Capítulo I

A las 6.30 de la mañana sonó el despertador, anunciando a Iván y a su mujer, Cristina, que la jornada daba comienzo.

 

Iván como de costumbre se levantó sin hacer más pereza y sin esperar a que sonara de nuevo el despertador, puesto que irremediablemente no quedaba más remedio que levantarse, el trabajo les esperaba. Por el contrario Cristina se quedo tumbada y bien arropada esperando a que sonara de nuevo una segunda o tercera vez la maldita alarma del despertador.

 

Iván al incorporarse pensó para sus adentros que estaba más cansado que cuando se había acostado hacía apenas seis horas, sintiéndose terriblemente agotado por no haber descansado lo suficiente, aunque por desgracia esta era una sensación bien conocida para él.

 

– Buenos días cariño, levanta ya y no esperes a que suene el despertador otra vez, que vas a conseguir que se despierte la niña y entonces estamos perdidos

– mmmmmhhh!!, no puedo. Avísame cuando termines de ducharte

-vale pero si se despierta la niña te encargas tú.

 

Dicho esto, se incorporó y rápidamente se fue a la ducha para ver si con el agua conseguía despejarse y además entrar en calor porque la temperatura de la casa a esas horas de la mañana era gélida, ya que Iván y Cristina, a pesar de estar en el mes de febrero, tan solo ponían la calefacción dos horas al día, para no gastar lo que no tenían. 

 

– Dios, ¡qué frio!, pensó para sí mientras que esperaba metido en la ducha a que empezase a salir agua cliente por la ducha.

 

Al cabo de unos minutos se abrió la puerta del baño y Cristina apareció con ánimo de ducharse, una vez que Iván, con su ducha, había conseguido que subiera la temperatura del baño, así que se desnudó y se metió en la ducha. Aquella escena aunque fuera cotidiana, conseguía animar a su marido por dormido que estuviera, que la disfrutaba como si fuera un recién casado.

 

Pero poco duró aquel momento de paz, porque la pequeña se despertó y empezó a llorar, así que como Cristina aún estaba en la ducha, Iván con la cara llena de espuma de afeitar tuvo que salir a toda prisa para cogerla antes de que despertase a sus otras dos hijas Paula, de cinco años, y Clara de siete. Puesto que la casa de Iván y Crisitna era pequeña, apenas tenía sesenta metros cuadrados en los que vivían ellos dos junto a sus tres hijas, y el llanto de la pequeña se podía oír perfectamente desde cualquier rincón de la vivienda.

 

Lamentablemente, Iván no fue lo suficientemente rápido, así que a las siete menos diez de la mañana los cinco miembros de la familia ya estaban de pie, y dentro del pequeño cuarto de baño, lo cual era un auténtico caos, puesto que no había sitio para todos.

 

– Déjame hacer pis, dijo Clara

– no, ayer tú fuiste la primera hoy me toca a mí, respondió Paula

– no, que me toca a mí hoy que no puedo aguantar más, respondió Clara a su vez,

 

Y entonces empezaron a pelearse

 

Así que Iván aceleró lo que pudo el afeitado con el consiguiente corte de su mejilla, y se fue a vestir rápidamente a su habitación que aún permanecía helada, lo cual le proporcionó una sensación bien desagradable al desprenderse del albornoz que cubría su cuerpo aún si haber terminado de secarse. 

 

Sin terminar de vestir Iván se puso a preparar las tostadas de las pequeñas, mientras que llenaba las tazas de leche. Pero aquella mañana no iba a ser tranquila, así que mientras que preparaba el desayuno y Cristina terminaba de ducharse Paula, tiro el vaso de agua que tenía en la mesilla de su habitación, mojando el pijama de la pequeña Carmen que empezó a llorar con todas sus fuerzas reclamando la atención de sus padres.

 

– ¡Cristina!, sal ya de la ducha y cambia a Carmen, que Paula la ha empapado el pijama y con lo fría que esta la casa se va a poner mala.

 

Pero Cristina no le oía, porque estaba con el secador, así que tuvo que dejar el desayuno a medio hacer e irse a recoger el agua y cambiar a la pequeña.

 

– ¿Por qué chillas Iván?, dijo Cristina cuando abrió la puerta del baño vistiendo su albornoz blanco

 

– Por favor, vete a ver si no se han quemado las tostadas porque he dejado la cocina abandonada por venir a poner paz entre los niños.

 

Pero las tostadas ya se habían quemado, así que hubo que empezar de nuevo con las tostadas mientras que las niñas entre peleas se ponían el uniforme del colegio.

 

Cristina se dirigió al cuarto de las niñas para intentar poner orden y que de una vez por todas se terminaran de vestir, mientras Iván se fue al dormitorio con la pequeña Carmen para darle el biberón.

 

Poco después y tras una pequeña batalla la familia al completo estaba desayunada, vestida y preparada para afrontar un largo día de trabajo.

 

– Bueno darme un beso, que me voy que ya son casi las ocho y media y no llego a tiempo de abrir la tienda, dijo Iván dirigiéndose a la puerta

– adiós papa le dijeron sus hijas tras darle cada una de ellas un beso en la mejilla en la que no se había cortado al afeitarse

– adiós cariño que tengas un buen día, le dijo también Cristina

 

Cristina, salió poco después para llevar a Clara y Paula al colegio, y luego volver a casa desde donde trabajaba como procuradora a la vez que se encargaba de Carmen hasta que llegaba su madre a echarla una mano y así no había que pagar guardería.

 

Cristina había montado su pequeño despacho en el salón de la casa, y aunque era tremendamente ordenada el volumen de papel que manejaba por su profesión hacía imposible que no hubiera expedientes repartidos por toda la casa, incluso algunos servían de soporte para la televisión o llegaban a ser un fantástico material de construcción para sus hijas, cuando querían construir formidables castillos de princesas en sus juegos. Alguna vez incluso llegaron a servir como somier de una cama improvisada sobre el que se ponía un colchón hinchable cuando se quedaba a dormir la sobrina de Cristina.

 

El negocio de Cristina, la robaba mucho tiempo, demasiado, en opinión de Iván, que sentía lástima por ello, pero suponía la mitad de los ingresos de la familia e incluso algunos meses la principal fuente de ingresos.

 

A los ojos de Iván aquel trabajo era lo más parecido a la esclavitud que podría existir para su mujer, puesto que tenía que estar pendiente de recibir las notificaciones de los juzgados todos los días del año. Incluso alguna vez tuvieron que regresar unos días antes de sus vacaciones en el pueblo, porque había surgido algún problema con algún pleito y era necesario que acudiera al juzgado a hacer alguna tediosa gestión. Y ello a pesar de que en teoría los juzgados en agosto estaban prácticamente parados, aunque no para algunos asuntos de vital importancia para el funcionamiento del país, como sucedió aquella vez, que el juzgado abrió un 17 de agosto por un tema relacionado con dos equipos de futbol que debatían sobre la venta de un jugador.

 

Por fin Iván salía de casa para ir a su tienda, una fotocopiadora, que antes había sido imprenta, y que desde hacía diez años era suya tras retirarse su padre del negocio familiar, en la que Iván llevaba trabajando desde que terminó sus estudios en la universidad, incluso antes, puesto que en su tiempo libre siempre aprovechaba para ayudar a su padre con la tienda.

 

El trayecto le llevaba entorno a treinta minutos que recorría todos los días andando, mientras que escuchaba la radio o música según le apetecía cada día, aquél momento lo disfrutaba muchísimo porque además de brindarle la oportunidad de tener un rato para poder pensar en sus asuntos, le permitía hacer algo de deporte, sin necesidad de tener que ir a un gimnasio, algo que no podía permitirse con tres hijas por una cuestión no solo de dinero sino también de tiempo, puesto que su día prácticamente lo tenía ocupado minuto a minuto.

 

Al salir, se encontró en el portal con Basilio, el conserje del edificio en el que vivían, un oficio bien antiguo pero en vías de extinción, lo que consiguió  paulatinamente hacer perder a los edificios un pequeño elemento de convivencia entre los vecinos dando un punto más de frialdad a aquellos edificios en los que convivían vecinos durante años sin llegar a conocerse jamás, de hecho Iván y Cristina tan solo conocían a sus vecinos de planta, pero de forma superficial y como consecuencia de encontrarse ocasionalmente en repetidas ocasiones en el descansillo de la vivienda al ir o volver de trabajar.

 

Basilio era de los pocos afortunados que aún conservaba su puesto de trabajo, gracias a que era una buena persona y a que por aquel entonces tan solo le quedaba un año para su jubilación  puesto que tenía ya 69 años, muy lejos quedaban ya aquellos maravillosos años en los que era posible la jubilación con tan solo 65 años, la mayor longevidad de las personas, el descenso pronunciado de la natalidad y una arcas del estado vacías, habían obligado a este cambio. Esos 69 años, habían salvado a Basilio de ser despedido aquél último año de trabajo porque era un desastre como conserje, jamás se ponía la indumentaria que le correspondía, se pasaba el día perdido por el edificio y en los locales colindantes, y había convertido el pequeño cuarto de descanso que se le asignó para descansar en sus ratos libres, en un museo de juguetes baratos y antiguos junto a poster de jugadores del Real Madrid y la selección española de fútbol. La verdad es que era un niño con cuerpo de hombre, que disfrutaba con las cosas más simples.

 

– Buenos días Basilio, ¿qué tal, mucho frio esta mañana?

– menos que hace años, cuando yo era joven todavía nevaba en Madrid durante los inviernos

– bueno, quizás algún día volvamos a verlo

– no lo creo Don Iván, eso ya no lo verán sus hijas

– pues una lástima. ¡Hasta la tarde Basilio!

 

Aquella mañana la temperatura era baja y el suelo aún estaba mojado por la lluvia que había caído durante la noche, lo cual agradaba mucho a Iván porque esas mañanas el aire olía diferente, olía a limpio, aunque poco duraría la sensación, porque la contaminación de los grandes atascos que se formaban los días lluviosos y las calefacciones de los edificios se encargarían rápido de dar color gris a la atmosfera que rodeaba la ciudad.

 

Pero mientras eso sucedía Iván disfrutaba de su paseo, escuchando música y paseando hacía el trabajo  

 

Aunque intentaba variar lo más posible su trayecto a la tienda, inevitablemente  siempre tenía que acabar pasando por una de las avenidas más grandes y transitadas de Madrid, el Paseo de la Castellana, aunque Iván jamás comprendió porque lo llamaban Paseo, porque poco tenía de eso, más bien lo contrario, ya que las aceras para los peatones habían quedado reducidas a la mínima expresión, a favor de más y más carriles destinados para el paso de miles de automóviles. En realidad más que paseo se debería llamar Autovía de la Castellana, pensaba para sus adentros Iván, recordando una vez que un cliente francés entro en la tienda perdido preguntando cómo se iba a esa gran autopista que atravesaba Madrid de norte a sur, refiriéndose al Paseo de la Castellana.

 

Qué absurdo era aquello, pensaba Iván mientras veía a miles de personas en sus automóviles, los mismos que había visto ayer y que vería mañana circulando de nuevo con sus vehículos con la inútil esperanza de no encontrar un día más los interminables atascos que todos los días se formaban puntualmente, más aún cuando había llovido.

 

De repente, la canción de Clocks de Coldplay que iba escuchando fue interrumpida por una llamada de su buen amigo Tomás.

 

-¿Qué tal Iván, cómo te va?

– Paseando, ya me conoces

– Yo ya llegué a la oficina hace un rato y estoy preparándome para el largo día que me queda por delante, ¡qué pereza!. Y encima hoy nos viene a visitar el jefe de zona, horror

– Pues yo estoy aquí rodeado de miles de bobos con sus coches, que todos los días se dan cita en la Castellana para crear un buen atasco, visto desde fuera, es como si se citarán por la red, para intentar batir cada día el tamaño del atasco del día anterior. Con la cantidad de gente inteligente que hay por el mundo, no podrían poner a alguien para intentar solucionar lo de los atascos.

– me temo que la solución a ese problema es imposible porque el motivo no es otro más que el egoísmo de los hombres.

– ¿el egoísmo?

– sí, porque aunque el mejor de los ordenadores organizase el tráfico de la ciudad, y nos dijese por las diferentes calles que deberíamos ir para evitar el embotellamiento, los hombres conseguiríamos de todas formas formar un nuevo atasco, porque todos querríamos ir por el camino más corto, y que sea el de al lado el que vaya por el camino más largo aunque no tenga tráfico

– tienes toda la razón,

– En fin. Te llamó para contarte que ayer me encontré en la calle con Javier

– ¡qué bueno!, ¿y qué te contó?

– pues que se va a vivir a Australia, según me ha contado, ya no aguantaba más este ritmo de vida, odiaba su trabajo y no encontraba nada que lo incentivase a seguir viviendo en esta ciudad.

– ¡Caramba! No sabía nada

– ¿hace cuanto qué no hablas con él?

– seguro que más de tres meses, le tengo que llamar

– si pero espera, que además me contó que ahora se ha enamorado de una australiana y que ha dejado a María, después de ocho años con ella, y por eso se marcha a Australia

– Este Javier siempre con sus historias, y qué pretende hacer allí

– Pues eso es lo mejor, quiere montar un restaurante de comida española

– ¡coño!

– Recuerda que siempre ha sido muy cocinillas, incluso acuérdate aquella vez que le dio por presentarse a uno de esos programas de televisión y casi gana.

– es verdad, ahora me acuerdo. Pero va dejar su trabajo de abogado después de lo que ha luchado, si además le debe ir muy bien económicamente

– según parece si, está cansado de lo que hace y no quiere vivir sin ilusión. Desde luego tenía una sonrisa en la cara de oreja a oreja cuando me estaba contando sus planes de futuro

– me dejas de piedra

– así me quede yo ayer

– ¿y cuándo tiene intención de irse?

– pues me dijo que en quince días, quizás un poco más, porque estaba con todo el papeleo y quería alquilar su casa antes de irse

-oye porque no le llamas y le dices que si nos vemos este viernes, la verdad es que me gustaría verle antes de que se marche

-ok, le llamo y te cuento en que quedamos

-muy bien, pues hablamos

 

Una vez que colgó el teléfono empezó a pensar sobre lo que le había contado su amigo sobre Javier, era muy chocante, y le había impresionado una barbaridad, como una persona seria y responsable como Javier, que nunca se había caracterizado por hacer locuras, de repente estaba decidió a romper con todo. Se habría vuelto loco, no se le ocurría pensar que estaba jugando con fuego, podía perder todo lo que hasta ahora había conseguido. Se le habría nublado el pensamiento por culpa de esa australiana. No era lógico el comportamiento de Javier.

 

Recordó entonces Iván, como desde pequeño Javier se había salido siempre con la suya, muy a pesar de sus padres. Sobre todo de su padre que quería que su hijo fuera médico como él, pero Javier no había nacido para la medicina, de hecho no podía ver sangrar a una persona porque se mareaba, y odiaba con toda su alma los hospitales. 

 

Sin embargo, por un momento pensó de nuevo Iván sobre lo que quería hacer Javier y recordó que Javier siempre había dicho que su sueño era montar un restaurante,  desde siempre le encantaba cocinar, incluso cuando terminaron la carrera, Javier les propuso a Tomás y a él, abrir una franquicia de comida rápida juntos, pero aquella idea quedo en nada al poco de proponerla por falta de recursos. Quizás Javier no estuviera tan loco, simplemente se estuviera limitando a ser honesto consigo mismo,  e irse a otro país era la oportunidad de cumplir un sueño     

 

-¡Qué valiente es este Javier, siempre lo ha sido y siempre lo será!, seguro que la irá bien, pensó para sus adentros Iván.

 

Javier siguió caminando hacia su trabajo, pero de repente, se paró en seco en mitad de la calle, con la mente en blanco, mirando a su alrededor como si no conociese aquél lugar, a pesar de que había pasado por él durante los últimos 18 años día tras día, y se vio reflejado en un escaparate, y entonces se pregunto:

 

– ¿quién soy yo y qué hago aquí? 

– ¿de verdad soy la persona que estoy viendo en el escaparate?

 

Iván no se había planteado nunca antes estas cuestiones, simplemente se había dejado llevar. Iván desde pequeño siempre había sido una persona responsable y trabajadora que nunca dio problema alguno en la escuela, y que curso a curso habían ido pasando los años aprobando las materias y los cursos sin mayor complicación. Cuando llego el momento de estudiar en la universidad, tampoco tenía clara una idea de lo que quería estudiar así que estudio derecho, no con la idea de ser abogado si no por el simple hecho de tener un título universitario que le diera la posibilidad de trabajar en muchos sitios. Y cuando terminó sus estudios universitarios, la situación económica del momento dibujo su destino sin que él tuviera la oportunidad de decidir, puesto que apenas había trabajo para los jóvenes recién licenciados como él, así que la única opción que tuvo fue ponerse a trabajar con su padre. Una decisión, por otra parte, que fue muy del agrado de su padre, que confiaba plenamente en Iván para continuar con un negocio que llevaba explotando su familia cerca de cincuenta años.

 

Con el tiempo, y como era una persona responsable y sensata, aprendió bien el oficio y termino por hacerse cargo de la  tienda ayudando a su padre a modernizar la imprenta y dando paso sucesivamente a las fotocopiadoras, a la impresión de fotos, a un pequeño locutorio de teléfono e internet, incluso a la venta de teléfonos móviles.

  

– llevo tanto tiempo haciendo esto que nunca me he parado a pensar si me gusta.

– ¿me gusta lo que hago?, es más ¿me gusta mi vida?

 

Se quedó un rato pensando, sin saber que responderse a si mismo

 

Al fin tras unos segundos de reflexión que para Iván fueron como horas, se dijo a sí mismo:

– me llamo Iván, me gusta mi vida, amo a mi mujer y adoro a mis hijas por las que debo luchar, y por las que merece la pena conseguir cualquier objetivo, pero soy propietario de un negocio en decadencia que aborrezco, es gris y deprimente y no quiero morir haciendo esto.

– ¿Y ahora qué hago? Se preguntó de nuevo Iván

 

– Maldita sea, soy padre de tres maravillosas hijas, a las que quiero con toda mi alma, pero que comen todos los días.

 

Se dijo asimismo Iván, mientras reanudo el paso para seguir su camino a la tienda. Una vez allí, levanto el cierre, encendió las luces y puso el cartel de abierto en la puerta del local, como había hecho día tras día durante los últimos 18 años. Pero algo en su interior había cambiado, y no pudo dejo de pensar en aquello a lo largo del día.

 

Al cabo de media hora y tras dos o tres clientes habituales, entró Víctor, un hombre de buena apariencia, que vestía con aparente elegancia aunque con ropa barata, pero con algo que le hacía ser oscuro.

 

– Buenos días, ¿en qué puedo ayudarle?

– Pues necesitaría para dentro de cuatro días imprimir quinientas copias de los términos y condiciones de una póliza de seguro y meterlas en sus respectivos sobres, ¿usted podría hacerse cargo de este trabajo?

 

Aquello era un buen día, eso era una señal, seguro pensó para sus adentros Iván

– ¿cuantas hojas tiene ese documento?

– tres

– ¿en color o en blanco y negro?

– en color

-. y los sobres, son también color

– no

– de acuerdo

 

A continuación, Víctor le pidió un presupuesto. Iván rápidamente se puso a hacer los cálculos sobre la marcha, tantas hojas por póliza, en color a dos caras, más los quinientos sobres, más el tiempo de doblar las hojas e introducirlas en los sobres. Nunca antes, se había hecho ocupado de doblar las hojas e introducirlas en los sobres pero no estaban los tiempos para negarse a hacerlo, además con la poca clientela que entraba últimamente en la tienda le sobraba tiempo.

 

Por fin Iván termino de hacer sus cálculos, le dijo a Víctor: 

– por todo el trabajo, el precio sería de 689 euros más IVA caballero y le esto aplicando ya un descuento del diez por ciento por el volumen. 

 

Víctor, miró fríamente a Iván y con voz seca y de aparente sorpresa le dijo:

 

– se trata de una broma, supongo

– no, por supuesto que no, dese cuenta que es mucho el tiempo que tendré que emplear para doblar las hojas e introducirlas en los sobres, y estoy yo solo en la tienda, quizás si me da cinco días para realizar el trabajo, le pueda  aplicar un descuento adicional

– un diez por ciento, por lo menos

– ¿cinco días?

– está bien cinco días, pero póngame el presupuesto por escrito

– de acuerdo

 

Tras imprimir el presupuesto y sellarlo, Víctor con cara de pocos amigos hace ademán por unos segundos de no querer cogerlo, pero finalmente acaba cogiéndolo y además de paso coge un bolígrafo de los caros que tenía expuesto en el expositor Iván y le dice:

 

– está bien, aquí le dejo el fichero para que haga el trabajo, pero el bolígrafo me lo llevo que el mío se ha quedado sin tinta

 

Dicho esto, Víctor se dio la vuelta y salió de la tienda sin más.

 

Aquél encargo no era una maravilla, además Víctor no era precisamente un cliente agradable, pero estaba contento porque le tendría ocupado toda la semana y si el resto del mes se daba con normalidad podría sacar un dinero extra con el que no contaba en esa época del año, ya que después de las navidades el negocio se resentía mucho y apenas llegaba para cubrir costes.

 

 

……

 

 

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