Los viajes de Samuel Zolt

Los viajes de Samuel Zolt

Era como volar. Difícil de explicar.

Samuel Zolt, aceptó con normalidad el extraño don que la naturaleza le había otorgado. Otro niño se habría asustado al comprobar que podía salir de su cuerpo y contemplarse.

En la altura, desde una esquina de su cuarto, disfrutaba ejercitando su don viéndose acostado en la cama, emergiendo de entre las sábanas, con su cabeza cuadrada, sus orejas de soplillo y su pelo rizado.

Más adelante, probando su capacidad en uno de sus vuelos, descubrió con alegría que era capaz de traspasar las puertas y las paredes y recorrer toda la casa.

Le gustaba observar a su tía Paty dormitando en el sofá frente al televisor. Un día su asombro fue mayúsculo porque, en uno de sus volátiles desplazamientos, se tropezó con su tía y, sin saber cómo, se metió en su cuerpo. Entonces comprobó que podía ver lo que los ojos de ella veían y oír lo que sus oídos oían. Pero nada más. Él era un simple pasajero. Esta nueva habilidad iba a cambiar, aún más, la peculiar vida de Zolt.

Samuel fue creciendo y raro era el día que no viajaba por su ciudad a bordo de alguien. Su manera de invadir el cuerpo era inocua para el portador. Además, no podía saber lo que la persona pensaba, y tampoco notar si sentía dolor o placer, angustia o felicidad. También le era imposible manipular su comportamiento. Sólo podía ver y oír lo que esa persona veía y oía. Era como estar en la butaca de un cine disfrutando de las imágenes y el sonido de una película.

Samuel se instruyó sobre los fenómenos de la bilocación y los viajes astrales, y también, sin desvelar su secreto, consultó con muchos expertos. Descubrió, con satisfacción, la existencia de episodios bien documentados de personas que habían, ¿por qué no decirlo así?, disfrutado de un don, no igual, pero parecido al suyo. No se sentía un bicho raro. Al contrario. Decidió que aprovecharía su facultad para comprender la diversidad de la naturaleza humana. Samuel se sentía escritor y su don le iba a permitir salir de la trinchera de su casa y meterse en la piel de las personas.

Pero había límites. No podía estar demasiado tiempo separado de su verdadera identidad. Cuando permanecía más de dos días fuera de su cuerpo, éste se deterioraba por la deshidratación, lo que le obligaba a no alejarse demasiado de su casa y volver cuanto antes para reponer fuerzas.

Su afán por escribir historias a través de las vivencias de los demás le estaban llevando a la extenuación. Cuando preveía que su viaje podía durar más de dos días, dejaba a su cuerpo conectado a botellas de suero para que el deterioro fuese el mínimo.

Cualquier otro hubiese utilizado su don para bucear en lo morboso, lo oscuro o lo obsceno, pero Samuel rechazaba el deseo inmoral de infiltrarse en la vida de los otros con afán mezquino. Era un individuo curioso, pero con el espíritu del científico, que intenta comprender el significado de la vida para poder expresarlo de forma literaria.

Quería aprovechar sus facultades y explorar en infinidad de terrenos a los que nunca podría llegar, por sí solo, aunque tuviese varias vidas.

Dado que sólo podía ver y oír, eligió al principio, a aquellos que vivían por esos sentidos.

Descubrió la mano del pintor haciendo hablar al bosque en el lienzo. ¿Cómo era posible que nunca, hasta entonces, hubiese visto al viento? Y, sin embargo, allí, en aquel cuadro, vio como el artista lo había atrapado para que jugase con los árboles.

La batuta del maestro se adelantaba. Marcaba el compás. Bajaba, subía, se paraba, se movía trémula, señalaba, pero siempre el movimiento de la mano precedía al sonido. Una porción infinitesimal de tiempo. La percepción de ese invisible espacio entre un acorde y el siguiente le resultaron de tal belleza e intensidad que dejaron una profunda huella en su corazón.

Samuel siguió con su aprendizaje y, durante breves pero intensos periodos de tiempo, se convirtió en múltiples personajes y conoció innumerables ocupaciones. Desde las más valoradas a aquellas otras que provocaban el rechazo o el desprecio. Fue enfermero, trapecista y buzo. Se convirtió en policía, barrendero y juez. Vivió como un mendigo, un pastor y un marchante. Sufrió como un minero y un jornalero. Fueron tantas y tan variadas las facetas de los seres humanos por las que pasó, que se acostumbró a ese modo de vida y su necesidad de viajar se convirtió en algo imprescindible.

Pero Zolt se sentía desgraciado. El lastre de su cuerpo limitaba la duración de sus viajes. Su tía Paty, comprendiendo la aflicción de su único sobrino, puso su fortuna y su inteligencia a la búsqueda de un remedio.

Samuel aceptó entusiasmado la propuesta de su tía. Una costosa tecnología le mantendría en vida en un coma inducido durante largos periodos de tiempo.

Desde entonces ya no se pertenece a sí mismo. Es la suma de muchos otros. Su vida es un continuo viaje.

FIN

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