Marzo de 2051

Al acabar la primera conferencia hubo un descanso de diez minutos, más para los oyentes que para los organizadores y la preparación de la siguiente ponencia. Se suponía que las conferencias iban a tener una temática apasionante, pero sin apenas recursos presenciales, la primera había pasado entre el público sin pena ni gloria. Sorprender en una feria de la tecnología, sin hacer apenas uso de la misma le había resultado complicado al primer ponente, que no pudo evitar acabar aburriendo a alguno de los presentes.

Y de los no presentes también.

Elija se levantó del cómodo sofá y fue a la cocina a ponerse el segundo café de la madrugada. Como la siguiente charla resultara igual de viva, corría el riesgo de quedarse dormido. El editor de su revista le había pedido que cubriera el ciclo de conferencias de la 10º edición de la Feria Internacional de la Tecnología y el Progreso de Berlín. Realmente éste es un acontecimiento donde cada año se presentan bastantes ideas interesantes, algunas de las cuales llegaban a buen puerto, o eran olvidadas para siempre,  cosa que variaba en función de la pericia en las exposiciones y demostraciones de los científicos e investigadores que participan. Respecto a las conferencias, no tenían por qué resultar necesariamente tediosas. La que acababa de ver de hecho tenía una temática muy interesante, se trataba de los avances que un investigador español había hecho sobre el aumento de la percepción sensorial en inválidos recientes, mediante el uso de una tecnología que pretendía “parchear” las partes dañadas y engañar al organismo para que fuera capaz de volver a percibir cosas que “sabía” como eran con anterioridad. Lo había planteado fundamentalmente sobre gente que había perdido el sentido del olfato o la vista, mediante una serie de aburridos vídeos sobre sus experimentos y sus progresos. En opinión de Elija, habría sido una idea interesante su hubiera llegado alguna década antes. La argumentación del científico español en defensa de su idea era que resultaba menos dañina para el organismo que otros avances científicos que habían remediado casi totalmente las nuevas invalideces (es decir, las que no eran de nacimiento).

Hizo algunos apuntes sobre la cuestión en su tablero y casi olvidó por completo el tema antes de sorber el primer trago del hirviente café.

Tenía alguna esperanza puesta en la segunda ponencia, que llevaba por nombre “El control y los límites de la vida: un acercamiento más al autodominio”. Un título que decía poco, pero que causaba expectación. Tal vez fue esta la razón por la cual los ponentes lo eligieron. Anotó esto para el artículo que escribiría más tarde, y actualizó el estado en su perfil de la red social de su revista: “5 minutos para la conferencia del profesor Cohen, ¿qué novedades nos traerá?”. Este tipo de actuaciones eran la regla en la actualidad; poner en todo momento lo que estaba pasando, o si no pasaba nada, lo que iba a pasar. Especialmente en el ámbito económico y comercial, tenía relevancia por el tema de tener en todo momento informados a los clientes, y en este caso, a los lectores. A él le parecía absurdo en ocasiones, pero formaba parte del trabajo. Era consciente de que a las seis de la mañana nadie iba a leer su revista sobre tecnología y avances científicos. Ni en Washington, lugar donde se encontraba y donde estaba la sede social de la revista, ni en América…ni probablemente en ninguna parte del mundo. Pero estaba acostumbrado a hacer aquello, y con tal de que Gordon, el editor, estuviera contento, lo haría sin problema. Lo más tedioso había resultado tener que madrugar, pero por suerte no había tenido que viajar hasta Alemania. La maldita nueva moda de la celebración presencial de actos, ya sean ferias, congresos, exposiciones o festivales, había vuelto y no le gustaba nada. Por suerte consiguió una autorización de prensa para el visionado directo de todas las charlas de la semana que duraba la Feria; por lo que cambió un viaje a Alemania por unos días de dormir a destiempo.

Haría unos cinco años que este tipo de reuniones arcaicas con público y participantes físicos había vuelto al plano del mundo económico, y el ámbito académico, estrechamente ligado en ocasiones al anterior, había hecho lo propio. Al principio esta moda se inició en Europa, pero la bonanza económica había arrastrado este tipo de excesos tanto a América como al resto de continentes, y a Elija le resultaba desesperante.

Por eso evitaba en la medida de lo posible estas situaciones. A Gordon no le importaba, ya que cumplía su cometido de igual modo si lo cubría de forma presencial o visionándolo en el salón de su casa mediante satélite, como hacía ahora.

Bebió otro sorbo de café, subió el volumen de la pantalla de la pared y centró su atención en el siguiente ponente.

*

El doctor Philliph Cohen estaba sentado en la sala que se había preparado detrás del escenario. No había prestado demasiada atención al anterior ponente: tenía suficiente con tratar de contener sus nervios, y repasar mentalmente una y otra vez su discurso. Iba a presentar en solitario los resultados del estudio que durante siete años llevaba realizando junto con su colega James Amelang. Éste no había podido acudir por problemas médicos, lo que había causado un grave pesar en Philliph, ya que aquella era la primera revelación ante el gran público de lo que habían descubierto. Solo esperaba que hubiera podido conseguir un pase de prensa para verlo desde su casa, donde el equipo médico de su comunidad le estaría dando los mejores cuidados. No pudo hablar con él durante la mañana ni en el día anterior, y casi tenía la seguridad de que su situación había empeorado notoriamente, ya que el hecho de que no le permitieran comunicarse con él, era indicativo de problemas. Tanto sus asistentes como sus médicos le estaban tratando como a un crío, sin decirle nada para no preocuparle y que realizara su exposición sin la sombra ficticia de algo que le preocupara en la cabeza.

Y se lo agradecía, ya que todos ellos sabían la importancia que para James tanto como para él tenía este proyecto, y la especial relevancia de la exposición de sus resultados en esta feria de Berlín. Lo habían llevado con toda la discreción que habían podido, sin evitar, claro, fisuras lógicas como los círculos familiares y los de amigos más cercanos, ya que lo que sus alumnos de la universidad sabían al respecto era que se encontraban continuamente ocupados. Pero no habían publicado ningún artículo en revistas científicas ni tampoco de divulgación, y mucho menos en los periódicos. Éste era el primer día que su proyecto vería la luz, y en parte lo que más le dolía era que su compañero no pudiera estar allí para enseñarlo juntos. Aunque hacía tiempo que sabía que sería así.

Habían investigado durante siete largos años, en un proyecto extraoficial (sus respectivas universidades no habían tenido nada que ver) y costeado con sus propios fondos, que les había entusiasmado tanto como desesperado demasiadas veces. En los dos primeros años trabajaron únicamente con las conjeturas que servirían como cimientos para el estudio, después desarrollaron un par de teorías en base a estas conjeturas, y para finales del cuarto año las desecharon todas, cayendo en una profunda desmotivación. Se exigieron demasiado y por ello vieron en ocasiones errores donde no los había, de modo que desecharon una idea que sería la que tras una revisión del material desdeñado, les dio el impulso necesario para recuperarse y continuar con la investigación. Pulieron esta idea durante el quinto y sexto año, y durante todo el séptimo se dedicaron a experimentar de la manera que les pareció más discretamente apropiada, dada la complejidad del campo en el que estaban investigando.

Siete años de investigación, y por fin tenían suficiente material como para hacer públicos sus resultados. A pesar de todos los años de carrera profesional que llevaba a sus espaldas, se sintió extrañamente nervioso por la conferencia que iba a pronunciar a continuación.

“El control y los límites de la vida: un acercamiento más al autodominio”. Durante su período en la universidad como alumno, Philliph había tenido un profesor que siempre decía que las conferencias, charlas, artículos, etcétera, debían tener un título llamativo, que sirviera de gancho, y que no reflejara explícita ni necesariamente el contenido del mismo. Debía ser algo así como una pequeña mentira (pequeña porque realmente estaba vinculado con el tema a tratar, y mentira porque prometía más de lo que iba a dar), que iría seguido de un segundo título, explicativo del primero, y que se correspondía más con la realidad. Siempre había intentado seguir esta norma, aunque en esta ocasión tanto el título como el subtítulo le habían quedado con la fórmula del primero, es decir, demasiado fantasiosos e irreales. A James le había gustado, y no le pareció de hecho tan fantasioso, probablemente por saber de primera mano la magnitud del descubrimiento que se traían entre manos.

El coordinador del evento le comunicó que tendría que entrar en tres minutos. Philliph asintió y vio como se marchaba para hablar con algún ayudante.

A pesar de la presión se encontraba relajado, tras la conferencia sentiría un alivio que llevaba años sin sentir. Lo único que deseaba era poder alejarse de allí, informarse de si su querido colega había tenido fuerzas suficientes como para ver la conferencia y descansar.

Se levantó de su asiento, ordenó sus papeles y se engalanó la chaqueta. Inició su camino hacia la vuelta del escenario, como si no supiera desde hacía ya algunas semanas, que su compañero de investigación y amigo, moriría en algún momento de aquel preciso día.

*

Al comienzo de la mañana, Elija había sufrido una sesión de más de cuatro horas de conferencias; tomando minuciosos apuntes en ocasiones, y someras notas en otras, para el posterior artículo que tendría que tener escrito y publicado a primera hora de la tarde.

Si el tiempo que había transcurrido desde que se levantara hasta ese momento había sido duro, ahora venía uno aún peor: el de la redacción. Tras una ducha se dispuso a ello, con el simple razonamiento en la cabeza de que cuanto antes empezara antes acabaría.

De las charlas de aquella jornada, la que más le había llamado la atención fue la del doctor Cohen, a pesar de que para su exposición había utilizado como único recurso sus palabras y la proyección de algunas imágenes, sin demostraciones in situ ni demás artimañas para impresionar al público. Éste comenzó con la justificación de su investigación, atribuyéndosela únicamente al afán de conocimiento en la vida de la gente. Si sabíamos cuando empezaba la vida, y programábamos todos los acontecimientos posibles dentro de ella, lo único que le faltaba por conocer al ser humano, era la fecha de su muerte.

Al parecer, tanto él como el ausente catedrático James Amelang, habían desarrollado un programa de ordenador, que mediante una serie de operaciones matemáticas tremendamente complejas, las cuales comprendían la conjunción de un grupo de variables (no especificó qué clase de variables, ni de dónde procedían éstas), el cual era capaz de determinar la fecha de la muerte de cualquier persona.

Habían realizado experimentos en varios hospitales con enfermos terminales y de nuevo ingreso con diagnósticos muy graves, y el índice de aciertos había resultado abrumador. Esto, traducido en cifras, significaba que el cálculo había sido exacto sobre veinte enfermos terminales y de nuevo ingreso; con variación de uno o dos días sobre dieciocho enfermos terminales y uno de nuevo ingreso, y erróneo o sin resultados positivos (es decir, no se había producido muerte de los sujetos) en doce casos sobre pacientes de nuevo ingreso muy graves y uno terminal. Esto no dejaba unas proporciones de tantos por cierto perfectos, pero en vista del avance que suponía, los resultados de los experimentos podían calificarse como exitosos, y así lo hizo Philliph Cohen, que con una sobriedad increíble realizó su ponencia y se marchó del escenario, sin permitir  siquiera una ronda de preguntas, cosa que no sentó demasiado bien a los asistentes al acto.

Este hecho le permitiría en su artículo darle un tono novelesco al asunto, incitando incluso a la controversia y la discusión, dando forma de manera imaginaria a esas preguntas que no pudieron ser formuladas. “Estaban tan obsesionados con poseer el conocimiento que no se plantearon acaso una simple cuestión ¿debían hacerlo?”, los puntos de vista filosóficos están bastante pasados de moda, pensó, pero aún tenían su público. Otra cuestión que podría incluir en su artículo era la que realmente cabría esperar oír, la puramente escéptica: “¿realmente tengo que creerme que esto no es una farsa?” Lo cual era una gran posibilidad, aunque él personalmente le diera el beneficio de la duda, pero el hecho de que Philliph saliera tan rápidamente de allí invitaba a pensar en esta línea.

Sea como fuere, evitaría en la medida de lo posible emitir opiniones personales en el artículo, como acostumbraba a hacer, aunque le pudiera resultar complicado por lo realmente llamativo del tema.

Dura mañana de escritura le aguardaba. En ese momento no le habría importado conocer la fecha de su muerte, para evitar tal vez un buen rato de sufrimiento, y aprovechar el tiempo que le quedaba de otra manera.

Hecho que no habría estado de sobra, por algo que sucedería poco después.

Abril de 2051

James salió del despacho de Gordon algo decepcionado por el encargo que le acababa de hacer su editor. Uno de los trabajos que tendría que realizar estaba relacionado con los científicos europeos que supuestamente habían descubierto una fórmula para averiguar la fecha de la muerte de la gente. Desde que Elija sufriera el accidente, él se había encargado de redactar prácticamente todos los asuntos de la revista, y no daba abasto. Raramente Gordon escribía alguna reseña sobre ciertos temas, y antes del fatal contratiempo, eran tanto él como Elija los que escribían la totalidad de los artículos, con excepción de las ocasiones que tenían colaboradores de alguna universidad, que les hacían algún artículo especializado sobre las materias en que fueran especialistas. Pero llevaba un mes siendo el único redactor, y ello no había repercutido únicamente en la mayor carga de trabajo que ahora recaía sobre James, sino también sobre la calidad de la publicación. Pero a Gordon no parecía importarle; llevaba varias revistas, y la de corte científico en la que ellos trabajaban era la que menos le preocupaba. Pero para James “Annales del Progreso” era su única fuente de retribución, y le generaba bastante malestar esta situación.

Al parecer esa semana, entre otros encargos, debía hablar sobre este caso en particular. Pero había estado siguiendo este tema desde que Elija le dejara involuntariamente el relevo, y ciertamente, poco podía decir al respecto. Después de la agridulce conferencia en la Feria de la Tecnología y el Progreso de Berlín, se desató una breve polémica que hizo que dos semanas más tarde fuera convocada, no se sabe muy bien por quién, una grotesca serie de demostraciones que pretendían deslegitimar las acusaciones de fraude que habían caído sobre el profesor Philliph Cohen y su difunto compañero James Amelang. De manera intermitente, fueron colgados en la red una serie de documentales breves sobre la muerte de varios sujetos. Dichos documentales fueron grabados la semana anterior, muy rápidamente, y mostraban la predicción de la fórmula sobre los sujetos, señalando la fecha de su muerte (que era siempre de uno o dos días más tarde), filmando todo lo que sucedía hasta la muerte del mismo. El formato era simplemente aburrido, ya que se trataban de horas y horas de grabación de los pacientes en los hospitales, hasta que llegaba el momento final. Cada caso contaba con una versión acortada y maquetada para causar mayor impresión, aunque iba siempre acompañado del archivo de vídeo completo. Él mismo  estuvo delante de la pantalla durante horas revisando todos los materiales aportados por el profesor Philliph Cohen y la entidad que estuviera detrás de aquella costosísima operación. Le resultó algo escalofriante que en el día señalaron, efectivamente los individuos murieran, si bien podía tratarse perfectamente de un montaje. Pero durante esa semana de vídeos interminables sobre la muerte de hasta tres pacientes, lo que menos preocupó a los medios fue quién estaba detrás de todo aquello, ya que, si bien durante su investigación los científicos no contaron con ningún tipo de financiación externa, era evidente que todo este espectáculo había sido financiado y montado por otras manos, aparte de las de Cohen, que ni siquiera salía en las grabaciones.

Pero en definitiva, lo más llamativo fue el último de los experimentos. Durante el domingo de esa semana, fueron instalados en un pabellón de la ciudad de Berlín asientos y cámaras para que la prensa y algunos pocos invitados sin relación con el mundo de la prensa contemplaran en directo lo que hasta entonces solo habían podido ver en un vídeo. La sesión, para la que James consiguió un pase de visionado directo, se inauguró a primera hora de la mañana con la exposición de la ficha del sujeto: Harold Zemeckis, inglés de treinta y cinco años, sin problemas médicos reseñables, el cual moriría a lo largo de aquel día, según los cálculos del programa informático. Había accedido a participar en el experimento ya que estaba convencido de que aquello era una estupidez, y le parecía gracioso, cosa que pudo verse claramente en los comentarios que realizó hasta las siete y cuarenta y seis minutos de la tarde. A esa hora sufrió un paro cardíaco, ante el cual el servicio médico de emergencia no pudo hacer nada.

La emisión se cortó a las ocho y treinta y cinco minutos, cuando hubieron retirado el cuerpo, y la clausura, al menos televisiva, consistió en un simple: “fin de la demostración”, pronunciado por el presentador del acto.

Este, catalogado por algunos como “bizarro espectáculo”, provocó el interés de la policía de Berlín, en vista de las sospechas que podía generar todo aquel asunto. Pero tras una breve investigación,  las autopsias de los cuatro individuos revelaron que en sus muertes nada habían tenido que ver acciones humanas, movidas, como se pensó, por aquel científico y sus desconocidos financiadores.

Hubo opiniones para todos los tipos, desde los que pensaban que se trataba de un actor y estaba todo montado, hasta los que creían realmente que había muerto, pero achacaron la muerte, no a la ineficacia de los servicios médicos, sino al hecho de no haber contratado por parte de la organización un servicio médico, en vista de lo que creían que iba a pasar.

De esta desconcertante manera había acabado aquel asunto, y eso era todo lo que podía decir James sobre el caso. Nada nuevo podría añadir, ya que estas informaciones ya habían sido publicadas previamente durante aquella extraña semana de experimentos. El único hecho reseñable, era la falta de hechos actualmente. La única cabeza visible de todo aquello, el profesor Cohen, estaba completamente desaparecido desde su conferencia en la Feria de Berlín de hacía un mes, ya que ni siquiera había estado presente durante lo de Harold Zemeckis, y todos los que formaron parte del equipo que montó aquella demostración declararon no tener ni idea de para quién habían trabajado realmente. Lo hicieron para una empresa, que había sido subcontrataba por otra empresa, que había realizado el encargo por parte de otra empresa… y así hasta perder el rastro.

El hecho fue muy sonado durante algunos días, pero la falta de información tan abrumadora que hubo a partir de ese domingo, llevó a que se perdiera el interés rápidamente, lo cual sumado a lo extraño del caso, así como a nuevas noticias e informaciones sobre otros asuntos, hicieron que se esfumara la atención internacional que llegó a generar durante aquel tiempo.

Tan pronto como apareció en la escena, no solo científica sino también del ámbito no académico, desapareció, y apenas un mes después de todo esto, él, pensó, se dedicaría a rescatar algo que parecía de un pasado lejano. “¿Será este el final de la historia?” Así acabaría su artículo, tratando de darle un tono enigmático a algo que, personalmente, no le veía especial interés.

Al fin y al cabo, casi lo más relevante de aquella 10ª Feria de la Tecnología y el Progreso había resultado el accidente de Elija, que le había dejado en coma. Frívolamente, James pensó que si aquello de la fecha de muerte fuera verdad, sería interesante conocer la de su compañero para saber durante cuánto tiempo iba a estar haciendo él todo el trabajo. Incluso se le ocurrió que de haber sucedido antes, tal vez Elija hubiera sido un sujeto de experimentación para Cohen y Amelang.

Febrero de 2052

Gordon salió a toda prisa de la terminal, en dirección a la parada de taxis. El vuelo desde Washington había sufrido un retraso de más de dos horas, así que no tendría tiempo de pasar por el hotel para cambiarse de ropa… ni para dejar el equipaje de mano que había llevado. Tendría que fiarse del taxista, al que encargó la tarea de llevarlo por él al hotel, con la promesa de una generosa propina. No sería una gran pérdida en ninguno de los casos, porque todo lo que tenía en ella era una muda, no mucho mejor que la que llevaba puesta.

El taxista le condujo a toda la velocidad que le fue posible desde el aeropuerto de La Guardia hasta el Madison Square Garden, donde tendría lugar en pocos minutos la presentación del producto. Un producto llamado “Conocimiento”, del que ni él, ni ninguno de los invitados, sabía nada, salvo el escueto mensaje publicitario, que no servía para resolver ninguna duda, sino más bien para crear nuevas preguntas sobre de qué se trataría. Todo lo que conocía de aquello era que el evento estaba organizado por una sociedad llamada T-COM, que había aparecido recientemente en el mercado. Y eso era todo. Evidentemente había mucha gente poderosa detrás de aquello, ya que elegir este lugar para la presentación del producto no se lo podía permitir cualquiera, por no hablar de la presuntuosa campaña publicitaria anterior al evento, que había tenido emisiones a nivel mundial, así como lo tendría la de aquella noche.

Cuando recibió la invitación quedó ciertamente extrañado, porque no se trataba de un pase para el visionado directo del evento, sino una invitación para asistir personalmente. Rápidamente de enteró de que otros personajes del mundo de la prensa especializada o semi-especializada habían sido también invitados, presumiblemente para que hablaran en primera persona de aquello, sin recurrir a redactores. Esto le había gustado, porque hacía tiempo que no asistía a algo así, y desde luego la empresa había jugado bien sus cartas, porque ya sin asistir al evento, estaba seguro de que hablaría sobre lo que tendría lugar ese día, ya fuera para bien o para mal, dedicándole un lugar especial en sus publicaciones. Pero puesto que no sabía de qué se trataba, aún no sabía en cuál de ellas podría hacerlo. Era consciente del punto que alcanzaba su excitación, y cuando sentía que llegaba demasiado alto, intentaba calmarse y pensar con claridad, ya que tal vez todo aquello no fuera más que otro ridículo espectáculo para presentar alguna nueva película o programa de televisión, como había sucedido otras veces.

Eso encajaba con la idea de la difusión absolutamente abierta que tenía la organización sobre el evento, ya que no se iba a emitir en directo de manera restringida para los medios, sino que iba a ser en abierto desde la página web que T-COM había abierto a tal efecto.

Conforme el coche se acercaba más y más al edificio, su excitación iba en aumento, y fue consciente de lo multitudinario que iba a ser el evento. Las calles se encontraban completamente abarrotadas de coches y peatones que iban en su misma dirección. Pensó lo desagradable que le habría resultado a Elija, uno de sus redactores, de haber tenido que asistir. Ya casi no se acordaba del lamentable estado en el que se encontraba desde el año pasado, y se prometió a sí mismo que iría a verlo en cuanto volviera a Washington. Aunque sabía que era una promesa vaga; que no volvería al hospital hasta que le comunicaran o que había despertado, o, lo más probable, que había fallecido.

Este fue un pensamiento breve, ya que el taxista le interrumpió anunciando que si quería llegar a tiempo, debería bajarse e ir a pie. Esto parecía obrar en contra de los intereses del taxista, pero la carrera hasta el hotel para dejar su equipaje correría por cuenta de Gordon, así que se permitió parecer atento ante su cliente.

Tras recorrer las dos calles que le separaban de su destino, y abrirse paso a través de la muchedumbre, consiguió llegar a una de las puertas de acceso, colocadas previamente del photocall con un reminiscente alfombra roja que daba paso a la puerta principal del recinto. Los personajes importantes habían entrado ya, pero seguía habiendo muchos curiosos agolpados alrededor de la entrada, a la espera de no se sabe muy bien qué, por lo que para cuando entró al recibidor principal solo había algunos miembros de la organización y algunos invitados que llegaban tarde como él. Para el evento habían decorado especialmente el lugar, con motivos de las culturas clásicas griega y romana, y con una preeminencia del color dorado y plateado sobre los demás, que al juicio de Gordon no era demasiado apropiado ni elegante, aunque desde luego sería inolvidable. El mensaje era absolutamente claro: lujo, lujo y más lujo. Entró en recinto principal y tomo asiento en la zona asignada en su invitación justo cuando el presentador del acto daba paso en el escenario al doctor Philliph Cohen. Cuando este hizo su aparición la sorpresa entre el público fue moderada; muchos no sabían de quién se trataba, pero no era el caso de Gordon. En seguida hiló cabos y comprendió que todo este asunto de “Conocimiento” era lo que había tenido desaparecido al científico desde la Feria de la Tecnología del año anterior. Y era muy probable que los que estuvieron detrás de la que en su día se llamó “semana de los experimentos”, con la controvertida muerte de aquel hombre por televisión, fueran los creadores de T-COM.

Gordon pensó que la aclaración de este asunto sería un tema interesante para su artículo, y se dispuso a exprimir lo máximo posible su estancia en aquel lugar para recabar información. Pero en este sentido poco puso hacer.

El doctor hablo durante apenas cinco minutos sobre las maravillas de aquel avance, de aquel producto, que cambiaría radicalmente a mejor el modo de vida, y el uso que se le daba a esta, a quienes obtuvieran el conocimiento que otorgaba este producto.

El presentador despidió rápidamente al doctor y procedió a presentar, mediante un video proyectado en una pantalla gigante, el fabuloso Conocimiento. Este le daba al cliente la fecha de su muerte, con una exactitud casi milimétrica. El producto se presentaba como si fuera un coche de lujo, un complemento que pretendía ser un artículo necesario en la vida de cualquiera que se considerase digno, elegante, respetable… y adinerado, por supuesto. No hablaron durante la presentación del costo del producto, pero para Gordon resultó evidente, no solo por la presentación en sí, sino también por toda la parafernalia previa y el espectáculo que había allí montado, que rezumaba exclusividad por todos los poros, el hecho de que no sería ni mucho menos algo que todo el mundo pudiera permitirse.

El resto del acto consistió en una extraña gala con catering, pantallas gigantes con proyecciones sobre las virtudes del producto y una enorme cantidad de representantes del mismo, que hablaban sobre Conocimiento de manera más cercana con los invitados, todo ello rodeado de una elegancia y un lujo indudables.

Naturalmente no se mencionó nada de cómo habían llegado a tal descubrimiento, ni lo relacionado con la semana de los experimentos. Gordon pensó que tal vez más adelante la compañía publicara algún dossier sobre la historia de su producto, y le gustaría saber de qué manera pasaban por este aspecto, el cual no podrían obviar durante mucho tiempo.

Al finalizar la presentación intentó contactar con el doctor Philliph, pero le fue absolutamente imposible, ya que nadie de la organización supo decirle donde se encontraba, ni sabían la forma de contactar con él. Respecto al acto en sí, había quedado impresionado. Evidentemente hablaría de aquello en un artículo que escribiría personalmente, y que incluiría en al menos dos de las publicaciones que editaba. Si bien es verdad que este texto presentaría más dudas que alabanzas, sobre todo en lo referido a las comienzos de la empresa.

Mientras regresaba en un taxi el hotel, se preguntó hasta dónde llegaría el éxito comercial de Conocimiento.

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