Un día de suerte.

Un día de suerte.

Mauricio Loera

11/07/2017

Era un día normal, tomó el camión a la misma hora para iniciar el viaje que cada mañana lo llevaba al mismo lugar. Lo acompañaron las personas que religiosamente, como cada día, se daban cita para tomar ese autobús al amanecer.

Estaba don Aurelio, tenía más de medio siglo recorrido y le gustaba transportar sus pertenencias en una mochila de estudiante. Era bajo, demasiado pequeño aun para el estándar de las personas que son chaparras, y demasiado alto para catalogarlo con enanismo. Él estaba en medio, entre enano y un chaparro promedio. Usaba anteojos de pasta, de esos que tienen un pequeño cuadro que desentona con el resto del cristal. Le parecía una persona agradable y cálida, a pesar de ser tan pequeño; nunca había sabido por qué tenía el pensamiento o se imaginaba que la gente bajita era mal humorada o malvada. Cualquier persona que era pequeña o baja le daba miedo, tal vez creía que, si teníamos todos un poco de maldad en el interior, en las personas como aquel viejo se distribuía en muy poco espacio y esto ocasionaba que fuera fácil, dejarla aflorar o salir fuera de sus cuerpos. Sin embargo a él le agradaba el viejo.

También estaba Linda, tan hermosa como el nombre que poseía, era una chica guapísima, iba un grado más adelante en el colegio que él. Tenía ojos grandes y oscuros como el fondo del mar, cabello enmarañado color azabache, morena clara y labios que siempre lleva pintados color violeta. Era esbelta aunque de caderas amplias, de nalgas redondas que en conjunto le daban forma de corazón a su trasero; Le encantaba aquella mujer y ella lo sabía, siempre le sonreía, aunque nunca le dirigía la palabra para nada, pero con los atributos antes mencionados que le sonriera era para el cómo magia, un éxtasis.

Faltarían algunos minutos para que el sol calentara con sus rayos de oro. Él se sentía bien, empezando porque hoy, en particular, Linda le parecía más hermosa que todos los días anteriores. Sintió como el antojo y el deseo se centraba debajo de su vientre, la sensación fue interrumpida por el sonido de un motor. Un momento después el autobús que los llevaría a sus destinos apareció a la vista, era un autobús viejo y grande, pertenecía a la línea de autobuses arco amarillo, ¡llegando a todos los destinos conocidos! Este era el eslogan oficial de la compañía, se podía ver escrito a ambos lados del choncho camión. La primera en subir en aquel armatoste fue la hermosa Linda contoneando aquellas esplendidas caderas. El Subiría en tercer lugar, después de don Aurelio que le había cedido el paso a Linda, y estaría de suerte porque el camión venia lleno; eran dos hileras y cada hilera tenía un par de asientos, veinte parejas en total, diez parejas por cada hilera y solo quedaba una pareja vacía donde linda se sentaría. Mientras seguía a ocupar su lugar, vio que el viejo se sentó al lado de una mujer con apariencia extraña, a ella no la alcanzó a distinguir bien porque en ese momento ella volteaba hacia la venta, tenía la cabeza cubierta por un velo color negro y su cara parecía hundirse en el profundo de aquel pedazo de tela, sólo pudo ver del rostro, algo que lo inquietó, una mueca en la cara era una sonrisa retorcida, era una risa de burla y de conocimiento, parecía dar entender, que sabía algo o conocía alguna verdad de la vida, que le causaba una satisfacción inminente. Los pasó de largo olvidando a la inquietante mujer un segundo después.

Se sentó con aquella bella criatura. El autobús empezó la marcha hacia un destino, que sin darse cuenta ya lo había alcanzado. Estaba sentado, nervioso, miraba de reojo a aquel ángel. Ella volteo a verlo y lo interrogó ¿hoy tampoco me hablaras?, o ¿esperaras una vida hasta que yo te dirija la palabra? sonrió para sí misma. Creo que yo soy la que te termine hablando, él no supo que contestar, fue tan inesperado que ella tomara la iniciativa y le dirigiera la palabra, lo había dejado congelado. Ella sonrió de nuevo como leyéndole el pensamiento, Me llamo Linda, le dijo, pero eso ya lo sabes, siempre coincidimos a la misma hora. Piensas que no me doy cuenta de cómo me observas, que esperas a que suba al camión para ver mi trasero, que cuando bajo de él, también esperas a que lo haga primero para volver a verme. No estoy siendo presuntuosa porque he visto y sentido como me ves. Hoy tal vez se haga tu sueño realidad, tú también me gustas.

Ella tomó su cara de niño entre sus manos y le dedicó un beso dulce con toque lascivo y voluptuoso. Casi se desvaneció al sentir los labios susurrantes de aquel demonio disfrazado de ángel, sintió que el autobús se hacía más pequeño casi asfixiándolo mientras se llenaba de una felicidad que nunca había sentido. De repente se escuchó una risa estruendosa de placer y satisfacción, provenía de la mujer de velo negro que minutos antes lo había inquietado. El sonido lo dejo sordo y ciego porque era el sonido de la muerte, el autobús había chocado.

Estaba en un limbo, y escucho una voz desgastada que se le hacía familiar, abrió los ojos, era don Aurelio lo miraba fijamente. Hoy has tenido suerte muchacho, eres afortunado, pero te diré esto; el hombre fácilmente se acostumbra a la felicidad y a la suerte, sin saber que la suerte y la felicidad no pueden durar para siempre.

Solo había sido un sueño le dio las gracias a don Aurelio y se apresuró por que llegaría tarde.

Don Aurelio lo vio alejarse, mientras una figura se acercaba a él. ¿Por qué no dejaste que me lo llevara? Le pregunto el extraño ser, a lo que él le contesto, no ha besado a la mujer que le gusta, hoy ha tenido suerte, todavía no ha sido su último viaje.

La muerte sonrió.

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS