La solidaridad de las parras

La solidaridad de las parras

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Querida amiga:

Desde San Juan -Argentina- te escribo debajo de una elegante parra ansiosa que anhela convertirse en vino antes de tiempo.

Le han dicho castellana, ácere, palomina, moscatel y labrusca. Mi abuelo la llamaba majuelo o doradilla.  Para mí será siempre la planta de la uva.

De las parras admiro, como tú, su solidaridad.

Cuando perciben las tormentosas garras invernales, pierden las hojas.  Así, el sol derrama la calidez perfecta que nuestros hombros piden.  Más tarde, en las últimas páginas de la primavera, sus brotes nos protegen de la asfixia.

No me sorprendería que estuvieras girando la postal para mirar de nuevo sus racimos en flor y sus sarmientos, haciendo frente al viento de este vehemente otoño caprichoso.

A la VID le falta una única letra -que le robó el Amor en un descuido- para volverse, ella misma, toda VIDA.

La parra tiene una sabiduría milenaria que une el cielo al alma de la tierra. Sabe controlar su incertidumbre mientras aguarda el desembarco del pan en CADA mesa.

Entonces sí, trepándose a las copas, generosa, brinda con TODOS, sin importarle cuánto de intemperie le haya costado el vino en esa espera…

Consuelo Utopía

Equidad, 2020

0000  Mundo Nuevo

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