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REGISTRO DEL DESAMOR
CUENTO 1
REGISTRO DEL DESAMOR
CUENTO 1
REGISTRO DEL DESAMOR
Cuento 1
Registro del Desamor
Una mañana mientras tomaba café, como todos los días, Laura descubrió en la mirada de Juan, su marido, un perfume que no era el suyo. Cuando hubieron desayunado, su marido se marchó al trabajo como todos los días. Laura terminó rápidamente sus diligencias domésticas, se lavo, vistió y se atusó el moño. Salió de casa como quien llega tarde al teatro. Sobre la mesa de la cocina dejo una nota a Juan, diciéndole:
«Juan tengo que hacer unas gestiones muy importantes.
No se cuando regresaré. No te preocupes por mí, estaré bien.
Te quiere Laura»
No sabía donde se dirigía, pero sí lo que quería encontrar. Tenía que localizar el departamento donde se inscriben los desamores, antes que quedase anotado el suyo para siempre. Sabía que los nacimientos, las defunciones, los matrimonios, los divorcios, todo quedaba reflejado en la oficina del Registro Civil. Pero en algún lado debía estar ese amor camino del registro y debía impedirlo antes que fuese demasiado tarde.
Juan y ella habían compartido veinte años de matrimonio y seguía tan enamorada de él como el primer día. Todas sus amigas seguían casadas y ninguna le había comentado nada extraño de su marido.
Cuando se casó, nadie le advirtió que esto podía suceder. Ella cuidaba de la casa y de su marido, con todo el amor que era capaz de dar. Se había volcado en su marido porque el cielo, como Laura decía, no les había querido conceder un hijo.
Mientras caminaba por la ciudad los pensamientos se le agolpaban en su cabeza sin saber que hacer con ellos. Se dirigió al Registro Civil para informarse dónde podría localizar el «Registro del Desamor».
Cuando entró en la oficina se encontró al funcionario que, como todos los funcionarios, estaba bastante enojado con la Administración por cobrar un salario que apenas le llegaba para poder alimentar a su familia y por lo tanto un día decidió que le engañarían en el sueldo pero en el trabajo no.
Laura se dirigió a él muy amablemente:
– Buenos días señor, sería tan amable de decirme dónde puedo localizar la oficina del Registro del Desamor.
El funcionario levantó la vista por encima de sus gafas dejando de leer la prensa, remangándose los manguitos y levantándose la visera para poder ver mejor la cara de aquella mujer, que no sabía si estaba de guasa o era una chiflada a la que su marido había dejado de querer, y con una sonrisa socarrona le contesto:
– Como lo siento señora, esas cosas no se registran en ninguna parte, cuando se acaba el amor se acabó y no hay más vuelta de hoja. Tendrá que aprender a vivir con eso como hemos hecho la gran mayoría de las personas y ahora, por favor, no me interrumpa que tengo muchas cosas que hacer.
Laura le dio las gracias y se marchó de nuevo a la calle, no pensaba desfallecer, al menos por el momento.
Mientras continuaba caminando por la ciudad su pensamiento era uno, tenía que dar con el dichoso registro, pensó:
– Seguramente el funcionario tenía un mal día y a él no le importaría perder el amor de su mujer y, lo más probable, sería que ella sí le quería pero se habría resignado a su desamor.
Paseaba por todas las calles céntricas de su ciudad, mirando por todas partes anuncios de empresas y todo cuanto pudiera darle la pista para su localización.
Notó que el estómago se le quejaba y miró el reloj, eran las dos de la tarde, así que decidió parar un momento para tomar fuerzas y se metió en un lugar de comidas rápidas, donde las personas que trabajan comen deprisa para regresar de nuevo a sus oficinas. Se sentó en la barra, al lado de una señora de aspecto maduro tardío y decidió entablar conversación con ella, puesto que pertenecía a la clase trabajadora tal vez conociese la maraña de las oficinas y le pudiese orientar.
Se presentó muy cortésmente:
– Buenas, me llamo Laura. ¿Podría hacerle una pregunta?
La señora de al lado le respondió con aire de fastidio:
– ¿Qué quiere? No ve que tengo prisa. He de volver a mi trabajo dentro de media hora y estoy comiendo y si me paro a hablar con usted o no como o regreso tarde.
– Verá señora estoy intentando localizar la oficina donde se registran los desamores, tengo que llegar antes que se inscriba definitivamente el mío, sabe usted, yo quiero mucho a mi marido pero en sus ojos hay otro perfume que no es el mío.
– Señora, dijo que se llamaba Laura ¿verdad? no existe ningún lugar donde se inscriban esa clase de cosas. Si su marido, y disculpe que sea tan franca, le ha dejado de querer, eso ya no tiene remedio. Hoy hay otro perfume y cuando se canse de él, habrá otro y otro. Ya se sabe los hombres son así. Dígamelo usted a mí, que un buen día al mío le pasó lo mismo y ahora estoy sola, claro que mejor así, yo era su criada y la otra se llevaba la mejor parte.
– Pero yo no quiero que me ocurra eso, algo se podrá hacer. Respondió Laura.
– Si, por lo pronto dejar de molestarme para que pueda terminar de comer y vuelva a mi trabajo a tiempo. No me puedo permitir el lujo de retrasarme porque con mi edad no me pasan ni una y no tengo quien me pueda mantener. Ha sido un placer.
Laura continuó comiendo en silencio, pensaba que aquella pobre señora no había sabido salvar su matrimonio, se vio arrastrada por su propia desidia y ahora se encontraba sola y malhumorada.
Eso no me pasará a mí. Yo sí sabré localizar el registro y antes de que llegue a inscribirse yo estaré allí esperando y hablaré con él para intentar convencerle y le haré recapacitar.
Al salir del restaurante se dirigió hacía un parque próximo para descansar un rato mientras volvían a abrir las oficinas al público.
Se sentó en un banco y al cabo de un rato vio como desde lejos se acercaba hacía ella un hombre enjuto, con los hombros cargados por el peso invisible de la tristeza que se podía ver reflejada en su rostro, el traje que llevaba era tan gris como su apariencia y el sombrero que cubría su cabeza parecía como si intentase cobijar sus penas para que no se le escapasen.
Se le fue acercando hasta llegar a la altura del banco donde se encontraba ella y quitándose el sombrero para saludarla le dijo:
– Buenas tardes señora, su nombre es Laura ¿cierto? Permítame que me presente, soy el Desamor.
Laura abrió tanto los ojos como era capaz y la boca pareció que tenía un dispositivo y éste se le había disparado y no podía volverse a cerrar.
– Entiendo que se sorprenda, pero usted me andaba buscando. Y aquí estoy.
– Verá caballero, yo era muy feliz con mi marido, se llama Juan sabe usted, cada día desayunábamos juntos antes de irse al trabajo y luego yo me ocupaba de las cosas de la casa, y le esperaba hasta que él regresaba cada día. Entonces él se sentaba en su butaca a leer la prensa mientras yo preparaba la cena y después cenábamos juntos y mientras lo hacíamos me hablaba de como le había ido el día. Después regresaba a su butaca y se encendía su pipa, mientras yo lavaba los platos y cuando terminaba me sentaba en otra butaca a su lado a tejer, mientras él leía algún informe de su trabajo hasta la hora de acostarnos. Éramos muy felices.
– Quizá usted pensase que lo eran, pero en el fondo ninguno de los dos lo fuese. Mi compañera Rutina se va apoderando de los hogares poco a poco y cuando se quieren dar cuenta ya no hay nada que hacer. Intente regresar a su casa y mírele con esa mirada que usted probablemente ya no recuerde, pero haga un verdadero esfuerzo y piense como era Vd. cuando se casó con él. Eche de su hogar a Rutina y descorra los cortinajes y abra puertas y las ventanas para que entre el Amor de nuevo. Yo todavía no he sido avisado para acudir a su domicilio pero me llamarán pronto y entonces ya no se podrá hacer nada. Buenas noches señora, lo siento pero me tengo que marchar. Hasta nunca Laura, yo se que usted lo conseguirá.
Se marchó con el mismo paso triste que le había visto llegar hasta perderse en la noche.
Laura se levantó arreglándose la falda y como si no supiese que hacer dirigió sus pasos hacía su casa. Cuando llegó al umbral vio como las luces del salón estaban encendidas y sintió el calor de su hogar recorrerle la piel provocándole un escalofrío. Abrió la puerta y sintió como Juan se abalanzó sobre ella besándola y abrazándola y noto como las lágrimas le corrían por las mejillas.
– ¿Dónde has estado todos estos días? Temía que algo malo te hubiese ocurrido. No sabía dónde buscarte.
Por un momento Laura pensó que ella solamente se había ido unas horas de su casa, había transcurrido mucho tiempo, pero a ella se le había pasado sin sentir.
Nunca se habló de aquel perfume, pero en los ojos de Juan nunca hubo otro que no fuese el de Laura.
Sus desayunos nunca fueron los mismos, había miradas de complicidad en las que se adivinaban restos de pasión.
Sus veladas tampoco fueron las mismas, cambiaron las butacas por un sofá en el que permanecían abrazados largas horas compartiendo lectura, emociones y sensaciones olvidadas hace tanto tiempo.
Laura pensó que sin saber cómo había dado con el «Registro del Desamor» y había recuperado lo que era suyo para siempre.
CUENTO 2
QUIERO VOLVER
Ester ingresó en la clínica sobre las siete de la tarde. Dejó ultimados todos sus asuntos antes de ingresar. Era la cuarta vez que se intervenía de cirugía estética. En esta ocasión se operaba del pecho; quería tenerlo como en su adolescencia. Había cumplido ya los cuarenta y siete y no se resignaba a envejecer. Estaba dispuesta a soportar cualquier sacrificio con tal de aparentar menos edad. En ocasiones anteriores se había hecho un lifting; una liposucción de los mulos y vientre; también se había retocado la nariz.
Tuvo a Paula, su hija, cuanto tenía veinticinco años. Unos años mas tarde se separó de Javier, a partir de entonces comenzó su calvario por resultar atractiva a los hombres.
Paula no sabía nada de la intervención de su madre; ésta le había contado que se iba unos días a la costa con un amigo. Ester pensaba que Paula no la entendería, además no tenía ningún sentido preocuparla, sería cosa de un fin de semana. Cuando se tienen tan solo veintidós años uno no se preocupa por envejecer. Paula siempre le decía, que algún día ella parecería su madre si seguía operándose.
Una vez resueltos todos los trámites de admisión en el hospital, la condujeron a su habitación; le sirvieron la cena, pero no la quiso, solamente pidió un Valium para poder dormir tranquilamente, alegando que estaba algo nerviosa.
Se dio un baño caliente y se metió en la cama; al momento se quedó dormida. Sobre las siete de la mañana entró la enfermera para despertarla. Alrededor de las siete y media entró en la habitación el camillero para conducirla al quirófano, el médico la esperaba allí a las ocho. Le hicieron las pruebas de última hora hasta que apareció el anestesista; una vez comprobados todos los resultados procedió a anestesiarla. Le habían insistido que lo mejor sería hacerlo con anestesia local, pero se negó nuevamente, no estaba dispuesta a sufrir lo mas mínimo, así sería mucho mas cómodo; transcurridas unas horas se despertaría como si nada hubiese pasado; solamente tendría algunas molestias, nada que un buen analgésico no pudiese hacerlas desaparecer.
Comenzó la intervención, todo transcurrió con normalidad. Una vez terminada pasó a la sala del despertar, ahí fue donde comenzó el revuelo. Ester había entrado en coma. La condujeron a la sala de cuidados intensivos. Lo primero sería avisar a sus familiares, pero Ester no había dejado nada dispuesto. Ella misma se firmó la autorización para proceder a la operación. Mandaron a una enfermera a su habitación para buscar en sus documentos el teléfono de algún familiar o amigo. Encontraron su agenda personal y llamaron a varios teléfonos hasta que localizaron a Alfredo. Le pusieron al corriente del contratiempo, éste quedó en localizar a Paula.
Ester y él lo habían dejado hacía menos de un año; todavía seguía queriéndola. Tuvieron una relación de tres años, durante los cuales Ester se operó en varias ocasiones en total desacuerdo con Alfredo. Por el contrario, él pensaba que había que envejecer dignamente. Le parecía divertido las armas femeninas para ocultar la edad y estar mucho más guapas, pero opinaba que la cirugía era demasiado drástica, sobre todo a esa edad. Alfredo había cumplido el 20 de junio cincuenta años. Era alto, bastante esbelto, moreno con algunas canas en la barba, ojos verdes; todavía se le podía considerar un hombre muy atractivo.
Se pasó el día llamando a su casa, no era cuestión dejar un mensaje en el contestador. Quedaría con ella y la conduciría al hospital.
Eran las nueve de la noche cuando sonó el teléfono, Paula lo descolgó:
– Sí, ¿quién es?
– Hola Paula soy Alfredo
– Hola Alfredo que agradable sorpresa. Mamá no está en casa, se ha ido unos días a la playa, creo que regresa el lunes.
– Con quien quiero hablar es contigo. Iba a salir a tomar algo y me gustaría verte.
– Qué pasa? te noto preocupado.
– Si, la verdad es que lo estoy, pero prefiero contártelo personalmente.
– De acuerdo, aquí te espero.
Se subió al coche y mientras se dirigía a casa de Ester pensaba en la relación con Paula, siempre fue bastante buena. Cuando su madre y él terminaron Paula lo sintió bastante e intentó por todos los medios que se solucionasen los problemas, pero resultó ser imposible. Nunca quiso cerrar la puerta y seguía manteniendo su amistad con él.
Por el camino pensaba cómo decírselo; el tema no era nada fácil; probablemente no supiese nada de la intervención.
Cuando llegó, Paula le estaba esperando impaciente, le había preocupado el tono de Alfredo cuando la llamo.
– Dime Alfredo qué te ocurre? Si no fuese algo importante no habrías venido tan rápido.
– Paula lo que tengo que decirte no sé como hacerlo. Hoy me han avisado que tu madre se ha operado y todo transcurría con normalidad, pero al terminar la operación no ha salido de la anestesia y está en coma.
Paula rompió a llorar.
– Siempre le decía a mamá que no era necesario; que todavía era una mujer atractiva y no le hacía falta. Pero tú ya la conoces y solamente no me hace caso sino que además me lo ha ocultado.
– Lo mejor será que vayamos hacía el hospital por lo que pudiera pasar.
– De acuerdo vámonos.
Salieron de casa en silencio los dos. Al llegar al hospital les informaron que la situación seguía igual; les aconsejaron que se marcharan a casa y que estuviesen localizables por si había alguna novedad.
Antes de marcharse Paula pidió ver a su madre un momento. Estaba allí tendida en la cama, entubada y conectada a las máquinas para conocer en todo momento su constantes vitales.
Le dio un beso y le susurró al oído:
– Mamá por favor no me hagas esto, no me dejes ahora. Ten fuerzas suficientes para salir de este lío. Hazlo por mí.
– Paula hija, soy yo mamá, no me ves, estoy aquí. Intentó abrazarla pero se encontró atrapada, no sabía donde.
La máquina empezó a pitar y una enfermera se acercó corriendo.
– Lo siento señorita pero tendrá usted que marcharse, se ha alterado al oír su voz, será mejor que se salga de aquí.
Ester advirtió que nadie era consciente de su presencia. Ella estaba allí, tumbada inerte sobre la cama. Intentó gritar, pero su voz no se oía. La angustia atenazaba su pecho. Las lágrimas oprimían su garganta. Sintió como si una mano invisible le abofeteaba la cara. No era posible que aquello estuviese ocurriendo. ¿Qué estaba pasando? Su cuerpo no le respondía; quería moverse; llamar a Paula; decirla cuanto la quería. Las lágrimas recorrían sus mejillas. Quiero volver, quiero volver, se repetía incesantemente. La enfermera notó la agitación de Ester y se acercó a ver lo que ocurría. Llamó corriendo al médico; ambos se acercaron nuevamente a ella.
– Avisen a sus familiares, está volviendo del coma.
CUENTO 3
LA ENTREVISTA
Faltaba una semana para su boda y Sandra tenía montones de cosas por hacer. Había quedado a la una para la última prueba del traje de novia; tenía que ir a solucionar lo de la lista de boda, le habían llamado para decirle que los regalos estaban agotándose por si quería hacer una ampliación.
Un sinfín de cosas y ella allí perdiendo el tiempo.
La habían citado a las 11 de la mañana. Había bastante gente delante de ella por lo que suponía saldría tarde y le tocaría correr.
No se imaginaba que podían querer los de la entrevista. Cuando la citaron intentó rechazarla pero no hubo manera, le dijeron que ese tipo de cosas no se pueden aplazar, son ineludibles.
Estaba sentada al lado de una señora y se pusieron a hablar. La verdad es que la pobre mujer tenía un aspecto poco saludable.
– Hola me llamo Sandra. ¿Hace mucho que está usted aquí?
– Hola me llamo Ana, es un placer poder hablar con alguien porque la verdad, hace bastante que llegué y resulta muy aburrida la espera.
Le comentó que estaba sola en casa cuando la avisaron porque su marido había salido un momento a buscar a los niños al colegio, regresarían a las cinco y media de la tarde y tal como iban las cosas no llegaría a tiempo, tampoco podía avisarlos porque no había teléfonos. Era una fatalidad pero no podía marcharse.
Salieron a llamar a Ana, se despidieron y le deseó suerte en la entrevista a Sandra. Ella a su vez le deseó lo mismo.
En el lugar que dejó Ana se sentó un chaval joven, tenía el casco de la moto en la mano, le notó un poco nervioso así que decidió hablar con él.
Se presentó nuevamente:
– Hola me llamo Sandra.
El chico la miró sorprendido, no era muy dado a hablar con extraños, pero le extendió la mano presentándose:
– Encantado, me llamo Carlos. ¿Tú crees que estaremos mucho tiempo aquí? La verdad es que tengo un poco de prisa, he quedado con mi novia; al paso que va esto y con el tráfico que hay voy a llegar tarde y luego se enfada cuando le hago esperar. Soy bastante impuntual. Habíamos quedado para irnos a pasar el día fuera, en el campo, he quedado en pasar a recogerla sobre las doce.
Le contó que su gran pasión eran las motos, como estaban de vacaciones en la facultad aprovechaba todos los días para desplazarse fuera de la ciudad. Su único deseo era coger la moto y salir carretera adelante a toda velocidad. Le dijo que una vez tuvo un accidente, estuvo a punto de matarse, pero afortunadamente sólo fueron unos huesos rotos y la consabida bronca por parte de sus padres.
Sandra a su vez le contó que ella también tenía un poco de prisa porque había quedado para hacerse la última prueba del traje de novia. Se casaba a la semana siguiente, aún faltaban muchos detalles que comprar para la casa. Quería que todo estuviese a punto para ese día, nada podía fallar. Era un día muy importante.
El tiempo pasaba. Salieron de otra puerta para avisar a Carlos, lo cual le extrañó bastante, así que decidió acercarse y preguntar si todavía tendría que esperar mucho tiempo. Le contestaron que enseguida le avisarían.
Mientras tanto para entretenerse pensó en hacer una lista de las cosas que tenía que comprar y las gestiones que tenía que hacer. Pensó:
– Lo primero es la prueba del traje; después tengo que acercarme a elegir unos cuantos detalles más para incluir en la lista de bodas. Más tarde si le daba tiempo se pasaría por la agencia de viajes para recoger los billetes. Había encargado las maletas y se las tendrían al día siguiente. A ver, cosas para la casa, ah sí, los de los sofás han quedado que los llevarían el jueves, hoy estamos a martes. Debería abrir los regalos que habían ido llegando y colocarlos porque estaban por todas partes.
Recordaba como había conocido a Javier hace un año. Alfredo le dijo una tarde que quería romper con ella porque se había enamorado de otra. Sintió una puñalada en el corazón, el mundo se le vino encima. Se conocieron en el instituto y ahora al cabo de diez años la dejaba por otra. Pasó unos días encerrada en casa sin querer ver a nadie hasta que llegó su amiga Lola y la sacó en volandas de casa. Se fueron a cenar, a tomar una copa. Lola le dijo a Sandra que al final de la barra había uno que no le quitaba el ojo de encima, así que iba hacer lo posible para que se acercase a ellas. Así lo hizo y Javier se acercó. Sandra al principio estaba un poco borde con él, al contrario que Lola que se deshacía en amabilidades para ligárselo. No tenía nada que hacer, estaba claro que quién le gustaba a Javier era Sandra. Al final de la noche le pidió el teléfono para invitarla a comer al día siguiente. No sabía si habían sido las copas o simplemente química, pero aceptó. Y así fue como poco a poco la conquistó. Ahora no sabría vivir sin él. Estaba muy enamorada.
Se abrió una puerta sacándola de su ensueño, esta vez la llamaron ella.
Pasó a un despacho en el que la estaba esperando al otro lado de la mesa un hombre, era un poco excéntrico pensó, pero eso a ella le daba igual, quería acabar cuanto antes. La habitación estaba totalmente decorada en color blanco, los sofás, el suelo, las paredes, todo absolutamente. Estaba segura que hacía poco tiempo que la habían decorado porque era tan blanca que casi dañaba la vista.
– Buenos días Sandra. Seguramente se preguntará que es lo que ha pasado para que sea tan importante que esté usted aquí. No se preocupe que se lo voy explicar. Usted ya no pertenece al mundo en el que ha vivido, ahora estamos en otro plano superior. Cuando se dirigía en el coche a sus compromisos, por la carretera, otro coche perdió los frenos y se abalanzó sobre el suyo. Nuestra misión consiste en encontrarle un sitio dónde partir de ahora va a ser su residencia.
– Mire todo esto debe ser una equivocación, yo no debería estar aquí porque la semana que viene me caso y tengo que regresar a mi casa, así que dejémonos de bromas, si no tiene nada más que decirme lamento comunicarle que me marcho.
Así lo hizo, se levantó y se dirigió hacía la puerta por la que había entrado, al abrirla, observó que no había nada ni nadie, estaba totalmente oscuro. Se volvió hacía el entrevistador y le dijo que qué clase de broma era esa.
– No es ninguna broma, usted desde el momento que traspasó esa puerta ha dejado de estar viva, es imposible volver hacia atrás, ahora solo puede caminar hacía delante, hacía la luz. Le he buscado un lugar muy agradable, no se queje los hay que tienen peor suerte que usted.
Sandra se dejó caer en el sillón como si unas manos la empujasen hacía él. Todos sus planes se habían venido abajo. De repente sintió miedo. El extraño puso sus manos sobre las de ella y notó una sensación que no podía describir, nunca antes había sentido nada igual e inmediatamente todos sus miedos se desvanecieron como si de humo se tratasen. Su cuerpo parecía como una nube. Se olvidó de todo, de su boda, de los preparativos, de los últimos meses tan frenéticos, de Javier, ya nada quedaba en su mente.
Pensó, ahora sí que podré descansar.
CUENTO 4
ERROR ADMINISTRATIVO
Consultó su libro de registros para planificar el trabajo del día siguiente.
El primero se llamaba Juan Rodríguez Valdés; fecha de nacimiento: 12 de agosto de 1941; hora: 7.30 de la mañana; debía recogerlo a la 1 de la mañana, causa: error administrativo. Le extrañó la causa de la muerte, pero a veces ocurrían cosas así en los hospitales.
Se dirigió hacía los libros de nacimientos, cogió el del año 1941 y buscó por la R; había muchos Rodríguez, alguno menos que se llamasen Rodríguez Valdés y solo unos cuantos Rodríguez Valdés, Juan; miró la fecha de nacimiento y coincidían varios.
El trabajo se prometía latoso desde un principio, pensó. Vamos a ver si también coincide la hora de nacimiento.
Era increíble coincidían todos los datos. Estaba hecha un lío porque no sabía qué se podía hacer en estos casos.
– ¡Ya está! miraré la ciudad en la que debo recogerlo y así saldré de dudas.
Volvió a su libro de registros y miró la ciudad. Estaba claro pensó. Voy allí, me lo llevo y problema zanjado.
Se encaminó hacia la ciudad para estar a tiempo. Pero cual fue su sorpresa cuando llegó y se encontró con que los dos estaban allí.
– Bueno y ¿ahora que hago? Tendré que encontrar una solución porque ya son las doce y casi no me queda tiempo.
Pensó en echarlo a suertes pero recordó que la causa de la muerte era un error administrativo y no quería que fuese el suyo. Bastante la odiaba todo el mundo como para cometer un error de esa índole.
Bajó al infierno para consultar con el demonio, por si él tenía prevista su llegada y podía aclararle algo sobre su vida. No se atrevía a preguntar en el cielo porque ya lo había hecho en otra ocasión y no les había sentado nada bien. Además la tacharían de incompetente y no era culpa suya que además de llamarse igual, haber nacido el mismo día y a la misma hora, los dos estuviesen en la misma ciudad.
Tras consultar con el demonio sin sacar nada en claro, las cosas se iban complicando y el tiempo pasaba. Lo que si tenía claro era que el que llevase una vida digamos poco ejemplar ese no sería.
Buscó por la ciudad y encontró a uno de los dos. Este, estaba de vacaciones con su amante. Tenía fama de estafador, ladrón y un sinvergüenza, dispuesto a vender a cualquiera. Lo único que le importaba era el dinero y divertirse.
Seguro que ese no era, pensó.
Fue en busca del otro, éste vivía en la ciudad; pensó que probablemente sería él, pero se sorprendió igualmente cuando vio que era un jugador empedernido y que estaba jugándose la paga al póker. Tenía a su mujer y sus hijos en casa malviviendo porque no se había dignado aparecer con el dinero, que desde hacía dos días había cobrado, para que pudiesen comprar comida.
– Esta si que es buena. Yo desde luego me los llevaría a los dos.
Pero ella no sólo se llevaba a la mala gente, sino también a las buenas personas incluso a los niños. Eso era lo que más le molestaba de su trabajo, cuando tenía que pasar a recoger a un niño, o a una madre a sabiendas que dejaba a sus hijos sin ella, incluso a un buen hombre. Por eso era fría, en caso contrario no sería capaz de cumplir con su trabajo. Se la conocía como la Dama Negra.
Estaba convencida que el error administrativo era el suyo. Menuda bronca le esperaba.
Decidió hablar personalmente con ellos, a ver si alguno estaba dispuesto a marcharse con ella. Les prometería una muerte dulce y antes de llevárselo le dejaría hacer lo que quisiese, para que viese que ella tenía buena voluntad.
Visitó primero al que estaba con su amante, le esperó cuando iba a salir a comprar tabaco.
Se acercó a él y le dijo:
– He venido para llevarte a ti, o a otro que se llama como tú y que coinciden todos los datos, como no sé cuál de los dos es el que me tengo que llevar, he pensado, que a lo mejor no te importaría ser tú. A cambio te ofrezco llevarte en mis brazos y te dejo que hagas antes de irnos lo que quieras.
– De eso nada, yo no me voy así de gratis. Ve y preguntárselo al otro, quizá a él no le importe. Puedes decirle que si acepta, yo a cambio me comprometo a mantener a su familia hasta que me muera. Creo que el trato es justo.
– De acuerdo, iré a preguntarle, y si acepta vendré a decírtelo para que cumplas con tu palabra.
Atravesó la ciudad en busca del otro. Le encontró saliendo de la partida y se dirigió hacia él.
Le contó la misma historia que al primero.
– ¿Aceptas el trato? le preguntó.
– ¡Ni hablar! además yo estoy muy sano, seguro que es el otro.
Volvió al primero para contarle que el segundo no había aceptado el trato y que debía llevarse a uno de los dos. Como no se ponían de acuerdo lo decidiría ella.
Se sentó en un banco en el parque para pensar a cuál de los dos se llevaría, ya sólo faltaban unos minutos, la decisión tenía que ser rápida.
Oyó unas detonaciones a lo lejos. Se acercó rápidamente hacía el lugar, pues le extrañaba, porque en esa ciudad sólo tenía que llevarse a uno, de eso estaba segura.
Cuando se acercó vio como el rico estafador había ido en busca de su homónimo y le había disparado a sangre fría.
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