward salió de su escondite lentamente.

-Oh, veo que ha decidido unirse a la fiesta, profesor.-Dijo el hombre inglés haciendo un gesto de beneplácito y dedicándole una sonrisa que se acentuó cuando vio el sobre.

-No lo haga.- Suplicó.-Aquí está el trabajo de mi vida, ¿Sabe acaso qué puede hacer este invento?

El hombre comenzó a reír. -¿Cambiar el mundo? ¿Salvar la raza humana? Déjeme pensar que más…-saboreó la pausa, divirtiéndose con la situación.-¿Sabe cuanta gente como usted he conocido? Inventores que han creado maravillas que la gente no creería, siempre en pro de un futuro mejor. Futuro mejor… ¿Qué significado tiene eso?

Con un rápido movimiento sacó una pistola de su espalda. Sorprendido, Edward retrocedió hasta tocar la pared.

-Oh, no se lo tome como algo personal, señor Braun. Ustedes los genios no tienen idea de lo complejo que es mantener en equilibrio todo el sistema. Piénselo un momento. Millones de piezas funcionando igual que los engranajes de un gran reloj, un gigantesco Big Ben. ¿Qué ocurre si trastoca alguna de sus piezas, si las enseña a moverse de manera distinta? Sencillamente que deja de funcionar todo el conjunto. Ni más ni menos. Y eso, señor Braun, es algo que no puedo permitir.

El hombre miró complacido a Edward, sonriendo, con la expresión de alguien que ha cumplido con su trabajo y sabe que lo ha echo bien. Así, admirando la labor, levantó el brazo y apuntó con el arma al pecho del Profesor, quien lejos ya de amedrentarse lanzó una mirada fulminante.

-Ese es vuestro problema, vuestro gran problema.-Gritó Edward con una rabia surgida de improviso que ardía intensamente.-Creer que las personas solo son engranajes, números que bailan al compás de vuestros planes. Esa será la perdición de la gente que ha vendido su alma confiando en poder encadenar la libertad, esclavizarla y pervertirla a su antojo.-Respiró todo el aire que pudo, calmándose, con la mente totalmente lúcida.-Un día estallará una revolución que no podréis parar ni esconder… ni huir de su juicio.

-Un gran discurso.-Replicó el hombre tras una pausa. Aunque aún tenía dibujada una sonrisa, era sutilmente más rígida.-Es una autentica pena que ese día no sea hoy, míster Braun.

Un estruendo retumbó por todo el sótano y el viejo profesor se desplomó, chocando su espalda ensangrentada contra el suelo. El hombre se acercó a él y agachándose le quitó el sobre de sus manos inertes. Mientras se marchaba por la puerta lanzó airoso una carcajada.

-De verdad que no entiendo a esta gente.-Le dijo a su compañero.-Son capaces hasta de morir inútilmente por sus ideales absurdos.

-Vivimos en un mundo de locos, jefe. -Dijo el gigante con voz grave y lenta.

El hombre rió de nuevo.-Cuanta razón,amigo. Llama al equipo de limpieza, por favor. ¿Y, tienes hambre?

Allí tumbado encima de un charco de sangre, mientras la vela de su existencia se consumía del todo, el Profesor Edward Braun pensó en su familia, en sus amigos. Rememoró los logros de toda una vida, sus vivencias, como las noches pasadas en ese sótano húmedo, inventando, aprendiendo, soñando con un futuro mejor, un mundo sin necesidad, sin guerra, donde palabras como subyugar carecieran de sentido o lógica. Aunque siempre había sido eso, un sueño, el delirio de un loco. Sin embargo su invento podía hacer realidad todo aquello y mucho más…

Un hallazgo descubierto casi por accidente gracias a una cadena de fortuna y suerte, como realmente se logran los grandes avances que revolucionan el mundo, como si un ente omnisciente eligiera a una persona y le susurrara un secreto, tentándola luego a alcanzarlo predisponiendo el cosmos entero a su favor.

-Solo…un golpe de suerte…más- Fue lo último que pensó, con la mirada inmóvil clavada en la trampa para ratas, donde justo antes de salir al encuentro con su asesino había colocado una memoria USB con todo su trabajo.

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