Sotelo tecleaba en el anticuado PC del zulo contiguo a la oficina de atestados. En el sótano uno, frente a los calabozos, podía escuchar el clac metálico de las celdas al cerrarse.Un aire viciado penetraba hasta su estrecho dominio, casi virtual, un rectángulo con una mesa acristalada donde se reflejaba su rostro redondo como una luna.

Carmela,sentada al otro lado de la mesa, con Toby a su lado,prestaba declaración.Estaba aterida y asustada pero mantenía la calma.Se mostraba serena, como la arquitectura de sus monumentos funerarios, clásicos y solemnes. Solemnes como la muerte. No, la muerte no había sido solemne aquella Nochebuena, sino inmisericorde.Suicida o asesina. Por eso estaba allí frente a aquel desconcertado funcionario que preguntaba y escribía, miraba a Toby,su perro y volvía a escribir. No sólo era trágico que hubiera encontrado tantos muertos aquella noche, seis, sino que además, tras avisar a la policía uno tras otro, habían terminado por detenerla. Sabia que Toby a su lado tenía sed.

Recordaba que el día había amanecido nublado en el cuadrado de cielo que se le metía en la habitación entre la cornisa de la azotea y su armario.Pero ella, Carmela, tenía un plan.Primero pasearía a su querido Toby  por una calle inusual,la de la tienda de cerámica antigua en el coqueto escaparate. Ya hubiese querido ella tener alma de escaparatista en su negocio de lápidas y ajuares funerarios. Se conformaba con diseñar los panteones y los modestos nichos . Su marmolista era diferente, sabía rodearse en el taller de esa atmósfera melancólica que vendía a unos familiares tristes e indecisos.Quería darle un paseo largo a Toby porque no había podido, como le prometió, vivir en una casa con jardín,donde pudiese correr y masticar hierba.Y le dolia intimamente esa promesa incumplida, aunque fuese una promesa hecha a un perro.

Vidal,el juez de instrucción, escuchaba por la espalda las declaraciones de Carmela en los juzgados. Le ofreció una manta.Pero ella pensó que las cosas no iban bien, las nubes negrísimas de la mañana habían terminado en tormenta.Su plan se desbarataba.El juez la miraba con frialdad, señal inequívoca de que no estaba acertando las respuestas.

Después Zaquiel, su marmolista , y ella tenían que ir al cementerio para entregar un trabajo, la tumba de un suicida. Cuando llegaron el cielo era un toldo negro sobre cipreses y graznaban algunos mirlos refugiados en sus ramas.Los padres ya estaban frente al ara funerario de su hijo, con una vara de mirto, como se homenajeaba a los héroes de las olimpíadas.Como el día que aparecieron en su tienda, la madre,una mujer de apariencia frágil y el padre, distraído,mirando las urnas y las cajas relicario.

-Se siente culpable-dijo la mujer mientras ojeaba sus diseños en el ordenador.

Quería algo especial,un túmulo que reflejara el alma de su hijo. Le enseñó una foto de móvil,un adolescente abrazando a una chica.

-Tenía dieciséis años-se lamentó la madre. Te llevas toda la vida protegiéndolo de los accidentes, velando sus noches y no presientes que ante el desengaño amoroso estaba inerme, solo.

La madre se recostó sobre Carmela y lloraron abrazadas, después los cuatro,el marmolista retrasado del grupo y santiguándose, admiraron la espada a manera de cruz sobre la lápida con la inscripción del nombre del joven ,Blanco Guerrero.

Me temo que no ha aprobado este examen, señora, oyó decir al juez. No se preocupe, la consoló Sotelo en un tono de voz que debía usar con todos los detenidos que creía inocentes. Vidal dictaminó prisión preventiva para seguir interrogándola a la mañana siguiente. La habían encontrado al lado de seis cadáveres esa misma noche.Un sentimiento de impotencia invadió a Carmela cuando volvió a repetir que ella era inocente, que su única desgracia había sido descubrir a los muertos y avisar a la policía.Pero habían sido seis. Una gymkhana mortal.Y además estaba la coincidencia que era la propietaria de un taller de lápidas mortuorias.En tiempos de crisis la gente es capaz incluso de matar para salvar un negocio.

Volvió a pensar en su plan, al salir del cementerio compraría la cena de Nochebuena,una dorada tal vez, para hacerla al horno , mazapán y una chuchería para Toby que la estaría esperando como cada tarde dormitando en el sofá.Pero las cosas habían salido de otra manera.

Vidal,se pasó la mano por la frente mientras miraba a Toby.No había celdas para  perros testigos de asesinato y se ofreció para llevarlo aquella noche a su casa.Él tenía una perrita de agua. Carmela le dio las gracias mientras le abrían las rejas de un calabozo vacío. Se despidió de Toby diciéndole que no se preocupara, que al día siguiente estarían juntos. Le habían quitado el móvil, las llaves e  incluso las gafas de cerca. Cuando el juez y su perro desaparecieron escuchó un roce en el interior de la celda, no estaba sola como en un primer momento había creído. Sotelo oyó de nuevo en su despacho el clac metálico de la puerta que se cerraba en los calabozos.

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