Querido hermano:
No sé porqué he venido a recorrer los lugares por los que transitó nuestra juventud, pero me resulta llamativo lo poco que cambian los sitios en relación a nosotros. Las paredes parecen conservar las mismas marcas. Los árboles, detenidos, como si se negaran a crecer y abandonar la imagen que guardo en mi recuerdo. Hasta los surcos que hace el agua de lluvia en la tierra de los jardines, mutables por naturaleza, parecen ocupar los mismos lugares. Somos las personas las que parecemos distintas. Recuerdo aquel verso de Neruda que tanto te gustaba: “Nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos”.
Escribo desde el bar donde tomábamos una caña después de clase. El mismo rincón desde el que Enrique, el Dr. Moriles, veía transcurrir el tiempo de las clases de Medicina a las que no iba.
Un rayo helado atraviesa mi estómago y me hace tomar conciencia de la razón por la que, probablemente, estoy aquí. Cada vez es más frecuente y repentino el dolor que me corta la respiración.
El camarero parece percatarse del rictus de mi cara y se dirige hacia mí pero logro componer una sonrisa que le tranquiliza.
Siempre tuyo
Roberto (El Rolling)
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