<?xml:namespace prefix = o ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:office» />
PREFACIO DEL AUTOR
Hoy hace seis meses que terminé mi novela y ya la han rechazado en cuatro ocasiones. ¿O han sido más? He perdido la cuenta. La historia que narra es… ¿Cómo dijo aquel hombre? “Indecente, obscena y provocadora”. Y su moral inglesa no le permite publicarla. “Dicho engendro debería ser quemado”. Indignado, tras oír este último comentario, abandone su despacho. ¡Hipócrita moral inglesa! Soy tan inglés como él, y mi moral no le encontraba defecto alguno. Los maldigo cuando sugieren que cambie nombres, lugares, hechos, en definitiva, que la rescriba. La saben real y no quieren verse envueltos en escándalos. ¡Hipócritas!. La historia ha sucedido tal y como la he reflejado. Su protagonista y en ocasiones, narradora, me relataba su vida con un atrevimiento y valentía poco común; llamando a las cosas por su nombre sin importarle el que pudieran decir. Su escandalosa vida y su espontaneidad a la hora de contármela alimentan la historia. Su historia. ¡Allá ellos con su falsa moral!
A pesar de todo lo que acabo de escribir, revise su historia página por página. Gracias a ello, modifiqué graves errores que me habían pasado inadvertidos y añadí otros hechos que, por aquel entonces, desconocía. Cuando hube terminado, lo esencial seguía ahí, como al principio. Ella es la única protagonista de esta historia. Si accedí, fue siguiendo el consejo de Leonard, un jovencito que se prostituía en el barrio francés de Londres y que desde hace unos meses, se dedica solo a mí. “Milady no es escritora. Cariño, con tu talento, podías, sin cambiar ni un ápice su historia, agilizarla o suavizarla”. ¿Qué podía saber él si lo suyo era trabajar el placer de los demás? ¡Y se le da tan bien! En fin, no quiero desviarme del tema, lo importante, es que la ha leído. A Leonard, le maravillaba la rebeldía de mi amiga, la libertad con la que vivía y se expresaba en esta remilgada época; donde cualquier mujer estaba condenaba, de por vida, a ser un simple florero que adornar la vida de un hombre. Me dice que la historia tiene pasión, fuerza y sobre todo, un realismo poco corriente en nuestra sociedad. Leonard, coquetea conmigo hasta el delirio, y a veces, se parecen mucho. Saltando de la cama tras yacer a mi lado, me pregunta si pienso reflejar su sugerencia sobre el papel. ¿Te importaría?, le pregunto. “En absoluto, me gustará que lo hagas”.
Lo más difícil fue encontrar un título apropiado, sugerente para su historia. Intimidades de una dama, Perverso Eros, El juguete del diablo. En fin, he barajado infinidad de ellos y no me decidía por ninguno hasta que recordé una frase del propio marqués. Me hubiera gustado llamarla, simplemente, como su protagonista: lady Lara de Landfor; pero con este título ningún editor se hubieran molestado en leer ni la primera página. Así que busque un titulo que la describiera, para aquellos que la conocen o la han conocido, ya que esta novela es ante todo y sobre todo, su vida, su historia. Una historia real, pese a quien pese.
NATHANIEL SPENCER-TAYLOR.
Londres, Inglaterra
Marzo, 1822
Estaba realmente cansado. Llevaba sin dormir siete noches con sus respectivos días. Había intentado de todo, desde contar ovejitas, como le recomendaba su abuela de pequeño, hasta beber sin parar para perder el sentido. Esto último, por supuesto, no se lo había enseñado su abuela. Pero nada había dado su fruto. Y él, seguía pensando en lo mismo, una y otra vez. ¿Qué iba a decirle cuando la tuviera delante? ¿Cómo conseguir su propósito sin que se sintiera ofendida? ¿Conseguiría la entrevista? O además, ¿conseguiría esa noche con la que había estado soñando tanto tiempo? Esto último tenía más visos de ser un sueño que una realidad. No concedía entrevistas. Los cotilleos londinenses se nutrían ellos solos sin que ella tuviera que decir ni una palabra. ¿Porqué hablar con él? Quizá, ¿por qué un día le prometió su ayuda?
¿No te parece suficiente ayuda pagar tus deudas de juego una y otra vez, sin quejarse?, se decía a sí mismo. No, no le parecía suficiente. A un tipo como él nada le parecía suficiente. Hacía varios años que le había ofrecido su ayuda y él sabía, intuía, que esta aún no había llegado. Ella le quería, no lo dudaba. Le quería, a su modo, de lejos. Siempre había estado ahí, pendiente de él, de sus necesidades y caprichos. Siempre ahí. Siempre en la sombra.
Ahora que había llegado el momento, ¿recordaría ella su promesa o la había olvidado tan pronto como termino de hacerla? Un impulso interior le obligaba a creer que no era así. Ella, por el momento, nunca le había fallado.
Tenía que conseguir la entrevista, por corta y tonta que fuese, su trabajo dependía de ello. Michael Preston, el presuntuoso nuevo dueño del periódico, se la había exigido al saber de su extraña relación con la “escandalosa” dama. “Si no la consigue, olvídese de su puesto en el periódico. ¿Qué le hace creer que conmigo hablará, otros periodistas de nombre lo han intentado y nada? Use su influencia. La promesa que le hizo. Su hermano me habló de ella. Haga que la cumpla. Pídale que hable con usted”. ¡Dios, como maldecía que hubiera estado presente cuando la conoció! ¡Menudo bocazas! “Además, si eso no le sale bien, ofrézcase. Recuerde que a la dama le gustan jóvenes y tú, aparte de serlo, eres realmente guapo”. ¿Usarse como incentivo? Bastante tendría con tratar de no ponerse nervioso e intentar que ella no se diera cuenta de sus sentimientos nada más verlo. Y sí, tal vez, tendría que recordarle su promesa. Le gustaba demasiado su trabajo como para no intentarlo.
Llevaba años tratando de hablar con ella. Aun no había tenido la oportunidad de agradecerle todos sus favores; siempre se había negado a recibirle. Y ahora, Michael Preston haciendo caso de los cotilleos de la alta sociedad, le obligaba a volver a Londres. La gente se moría de curiosidad por saber de sus muchos caprichos tras la sospechosa muerte de su esposo. ¿Por qué Milady había cambiado de opinión y ahora deseaba verle? Estaba claro que de algún modo se había enterado de lo que Michael pretendía y se había anticipado a sus actos.
Desde que la conoció habían pasado muchas cosas, había entrado a trabajar en el periódico donde había escrito seis columnas y había escrito dos novelas cortas. Por ellas había sido reconocido por la crítica como un escritor notable, que arruinaría su prometedora carrera entre la bebida, el juego y las mujeres. Nathaniel no creía mucho en la crítica, se creía mediocre en las letras y el público parecía darle la razón, ya que sus novelas solo le habían dado para malvivir. Pero él quería algo más. Quería el reconocimiento de ambos, de la crítica y el público. Quería la gloria, la fama y la fortuna que le pertenecían y que un día le fue vaticinada. Estaba harto de no tener nada, de no ser nadie. Era muy joven y aunque tenía todo el tiempo del mundo por delante, tenía prisa. Además, sus apuros económicos debidos al póquer, juego que no era, precisamente su fuerte, comenzaban a colocarle en situaciones bastante peligrosas. No podía acudir a su familia, hacía mucho tiempo que no querían oír hablar de él. Se había convertido en un error, en la oveja negra y según la última conversación con su padre, había sido desheredado. Lady Lara le entendería. Ella siempre parecía entenderlo todo tan bien. Estaba nervioso, no sabía muy bien porque, pero lo estaba. Desde la primera vez que la vio, siempre se ponía nervioso tan solo con oír hablar de ella.
Su padre viajaba mucho y nunca estaba el tiempo suficiente en ningún lugar como para hacer amigos, así que nunca lo acompañaba. Pero aquella vez, su hermano y él fueron obligados a acompañarlo a Sevilla. El viaje iba a ser largo. La cuarta noche, tras su llegada a la ciudad y cuando empezaba a pensar que el aburrimiento acabaría con su vida, fueron invitados a la opera como acompañantes de un amigo de su padre. Unos minutos llevaba empezada la obra cuando las cortinas del palco situado frente al suyo se descorrió. El mismo que minutos antes había estado señalando el amigo de su padre con insistencia, mientras murmuraba acerca de las personas que solían ocuparlo. Al momento, entro una dama cubierta con una capa de terciopelo negro que con un elegante gesto denegó la ayuda del mozo cuando este hizo intento de quitársela. Acto seguido, como en trance, se sentó apoyando su espalda en la pared, algo muy poco apropiado para una dama, sin apartar la mirada del escenario. Nathaniel la observaba. Decían que era londinense y por eso, trataba de ver en la oscuridad alguna facción de su rostro que le resultara conocida. La capucha hacía que permaneciera oculta a sus ojos. Su padre y su amigo seguían hablando, estaba claro que para ellos no era ninguna desconocida. Quiso preguntar pero ya conocía de antemano la contestación de su padre, aquello era asuntos de mayores. Además, esta su hermano que se burlaría de él por mostrar interés. Así que, ¡mejor no preguntar! La desconocida emocionada ante la pasión de Otelo por su amada, se limpiaba las lágrimas que delicadamente rodaban por su rostro. Minutos antes de terminar la obra volvió a entrar el mozo y tras susurrarle algo al oído abandono el palco. Camino del hotel tuvo la oportunidad de conocer el nombre de la dama y muchas otras cosas que le hubiera gustado ignorar. En su interior comenzaba a nacer una ansiedad, para él hasta ahora desconocida, por tan apasionada mujer.
Se hizo un asiduo a la opera, ya fuera solo o acompañado, con la esperanza de volverla a ver pero, hasta el momento, su palco siempre había permanecido vacío, lo más seguro era que hubiera regresado a Londres. En breve, ellos regresarían a Southampton y la olvidaría por completo. La noche antes de iniciar el regreso, acudió, de mala gana, a la opera con la misma compañía que la primera vez. Su mal humor se disipo y su rostro se transformo en una amplia sonrisa cuando comprobó que ella, ya ocupaba su lugar. Esta vez, acompañándola, había una hermosa mujer, un maduro pero atractivo caballero que parecía ser el esposo de esta, y un joven, de apenas quince o dieciséis años, que no perdía detalle de sus movimientos. La obra avanzaba sin prestarle apenas atención, solo, la observaba y ya comenzaba a aburrirle soberanamente. Había deseado verla tanto y había oído hablar tanto de ella que deseo que terminara la obra para propiciar de algún modo, aún no sabía cómo, el conocerla. Haría lo que fuera preciso, aunque fuera el ridículo, para que no tuvieran más remedio que presentársela.
Cuando llego el descanso de la obra, la gente aprovechó para ir al salón a estirar las piernas y tomar un refresco. Excusa perfecta que los hombres aprovechaban para entablar relaciones comerciales y las damas para criticarse entre ellas los vestidos que lucían. Allí estaba ella completamente despreocupada de las miradas de reproche que la rodeaban. Era realmente bonita, no de una belleza abrumadora pero sí especial. Joven, más de lo que había imaginado en un principio, calculó un par de años más que él. Aquel vestido de seda azul, dejaba sus bellos hombros al descubierto permitiendo al resto de los mortales contemplar la blancura de su piel. Sus movimientos, sus gestos, todo en ella era armonioso, elegante, hermoso. Hasta la forma de acariciar con su mano, sin guante, la rosa que su acompañante le había entregado era un puro acto de seducción. Hablaba animadamente con un grupo de personas mientras esperaba que el joven regresara a su lado. Su español dejaba mucho que desear, aunque se esforzaba por hablarlo lo mejor posible arrastrando su acento, que en nada recordaba al inglés.
Para ser cuatro años mayor que él, era tan distinta de todas las demás mujeres que había conocido. Nathaniel, que tenía trece años, era moreno, alto, de complexión fuerte y muy guapo. Era muy admirado tanto por su encantadora presencia, como por su madura inteligencia, ambas cosas que le había proporcionado más de un problema a tan corta edad. Por un momento, se dejo llevar pensando en el resto de su piel, ¿sería tan blanca y hermosa como la que ahora mismo contemplaba? Un codazo de Jack, su hermano, hizo falta para que dejara de contemplarla tan descaradamente. La dama que se había percatado de la situación le regalo una complaciente sonrisa mientras, despacio, se acercaba. Saludaba a sus conocidos con una leve inclinación de cabeza, ignorando los rumores que la rodeaban. Ya a su lado, murmuro:
—No le golpees así, se merece un trato mejor. Algún día será un escritor importante. —dijo en inglés. Sin apartar su mirada de él, añadió— ¿Verdad?
Nathaniel estaba desconcertado nunca había conocido una mujer como ella, y descubrió que le gustaba su físico, su voz, todo su ser. A diferencia de las demás mujeres, lady Lara si había despertado todos sus sentidos. Tenía algo, estilo, tal vez. Sabía crear interés en un hombre y con él lo había conseguido; además, parecía que se había interesado en él.
—¿Cómo su Byron? —preguntó el joven, también en inglés. Jack le propinó otro codazo.
Aquello le salió del alma. No había pensado en ningún momento mostrarse desagradable. Ella con sus palabras había demostrado su interés por él y él le respondía siendo grosero. Temió que se enfadase.
—Me gustas. —contestó, acariciándole la mejilla con el dorso de su mano desnuda. Gustoso acepto su caricia. Su temor desapareció— Eres tan…
—Impertinente. —interrumpió Jack, dando un paso hacía delante.
—No, nada de eso. —contestó. Sin dejar de mirar a aquel jovencito tan sugerente. Tomando su mano entre las suyas la alzo a la altura de su pecho— Sé que te gustaría escribir en el “The News”.
—¿Quién se lo ha dicho?
—¡Eso no importa! Algún día escribirás interesantes y apasionadas historias que todos leerán entusiasmados. Y muchos te envidiaran. —el joven estaba emocionado. Nadie sin conocerle había creído tanto en él, como ella— Y recuerda, siempre podrás contar conmigo.
Jamás antes había oído una voz tan seductora y envolvente.
Hasta ellos llegó el joven caballero para entregarle una copa de jerez.
—Te ofrecería mi joven Nathaniel —nadie le llamaba así desde hacía años—, pero eres aún muy joven. —se alejo y volviendo sobre sus propios pasos, añadió—. No olvides mis palabras. Yo no lo haré. Una vida, posiblemente, mi vida, te ayudará…
A partir de aquel día tuvo que aguantar muchas bromas por sus palabras. “No es una mujer decente. —decía su padre.— No debería haber hablado con tanta familiaridad. No es correcto. Sois dos extraños.” Eso no le importaba, ella había creído en él y eso era suficiente.
Lady Lara desde entonces había estado vigilando sus pasos. Le ayudó a entrar en el periódico, cuando a los dieciséis años decidió que ya era hora de buscar una oportunidad. Le busco editor para su primera obra y había estado pagando casi todas sus deudas de juego. Siempre había estado ahí, aunque nunca hubieran vuelto a intercambiar una sola palabra.
LONDRES. DICIEMBRE 1820
LOS PRIMEROS RECUERDOS
—Milady.
—¿Sí? —una esbelta figura apoyada en el marco de la ventana se giro. Su voz era apagada; un débil hilo que se quebraba por el dolor de la soledad.
—Su protegido ha venido.
—¿Quién? —dijo pensativa, casi lo había olvidado.— Hazle pasar. —volvió a mirar distraídamente por la ventana.
Desde las puertas del salón, el joven Nathaniel contempló la acogedora estancia tan bellamente decorada que rodeaba la figura que tanto amaba. Lara percatándose de la situación dejó que disfrutará durante unos segundos, mientras le contemplaba a través del reflejo en el cristal. Poseía un rostro agraciado, muy apuesto. Su belleza física había aumentado con el paso de los años, era evidente y se eso le alegraba. De lo que no se alegraba tanto era de las peleas en las que se había visto metido con más de un marido y de las que, por suerte, y a duras penas, había salido vencedor. Sonrió interiormente al recordar la cara de asombro del director del banco, al saber la cantidad tan elevada que había ingresado en la cuenta de Nathaniel. Normalmente solía hacerlo Lucy pero aquella vez había decidido ocuparse, en persona, de zanjar todos sus asuntos pendientes; le necesitaba en exclusiva. Algo que tenia muy claro es que debía hablar con él. Tenía que controlarse, era demasiado apasionado. Con tan solo diecisiete años andaba de un lió a otro y algún día, o bien, se iba a cansar de ayudarle o ni siquiera ella podría hacer algo por él. A pesar de todo, siempre le había ayudado, a pesar de que a Julia no le hacía ninguna gracia. A veces, su pasión le recordaba a él.
¿Pero qué diría Paris si se enteraba de lo que quería hacer? Si contaba su vida, de algún modo, ¿no estaba contando la suya también? Paris era su vida. ¿Qué le podía importar ahora, que estaban tan lejos el uno del otro? ¿Y a su querido Byron le molestaría reconocerse? No, sabía que no. Byron era distinto a todos los hombres que había conocido. Siempre había considerado que todos eran básicamente iguales, aunque siempre hubiese alguna que otra excepción, claro está. Y para ella, por supuesto, esta excepción la constituían Byron y Paris. Ambos eran vida, locura y pasión. Quizá aquel modo de pensar se debiese al amor que desde hacía años le profesaba a Byron. Le amaba tanto y de un modo tan extraño que rozaba la locura. ¿A él le ocurriría lo mismo? De alguna manera, ¿no estaban locos?
—Veo que no se da por vencido con facilidad. —dijo, tranquilamente, sin apartar la mirada de los jardines que rodeaban su casa.
—Yo, Milady. —no podía dejar que los nervios le vencieran.
—Siéntese en el escritorio. —le pidió.— Ha venido con el propósito de recordarme mis palabras…
—Yo… —estaba avergonzado. Milady no le había formulado una pregunta, simplemente, había explicado a lo que él venía.— Sí, lo siento.
—No se sienta mal por ello. —dijo dándose la vuelta y acercándose. Este, se levanto y le beso la mano—. Yo también lo haría. Disculpa un momento.
Salió de la habitación para regresar al instante y sentarse enfrente de él. Un detalle que al saludarla había pasado por alto, le cautivo. Era el hermoso y antiguo rosario de cuentas negras con cruz del mismo color que lucía alrededor del cuello. La cruz descansaba, desafiante, sobre sus pechos y Lara no dejaba de acariciarla en cuanto tenía la menor ocasión.
—Cuando quiera podemos empezar, nadie nos molestará. —dijo sonriendo.
—Gracias por recibirme. ¿Por qué ha cambiado de opinión?
—¿Y por qué no? Todo el mundo tiene derecho a cambiar de opinión…
—Si, si, claro pero tenía entendido que no le gustaban las entrevistas.
—¿Entrevista? ¡No! —le interrumpió Milady.— ¡No es eso a lo que ha venido! Va a novelar mi vida…
—¿Qué? –el joven la miraba extrañado. ¿Su biografía?
—¡Relájate! No te dolerá. –sonrió picara.— Hace tiempo que tenía en mente hacerlo.
—¿Por qué? Y, y, y, ¿desde cuándo quiere escribirla?. —pregunto medio tartamudeando sin dejar de salir de su asombro.
—Sigo sin acostumbrarme a que me interroguen, pese a todo —sonrió coqueta.— Así que tenga paciencia. Admiro mucho a la gente que expresa sus sentimientos a través de cualquier modalidad de arte. Y contestando a tu pregunta… hace mucho, creo que incluso antes de que Byron escribiera los dos primeros Cantos. ¡No ponga esa cara! Lo que todo Londres murmuraba es cierto. Siempre, he disfrutado y disfruto de las gentilezas de Milord, y sé de sus intenciones y movimientos. Admiro su obra y recuerdo, que cuando termine de leerlos, aún se afianzo en mí la idea de escribir… Tiempo después, se lo comente a Milord, y me rogó, con todo su corazón, que sí quería hacerlo que lo hiciese pero que tuviera cuidado con no manchar mi reputación. A parte de eso, no pensaba leer ni la primera página por mucho que yo le suplicase. Ahora, como ve le ofrezco la oportunidad de escribir sobre mí…
—¿Y su reputación, no tiene miedo?
—Mi querido joven, mi reputación esta lo suficientemente dañada que un poco más no la afectará.
—¿Byron no la cree capaz de ser una buena escritora?
—¡Mi adorado Byron no cree que nadie tenga talento, aparte de él mismo, claro está, para escribir y mucho menos una mujer! Y yo, no tengo paciencia para demostrarle lo contrario.
—La debe de querer mucho para preocuparse de que usted se equivoque.
—Si, ya lo creo que me quiere —dijo pensativa Milady—. Pero no adelantemos las cosas. ¿Qué edad tiene, Nathaniel?
El joven levantó y contesto tímidamente:
—Casi dieciocho, Milady.
—Bien. Cómo le iba diciendo, ¿quién mejor que usted para escribir mi historia? Sé que ha estado haciendo preguntas a mis amistades para su entrevista, por si no lo recibía.
“¡Vaya —pensó Nathaniel.— lo sabe!”.
—¿Cuándo decidió que yo era la persona apropiada, el elegido?
—¡Elegido! ¡Dios, cómo suena! Da la sensación de querer salvar el mundo y yo no le estoy pidiendo eso, ni mucho menos. Sólo quiero que dedique su tiempo y su talento para escribir una historia. Quizás, no sé. El mismo día que le conocí. Luego pensé que tendría que buscar a otro con tantos líos en los que se ha metido…—hizo una pausa para observar como se deslizaba la pluma sobre el papel. Este, al ver que no continuaba hablando levantó la mirada.— ¿Por qué no le he buscado para hablar con usted antes?, se preguntara.
—Pues sí. Siempre ha pagando mis deudas como hizo ayer y nunca…
—No era el momento. Tenía que madurar, escribir por su cuenta. Me gusta su estilo, es directo. —se levanto y comenzó a pasear por la habitación.— Pero, empecemos de una vez, ¿le parece? —añadió aferrándose al respaldo de un sillón.
—Cuéntemelo todo desde el principio. —le interrumpió emocionado.— Quiero saberlo todo. Todo. ¿Cuándo heredó su título? ¿Dónde les conoció? Todo. Si he de escribir su vida, quiero conocer toda la verdad.
—Incluida, por supuesto, las sospechas de… —comenzó a caminar de nuevo.
—Todo, sin omitir ningún detalle… por favor. ¿Es lo qué usted quiere, no?
—Por supuesto.
El muchacho pudo notar como, a causa del rubor, afloraban unos hermosísimos tonos rosados en su rostro. Era como si esperase desprenderse de un enorme peso al contar su historia.
—De acuerdo. —dijo acercándose a la ventana.— Permítame que resuma mi infancia… será difícil pero lo intentaré. No quisiera aburrirle nada más empezar… Nací en Winchester un 22 de enero de 1800, en el seno de una familia de nobles de vieja cuna.
—¿Un 22 de enero?. —Milady no se giro.— ¿Cómo Byron?
—Exacto. Al cumplir los doce, mi abuela paterna me regalo su titulo de lady Landfor, a sabiendas que molestaría muchísimo a Catherine, y de los hilos que tuvo que mover. Para mi abuela, yo era la perfecta descendiente de su familia ya que poseía un alma endiabladamente libre. Según Julia, de quien le hablare más adelante, soy vanidosa y obstinada, inquieta, caprichosa, desafiante e irascible pero muy pasional. Mi endiablado carácter, como lo llamaba mi abuela, no ha mejorado con los años e incluso le diría que me estoy volviendo aún más insoportable… ya lo comprobara usted mismo. —río dulcemente. De repente se puso sería.— Con respecto a Charles, y por extraño que parezca, vivido el final, mi odio por él no siempre existió. De pequeños, llegamos a estar muy unido. Nuestro comportamiento era, incluso, algo enfermizo aunque yo no lo viese así. Me halagaba ser el centro de atención, continuo, de mi hermano. Era mayor que yo y mal creía que si él era cariñoso conmigo, Catherine también lo sería. Luego, todo fue cambiando y yo me fui alejando.
—¿Y cómo se tomo ese alejamiento?
—Supongo que, también entendió, que no era correcta nuestra relación…
—¿Puede explicarse? —le interrumpió el joven.
—Charles era mi único hermano, nos llevábamos casi ocho años. Al principio, todo era inocente, por las noches, se metía en mi cuarto y nos peleábamos con las almohadas hasta caer rendidos sobre la cama. Tras ello nos hacíamos masajes en la espalda el uno al otro para relajarnos. Aquella situación duro alrededor de dos años, durante los cuales fuimos pasando a mayores y nuestro juego dejó de ser tan inocente. Ya no hacía falta la excusa del juego. Recuerdo que se metía en mi cama y me susurraba lo mucho que me quería, lo especial que era para él, mientras su mano se deslizaba despacio por debajo de mi camisón. Tenía ocho, casi nueve años cuando empezó todo aquello y nunca se lo dije a nadie. —Nathaniel la miraba intrigado sin decir palabra.— Con el tiempo me pidió que le devolviese las caricias. Y lo hice. Quería seguir siendo su niña.
—Y sus padres, ¿no se percataron de vuestro comportamiento?
—No. Mis padres viajaban a menudo y Charles no iba a un internado pero si pasaba largos meses fuera de casa, según Catherine por sus estudios. Pero siempre creí que había intuido nuestras indiscreciones y que por eso, nos alejó. Tres años pasamos jugando cada vez que venía y cada vez intentaba dar un paso más, hasta llegar a pedirme que me entregara a él. Yo no estaba muy dispuesta o eso creía, la verdad, es que ya no me gustaba. Seis meses sin verlo fueron suficientes para que ya no me importara su presencia. Ya no me gustaban ni sus caricias ni sus juegos y mi conciencia empezaba a despertar a lo erróneo de aquel pervertido comportamiento. Aunque la verdad, era algo contradictorio, si no me hubiera desencantado, seguramente, hubiéramos seguido juntos y la historia sería diferente. Pero en fin, no fue así y yo le rechacé.
—¿Pero eso es… —le interrumpió.
—¡Horrible, lo sé!. —sonrió.— Desde entonces, evitaba su compañía.
—Que le evitará debió molestarle y mucho, dicen que tenía muy mal carácter. ¿Intento sobrepasarse con usted? ¿Intento forzarla? —preguntó ruborizándose hasta las orejas.
—Muy mal carácter y mi rechazo, lo empeoró. –suspiró profundamente y continuo.- Lo intento una madrugada cuando todos ya dormíamos. Silencioso como una serpiente se metió en mi cama. Como estaba profundamente dormida, inmersa en un placentero sueño húmedo no me desperté al notar sus caricias. De pronto, la presión de algo duro contra mi espalda a la altura de mis nalgas, me hizo reaccionar. Atontada eche mi brazo hacía tras y palpe aquello que me presionaba. Desperté de golpe, aquello duro y grueso que vibraba por entrar en mí eran las partes de mi hermano. Me detuve pensando como salir de aquella situación; por la tarde ya me había importunado con sus peticiones y no reaccionaría bien a otra negativa. Lentamente, cerré mi mano en torno a su miembro y apreté, girando y pidiéndole que se fuese. No quería que gritara; papá no podía enterarse de nada. Me ignoró, así que le empuje y lo tire de la cama. Charles no dejó en ningún momento decirme lo mucho que me amaba, y que necesitaba follar conmigo. Mi cara debió reflejar que no entendía semejante palabra porque volvió a repetir lo natural que era nuestro amor y que diéramos un paso más. También me reprochó que hubiera dejado de servirle y que hubiera estado jugando con Alberto. Yo no sabía que decir, solo quería que se fuera. Aquello no había sido amor, solo un modo de descubrir nuestra sexualidad. Y ahora entendía por que Alberto, un primo lejano, había dejado de visitarnos; él se había ocupado de alejarlo de mí.
>Tras aquella noche en la que conseguí que se fuera sin conseguir nada y sin alertar a nadie, comencé a temerlo y detestarlo por igual. Si había sido capaz de acariciarme estando dormida, indefensa, ¿qué sería capaz de hacer si se enfadaba? Charles fingió olvidar todos nuestros juegos y ni siquiera volvió hacer referencia a ellos. Por mi parte, además de rehuirle y de ignorarle por completo, si alguna vez se interponía en mi camino, apoyado como siempre por Catherine, me las arreglaba lo suficientemente bien como para amargarle durante una larga temporadita. Le odiaba, no solo por lo que ya he contado, también le odiaba porque había despertado en mí un apetito voraz por experimentar nuevas sensaciones. A lo que Milord y Alberto también habían colaborado pero en menor medida. Mi temprano despertar se lo debo a Charles.
—Lo que no entiendo es porque nunca se lo contó a nadie, ni siquiera a su madre.
—No lo sé, supongo, que porque al final disfrute con sus caricias y lo que pensase mi padre, Ana o Maurice, me importaba demasiado como para arriesgarme a perder su cariño. ¿Mi madre? A Catherine nunca la quise y era un sentimiento mutuo.
El muchacho levantó la vista y observo la figura apoyada en el marco de la puerta. Sólo podía contemplar su silueta ya que el sol que entraba por la ventana le impedía fijarse en sus detalles. Por un momento, sintió la necesidad de abrazarla; parecía tan indefensa.
—Siempre había oído comentar a mi padre, muy orgulloso, mi parecido con su madre y que esperaba que con el paso del tiempo este parecido aumentará. —continuó sentándose en un sillón al pie de la ventana. El muchacho no dejaba de mirarla.— A Catherine estos comentarios no le hacían gracia y no era para menos. ¿Por qué me mira de ese modo?
—Creí…
—Creyó que con el reflejo de la luz no podría verle. —asintió con un ligero movimiento de cabeza.— Cuando desee preguntarme algo en especial, interrúmpame. Me estoy extendiendo demasiado y no sé, si lo que le estoy contando le interesa… —el joven movió la mano instándole a continuar. Le gustaba oír su voz.— Esta bien. Volvamos a mis ocho años, cuando otro hecho marco mis días. Griselda, que había empezado siendo mi ama de cría, murió. Al morir me sentí abandonada, ella me quería mucho y no entendía por que me había dejado. Quise buscar consuelo y un porqué en papa pero nunca estaba, pasaba largas temporadas en Londres con el Rey. Mi tristeza me llevo hasta el hermano de Griselda, Maurice. El que hasta entonces había sido un simple criado pasó a ocuparse personalmente de mi. Algo poco usual pero que mi padre vio conveniente al ver que Maurice era mi único consuelo en su ausencia. Un motivo más para que Catherine me odiase. Tenía la atención de su hijo y ahora, del que ella quería como amante.
>—¡No es decoroso! Y siendo un hombre tan joven, es aún peor. —decía Catherine.— Además, ¿qué ocurrirá cuando Lara crezca?.
>—Querida, ¿qué es lo que te preocupa, la decencia y reputación de “tu hija” o qué Maurice la prefiera a ella antes que a ti? Jamás hubieras imaginado que “él” te cambiase por ella, ¿verdad, “amada mía”?.
>Todas sus peleas, siempre, terminaban del mismo modo, marchándose Catherine a casa de sus padres sola o con mi hermano, dejándonos solos unos días. Antes de irse, por supuesto, me culpaba de todo. Tras aquella discusión, Catherine no me culpo y papá jamás volvió a entrar en su dormitorio.
—Maurice, ¿dejó de cuidarla en algún momento?
—No. Era mi consuelo y papá le aceptó con mucho gusto. Además, todo lo que molestase a Catherine, a él le encantaba. Sus peleas eran diarias, era raro un día sin ellas. Siempre que le preguntaba a papá porque discutían tanto, siempre me decía, sonriendo, que no era para tanto. Y según Maurice, era normal entre parejas que se quieren. Pero era más que obvio, hasta para los ojos de una niña de doce años, y no solo por sus peleas, que ellos nunca se habían querido. Como no ignoraba el odio que mi abuela sentía por Catherine, la santa la llamaba, le pregunté. Yo ya sabía que había sido un matrimonio por conveniencia, sin amor, pero ignoraba que cuando Catherine se caso fuese embarazada de otro hombre.
El joven la miró extrañado.
—Ahora entendía muchas cosas, mi padre nunca la había amado y ese era un claro motivo para que yo tampoco lo hiciese. A pesar de todo, no entendía porque Catherine, como me obligaba a llamarla, no quisiese a su hija.
—¿La odiaba por haber tenido un hijo de otro hombre? —el joven continuaba mirándola fijamente.
—Puede parecer cruel pero, creo que sí. En parte, sí…
—Al saber aquello, ¿odio aún más a su hermano?
—Sí. No. No lo sé. Yo, al igual que Charles, intente olvidar nuestras noches, que no lo aprendido.
—¿Pero… —insistió.
—No se preocupe ya me entenderá.
—¿Os odiabais tanto?
—Puede. Pero, deje que continúe. —el joven volvió con una dulce sonrisa a escribir.— Después de aquella confesión por parte de mi abuela, no me atreví a preguntar nada más. Años después, Catherine murió. Ella se fue al infierno y yo descanse.
—¿Cómo ha dicho? —la incomprensión se dibujo de nuevo en su rostro.
—¡Olvídelo! El mismo día de su entierro entendí que jamás me diría por que no me había querido ni un poquito y mi ansiedad por saber aumentó; aunque algo tarde, ¿no cree? Después de la ceremonia mis familiares más cercanos vinieron a casa. Quería estar sola pero las costumbres son las costumbres.
Sin hacer ruido, lady Lara, se levanto del sillón y se acerco al joven. En su rostro se había dibujado una enorme sonrisa que acabo estallando en carcajadas.
—¡Dios, si hubiera visto sus caras cuando le pregunte a mi abuela, delante de todo el mundo, por qué mi propia madre me odiaba tanto! Me miraron como si estuviera loca, trastornada por su perdida cuando en realidad no era así. ¿Qué les ocurre? ¿Por qué me miran de ese modo? ¡Tengo derecho a saberlo! Les gritaba furiosa.
>Mi abuela cogiéndome del brazo me sacó de aquella habitación para preguntarme si realmente estaba preparada para conocer la verdad. Y lo estaba, ya lo creo que lo estaba. Aún recuerdo su sonrisa de satisfacción al pedirle que no se callara nada.
>—Eres una niña muy lista para tu edad. —hizo una pequeña pausa para acariciarme el cabello y sonrió.— ¿Has visto cómo te miraban todas esas personas?. —asentí con la cabeza.— Bien. Porque tendrás que acostumbrarte a esas miradas. Eres especial y ellos lo saben, sobre todo los hombres.
>—Abuela, ¡sólo soy una niña! —protesté.— No empieces tú también, he tenido suficiente con mamá. ¿Por qué me dices todo esto?
>—Para mí siempre serás mi niña. Pero querida, ya no lo eres. Has crecido mucho y te has convertido en una mujercita realmente atractiva. A tu edad, muchos padres ya tienen concertados matrimonios de conveniencia para sus hijas.
>—Eso ya esta pasado de moda, abuela. —le replique.— Puede que sea guapa pero, no te he preguntado eso. Además, ahora que mamá ha muerto puedo quitarme de encima a todos esos payasos que me buscaba, yo sola. —comenzamos a reírnos.
Era divertido poder reírme de algo que antes me había costado verdaderas lágrimas. —continuo, acariciando su rosario mientras le sonreía— Había leído demasiadas historias románticas a los catorce y tenía un tonto, aunque hermoso ideal, sobre lo que era el amor. Siempre me opuse a casarme sin amar a la otra persona, no quería que lo de mis padres ser repitiera conmigo. Me entiende, ¿verdad, Nathaniel?
Claro que podía entenderla y con un suave movimiento de cabeza se lo hizo saber. Hacía unos meses que había roto su compromiso con una bella jovencita de Denver con la que sus padres pensaban casarle. Entre ambos no había amor, ni lo podría haber jamás. Él no la amaba y ella, amaba a otro. Nathaniel contestaba a sus comentarios intentando que no pudiera percibir el nerviosismo que corría por todo su cuerpo cada vez que le miraba.
—Me alegro que me entienda, Nathaniel, de veras. —suspiró— Satisfecha por mi contestación mi abuela me abrazo y continuó.
>—Es un alivio, ¿verdad? Ahora, hablemos. —quise interrumpirla pero no lo hice.— Escúchame. ¿Quieres saber o no?
OPINIONES Y COMENTARIOS
comments powered by Disqus