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Cuatro. Quizá cinco. He perdido ya la cuenta de los días que llevo aquí tirada, calentándome al sol de invierno, las alas extendidas, como crucificada.

De vez en cuando intento abrir los ojos; sólo un poco; sólo cuando escucho a los mitos entre las copas de los árboles. Intento encontrarlos mientras bailan sorteando las yemas que ya empiezan a preñarse de promesas de flores.

El río… ya sabes, tiene prisa por llegar al llano -no le culpo- y en su huida, alfombra la playa de cantos suaves, perfumados de tarquín y algas. Canta mientras escapa del frío y se derrama en cada recodo, terco.

Creo que fue ayer cuando algo, tal vez un animal sediento, resquebrajó el silencio del mediodía despertándome de una larga siesta improvisada. Hoy me he dado un baño de los que nos gustan, resbalando a cada paso, a cada brazada… ¿Recuerdas la última tarde en las pozas? Mañana volveré a casa, espero tener carta tuya esperando en el buzón.

La próxima vez venimos juntas; se que te encantará el sitio. 

Un beso

Esther

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