Capítulo 1

Contagio.

Las luces del quirófano parpadearon tenuemente mientras David cargaba la medicación anestésica para el siguiente paciente. Siempre se acordaba de Michael Jackson cuando cargaba la última jeringa con Propofol, un anestésico de color blanco como la leche y que se llevó al rey del pop por delante debido a una negligencia.

– Joder tío, 25 grados otra vez. Con este puto calor no hay quien se meta a operar aquí dentro – comentó Javi, el enfermero que tenía que asistir al traumatólogo en la siguiente intervención –. Si la puta prótesis se infecta yo no quiero saber nada.

– Calla coño. Que mañana me operan de la hernia y los tengo por corbata tú. Ya verás como al final lo mío se lía, se infecta y me tienen que acabar reoperando para extraerme la malla. El síndrome del recomendado de los huevos.

El famoso síndrome se refería a la alta probabilidad de sufrir contratiempos siempre que se operaba a algún conocido o persona VIP. Fallos en el respirador cuando se está operando al director del hospital, una compresa olvidada milagrosamente dentro de la consejera de sanidad y un largo etcétera de problemas que parecían surgir en estos casos.

– Tranquilo hombre, ya verás que la cosa va como la seda. Para mañana han dicho que esto está arreglado. Cada verano igual. Y encima todos estos matasanos no tienen huevos de suspender ni una intervención.

– Bueno tío, pero promete que vas a estar con mil ojos. Y como vea aparecer al  psicópata para anestesiarme yo salgo por patas – comentó David con cara de susto refiriéndose a un anestesista del que se decía que tomaba medicación antipsicótica.

– Me han dicho que mañana le toca niños, en otorrino,  pobrecillos. Así que tú estate tranquilo.

Y es que cuando se veían los toros desde dentro de la plaza la cosa cambiaba mucho. Y la de mañana iba a ser la primera intervención a la que se sometía David desde los 7 años, cuando lo operaron para extirparle las amígdalas. Y para nada se imaginaba él que iba a ser la última.
Bendita ignorancia. Es una gran ventaja para los pacientes “comunes” el no saber cada corte que le van a realizar, cada punto que van a dar sobre su cuerpo, el tubo que le van a introducir en la garganta para mantenerle respirando, las drogas que le van a administras y que paralizan hasta los músculos que  permiten su respiración… Todas esas cosas que conoce al dedillo cualquier persona que trabaje en un quirófano y que pueden elevar tus niveles de terror hasta el paroxismo.
Justo al acabar la conversación sonó el teléfono del quirófano.

– Quirófano 10 – contestó David con su tono adormilado matutino.

– “Deivid”, han avisado de planta que el siguiente paciente ha desayunado y se suspende la intervención – comentó Carlos, uno de los celadores de la recepción del área quirúrgica, usando el nombre de éste en inglés como solía hacer casi todo el mundo.

– Cojonudo tío. Gracias, ahora le comento al anestesista. Si es que aparece algún día.

David se giró hacia su compañero mientras colgaba el teléfono y esgrimiendo una gran sonrisa le comentó:

– Parece ser que hoy vamos a acabar un pelín antes. El último se ha papeado el desayuno y va a tener que esperar a mañana.

– Níkel tío. Vamos a recoger esto y tiramos para el bar a hacer unas cervecitas- dijo Javi en tono de casi pregunta.

– No corras tanto que seguro que nos dan el teléfono de las urgencias – replicó David refiriéndose al teléfono que llevaba encima el personal encargado de las intervenciones urgentes y que solía tener la supervisora cuando no contaba con personal suficiente –. Vamos a recoger esto lentamente para hacer tiempo y luego vamos a hablar con la súper.

El resto de la mañana transcurrió sin más contratiempos que una cesárea rutinaria y la preparación del material quirúrgico para las intervenciones de la tarde. Como era habitual, al finalizar la jornada, David se reunió en el comedor del hospital con algunos compañeros del área quirúrgica  entre los que se encontraba Marla.
Marla era una de esas enfermeras de aspecto hippie que tanto abundaban últimamente: morena, metro 65, cara de niña y con una de esas rastas que asoman de entre el pelo liso. Ya hacía unas semanas que David le había echado el ojo y aprovechaba cualquier oportunidad para entablar conversación con ella para que, según sus palabras, “se vaya dando cuenta de mi existencia”.

– Marla, guapa, que te pareció la fiesta del viernes en el chaletazo de Martín – le preguntó David con ánimo de entablar una conversación que no tuviera que ver con laparotomías, prótesis de rodilla u operaciones de columna.

– Ah, ¿pero tú te acuerdas de algo de esa noche? – preguntó Marla haciendo una mueca socarrona.

Enseguida recordó David que el viernes se había pasado un poco con las copas y que había terminado dormido con la cabeza apoyada en uno de los bafles.

– ¿Ostia tía, pero tú no te habías ido a las 3? – contestó David acordándose que había desistido de “comportarse” al ver como Marla se marchaba con una amiga.

– Sí. Pero volví a la hora porque Raquel se encontró con su exnovio y se puso insoportable. Estabas encantador con aquel hilillo de baba colgando de la comisura de los labios.

– Si llego a saber que te quedas intento quedarme consciente un poco más – dijo David guiñándole un ojo mientras recogía la bandeja de la comida.

– Pues mañana por la noche organiza otro botellón en su casa. Igual nos vemos allí un rato.

La esperanza renació en el corazón de David hasta que cayó en la cuenta de que lo operaban de la hernia al día siguiente.

– Lo siento preciosa. Pero mañana me quitan este alien – dijo señalándose el bultito que se le marcaba a través de la camiseta en el ombligo y poniendo cara de susto.

– Ostras tú, no me acordaba. Bueno ya verás que todo va genial. Cuando acaben me paso a verte por la URPA.

– Gracias guapa, te tomo la palabra. Bueno, nos vemos mañana después de la intervención.

David salió de la cafetería del hospital y se dirigió hacia el aparcamiento subterráneo. Montó en su Clío al que cariñosamente había apodado “chivas regal”, pues ya tenía sus 12 años, y se dirigió hacia el piso que compartía en el centro de Palma con unos compañero de profesión. Como siempre, el denso tráfico de las 15:30 puso a prueba la poca paciencia que solía tener cada vez que se ponía al volante, pero a los 15 minutos ya estaba entrando por la puerta de su finca.
Nada más  acercarse a la puerta del piso le asaltó el clásico olor a marihuana que le indicaba que había llegado al hogar. Lo recibió el desorden habitual en el que les gustaba vivir a dos de ellos, para disgusto del tercero, y el ruido de lucha proveniente de un videojuego al que alguien estaba jugando en el salón.

– ¡Que pasa neng! – saludó Fran, uno de sus compañeros de piso, a los mandos de la Xbox y con un canuto colgando de la comisura de los labios – ¿Has tenido que abrir muchos cerdos hoy?

– Los de siempre más o menos – contesto David mientras le arrebataba el cigarro de la boca y cogía el otro mando de la consola.

– ¿Estás nervioso por lo de mañana?

– Un poco.

– Venga tío, no me seas maricona que esto es na y menos – rió jocoso.

– Nunca se sabe lo que puede pasar. Así que por si acaso voy a pegarme una buena fumada, partirte un rato la cara al Street Fighter – dijo mientras prendía el cigarro de marihuana que había liado su compañero de piso – y mañana será otro día.

Y qué día.

1

Al día siguiente, tras haber dado vueltas en la cama hasta las 4 de la mañana, se levantó menos nervioso de lo que se esperaba. “Joder si operamos cada día a un montón de gente y nunca pasa nada”, se había estado repitiendo como una letanía hasta que cayó rendido.
Justo cuando se estaba preparando el café con leche en solitario, y admirando la gran pila de cacharros que había en “el pantano” (como denominaban al fregadero), se dio un golpe en la frente con la mano y lo tiró todo por el desagüe. “Hay que ir en ayunas so retrasado”, pensó para sus adentros. Preparó una bolsa de deporte con una muda de ropa interior y las 4 cosas básicas de aseo y salió de casa a recorrer las 5 manzanas que lo separaban de su “amado” vehículo.

– Vamos trasto arranca. No me falles hoy que no estoy para bromas – le decía al coche mientras le daba al contacto.

Contra lo que venía siendo habitual arrancó a la primera. “Empezamos bien el día”, pensó mientras arrancaba hacia el hospital.

Llovía ligeramente. Con ese tipo de lluvia que casi no se ve pero que acaba dejándote empapado. “La meona” la llamaba la novia de Javi, otra enfermera que trabajaba con ellos en el área quirúrgica, a este tipo de lluvia.
El tráfico era más denso de lo normal en Palma. Bueno, no mucho teniendo en cuanta que los mallorquines al volante, cuando caen 4 gotas y en propias palabras de David, “parece que tengamos las manos al revés”. El atasco que se estaba formando lo animó a encender la radio e intentar sintonizar las noticias de la mañana.

“… desde una región del norte de África que no ha sido especificada por el ministerio de defensa. El traslado se está realizando por Helicóptero en estos momentos y se prevé la llegada del soldado afectado a las instalaciones hospitalarias para las 09:00. Fuentes del ministerio han explicado que se trata de un tipo raro de fiebre hemorrágica pero que en ningún caso se estaría hablando del Ébola”
“Atendiendo a otro asunto, se suceden las revueltas en muchos puntos de Argelia. Se ha declarado la ley marcial en todo el país…”

– Joder como está el mundo – dijo David mientras le daba al botón que reproducía el CD de música atronando el coche con música heavy.
  
2

El teléfono del Dr. Salas, Coordinador de epidemiología del Hospital Universitario Ramón Llull, empezó a sonar con insistencia a las 08:15 de la mañana. Como cada día a esas horas tanto el coordinador como otros médicos del servicio estaban realizando la reunión rutinaria para comentar casos específicos.

– Departamento de epidemiología del Hospital Ramón Llull, le atiende Mónica, ¿en qué puedo servirle? – contestó la secretaria desde el puesto de control situado en mitad del ala.

– Necesito hablar con el Dr. Salas – el tono serio y la imperativa voz no dejaba opción a réplica –. Esta es una llamada del ministerio de defensa con carácter urgente.

– El Dr. se encuentra reunido en estos momentos. ¿Puede dejar el recado y número de…?

– Señorita. Lo diré sólo una vez – contestó cortante la voz al otro lado de la línea- Si no quiere haber perdido su puesto de trabajo antes de haber colgado el teléfono póngame en contacto con el Dr. Salas AHORA.

– Un momento, no cuelgue, veré que puedo hacer – respondió malhumorada la secretaria que atendía las llamadas mientras se levantaba.

“Siempre todo es importantísimo y no puede esperar”, pensó mientras se dirigía a la sala de reuniones.
La entrada de la secretaria interrumpió las explicaciones que estaba dando al grupo, formado por tres doctores y la coordinadora de enfermería, el propio Dr. Salas.

– Dígame señorita Peláez – dijo el Dr. Salas a la recién llegada.

– Discúlpeme por interrumpir Dr., pero tiene una llamada de carácter urgente.

Se levantó dando por concluida la reunión y se dirigió hacia el teléfono que permanecía descolgado en el control.

– Al habla el Dr. Salas. Espero que sea importante.

– Lo es Dr. Esta es una llamada del Ministerio de Defensa. Ya nos hemos puesto en contacto con el Ministerio de Sanidad y nos ha dado luz verde. A las 09:00 llegará un helicóptero con un paciente que deberá ser aislado para un diagnóstico. Se trata de un tipo de fiebre hemorrágica sin identificar…

– No disponemos de las instalaciones adecuadas para un caso así – intentó interrumpir el Dr. Salas con voz de preocupación.

– Dentro de 20 minutos llegarán al hospital unos transportes del ejército con el material necesario. Reúnase con su equipo y disponga un ala del la unidad de cuidados intensivos para ser completamente aislada. Técnicos del ejército serán enviados junto con el material para el montaje de los diferentes dispositivos.

El Dr. Salas notó como se le empapaba la camisa de sudor al instante. “Por Dios, si esto es un hospitalucho de segunda donde iba a terminar mi carrera sin sobresaltos” pensó mientras recordaba el momento que aceptó el puesto.

– Se trata de un caso de máxima colaboración con el gobierno de los Estados Unidos – continuó la voz al otro lado del teléfono –. No tengo ni que decirle que el futuro de las carreras de todo su equipo dependen de los resultados de esta operación y, por favor, sea discreto – pronunció la voz justo antes de colgar el teléfono.

Salas se giró con la frente perlada de sudor y las gafas empañadas hacia la secretaria que le había seguido hasta su puesto en el control.

– Prepare una reunión urgente con todo el equipo y los coordinadores médicos y de enfermería de la UCI para dentro de 15 minutos. Si alguien pone pegas dígale que no hace falta que mañana se levante para venir a trabar.

La amenaza hubiera sonado un poco vacía si alguno de ellos hubiera sabido que ninguno  de ellos iba a levantarse para trabajar al día siguiente.

3

La teniente Sanders, oficial médico al cargo del equipo de operaciones especiales que se encargaba del traslado del soldado infectado, comprobó a través de la campana de plástico que lo aislaba, las sujeciones que mantenían al paciente inmovilizado.
Enfundada dentro de un traje de aislamiento integral y con una botella de aire comprimido a la espalda, al igual que los otros cuatro miembros del equipo que la acompañaban, parecía salida de alguna cinta de cine catastrófico de principios de los 80.
Había sido movilizada hacía apenas una semana desde el centro de control de enfermedades de Atlanta. Seis días de una dura instrucción militar para “prepararla para posibles acontecimientos”, según las palabras del oficial al cargo. Hasta le habían recomendado que se rapase la cabeza para “no parecer una Barbie-doctora salida de un hospital de Beverly Hills”.
 Cuando se había ofrecido voluntaria como oficial médico para dicho grupo, hacía ahora apenas 2 años, pensó que sería un buen distintivo para encabezar su escueto currículum. Con los últimos tratados sobre armas químicas y guerra bacteriológica todo hacía pensar que se limitaría a figurar en una lista de algún despacho del pentágono.
Y ahora se encontraba allí, subida en un helicóptero, y camino de una isla perdida en el mediterráneo, trasladando a un paciente que seguramente tuviera una de las enfermedades más contagiosas y mortales conocidas hasta el momento.
Una turbulencia hizo que el helicóptero medicalizado descendiera varios metros bruscamente y ello provocó que la teniente, menos acostumbrada que el resto a este tipo de maniobras, se agarrara fuertemente al cinturón de seguridad.

– ¿Se marea teniente? – preguntó Vázquez, un mejicano de casi 2 metros sentado al otro lado de la campana de aislamiento –. Si tiene que vomitar procure hacerlo hacia la parte de abajo del traje. Si lo hace hacia delante va a manchar todo el visor y las va a pasar canutas.

– Estoy bien, gracias por el consejo Vázquez – replicó ella con aire cansado.

– Déjala en paz “Trejo” que la doctora ya tiene bastante – comentó Thomson, otro de los soldados que participaba en el traslado, usando el apodo que le habían puesto al mejicano aunque ni tenía el pelo largo, ni usaba bigote ni tenía la cara picada por la varicela como el actor al que hacía referencia.

En ese preciso momento comenzaron a pitar las alarmas del monitor de constantes vitales mientras el paciente se agitaba poniendo a prueba las sujeciones que lo mantenían inmovilizado.
La teniente reprogramó una de las bombas que administraban la medicación sedante al paciente para subirle la dosis que recibía por minuto.

– Lleva medicación para tener a un elefante adulto dormido una semana y como si nada – comentó la teniente mientras cambiaba los parámetros de la bomba.

– Si se pone tonto le administro uno de estos supositorios doctora – dijo Vázquez señalando la Desert Eagle, una pistola de gran calibre, que llevaba en la sobaquera por encima del traje de aislamiento –. Ya verá como no molesta más en todo el camino.

– Con que se encargue de sujetarlo en caso de que se suelte me doy por satisfecha soldado – replicó frunciendo el ceño aunque nadie pudiera verlo tras el visor reflectante del traje.

– Como ordene teniente – dijo Vázquez llevándose la mano a la frente para hacer el saludo militar entre las risas de sus compañeros.

4

La unidad de cuidados intensivos del hospital, sobre las 8:45 de la mañana, era un hervidero de actividad. Personal sanitario trasladando pacientes, miembros de las fuerzas armadas portando paneles y otros materiales a la carrera, familiares de pacientes protestando al personal de enfermería sobre la situación de sus parientes. Y en medio de todo ello se encontraba el Dr. Salas manejando la situación como si no hubiera hecho otra cosa en su vida.

– Vosotros – dijo señalando a un par de soldados que portaban algo parecido a unas duchas portátiles –, quiero que montéis una unidad de descontaminación en cada entrada a la U.C.I. No las carguéis con los productos hasta que hayan sido revisadas por el personal de epidemiología.

Girándose hacia al supervisor de enfermería le dijo:

– Quiero que se preparen 4 camas de aislamiento estricto en la zona más alejada de las ventanas y 4 más de aislamiento preventivo adyacentes. Y quiero que cada cubículo esté separado por un panel opaco. No sabemos si van a aparecer más casos de aquí a unas horas. Aunque lo más probable es que sí. Sobretodo entre el personal sanitario – acabó pensando para sus adentros.

Consultó el reloj del teléfono móvil para calcular el tiempo que les quedaba. La verdad es que estaba resultando bastante más fácil de lo que él pensaba organizar la situación en tan poco tiempo. Tras unas primeras protestas de los médicos intensivistas había bastado enseñar el fax con la orden ministerial para que todo el mundo se pusiera a trabajar sin rechistar.
En ese momento sonó el Deck de coordinador que llevaba en el bolsillo de la bata.

– ¿Diga?

– Soy María, la supervisora del área quirúrgica. Están  llenando la URPA con pacientes de la UCI  y nadie nos ha comunicado nada – contestó la supervisora con aire malhumorado.

– Disculpe María, todo está pasando de forma tan rápida que no hemos podido comunicar con todos los departamentos afectados. Vamos a necesitar espacio en la UCI para un caso especial y nos vemos en la necesidad de trasladar algunos a la URPA.

– ¿Qué vamos a hacer con las intervenciones programadas?

– Va a tener que suspender lo que no sea imprescindible. Y que se vaya llamando a los pacientes de mañana para que no acudan, tendremos que suspenderlo todo también- contestó Salas sin titubear.

– ¿Qué hago con todo el personal de los quirófanos? No puedo dar libre a todo el mundo.

– Distribúyalos por las plantas como refuerzo, o que vayan rezando; lo que usted prefiera – dijo Salas colgando el teléfono.

Empezó a sonar la alarma del móvil señalando que eran las 8:55. El Dr. Salas se giró hacia dos médicos intensivistas que estaban hablando en el mostrador.

– Acompáñenme doctores, tenemos que prepararnos para recibir al paciente – dijo Salas dirigiéndose hacia una pila de cajas y sacando varios trajes de protección integral-. Si tienen que orinar aprovechen ahora.

5

El helicóptero empezó el descenso hacia el tejado del hospital con puntualidad alemana. Desde arriba la doctora Sanders pudo observar como se preparaban para recibirlo 3 personas equipadas con unos trajes de aislamiento parecidos a los suyos.

– Parecen hormigas marcianas desde aquí – comentó el soldado Thomson –. Que ganas tengo de quitarme este puto traje de una vez.

– Ya queda menos canijo. Espero que nos den un par de días de permiso. ¿Alguien sabe de algún sitio para divertirse en esta roca? – preguntó Vázquez frotándose las manos.

– Por lo que he podido leer en Internet creo que hasta el mes que viene o el siguiente no empiezan a llegar las huestes de pibas inglesas para emborracharse y desfasar. Nos hemos adelantado un poco – dijo Thomson con aire apesadumbrado.

Tomaron tierra con bastante suavidad pese a la pequeña tormenta que se empezaba a formar. Descendió la teniente en primer lugar mientras el resto de soldados bajaba la camilla con la campana de aislamiento con sumo cuidado. En seguida se adelantó una de las 3 personas que esperaban para recibirlos.

– Bienvenidos, soy el Dr. Salas, jefe de epidemiología del Hospital y coordinador al cargo de esta operación – dijo usando el inglés con un acento americano perfecto, cosa que hizo que los dos médicos intensivistas que lo acompañaban se miraran sorprendidos.

– Un placer doctor. Soy la doctora Sanders del centro de control de enfermedades de Atlanta y teniente al cargo del traslado. Supongo que a estas horas tendrán preparadas las instalaciones para aislar al paciente. No se imagina las ganas que tengo de soltar este lastre.

– Está todo preparado señorita Sanders. Pero me temo que quizás no esté al corriente de un pequeño cambio de órdenes. Hace apenas 15 minutos hemos recibido este fax de sus superiores – dijo Salas entregándole un folio con el membrete de la marina estadounidense.

La teniente Sanders leyó el comunicado. La pantalla reflectante de su traje ocultaba su cara de sorpresa mientras leía las órdenes. Se dirigió hacia los pilotos del helicóptero y éstos, tras una corta charla, iniciaron el despegue ante la atónita mirada de los soldados que acompañaban a la doctora.
     
6

David entró en el aparcamiento para personal del hospital a las 10 de la mañana. Al estar éste en el centro de Palma era prácticamente imposible dejar el coche en las inmediaciones. Y en el aparcamiento para pacientes y vistas las tarifas eran prohibitivas si tenías que quedarte ingresado y dejar el coche aparcado uno o dos días.
Al llegar con el coche a la barrera le sorprendió que un agente de seguridad se acercara al vehículo para revisar la tarjeta que le acreditaba como personal del hospital. Cruzó tras enseñar su identificación y aparcó más o menos donde solía dejar el coche todos los días.
Cuando estaba llegando a las puertas del área quirúrgica ya no le cupo la menor duda de que algo anormal estaba pasando. Dos agentes de seguridad flanqueaban la entrada y confirmaban las identificaciones de cada persona que pretendía entrar al área, como constataba la cola de médicos que se estaba formando. David llegó al último y se alegró de ver que era el Dr. Pelayo, uno de los pocos anestesistas jóvenes que se dignaba a mezclarse con el personal de enfermería y acudía a los eventos que organizaban éstos.

– Hombre don Javier – saludó David con esa palabra que parecía molestar especialmente a los que empezaban a peinar algunas canas.

– ¿Qué hay David? ¿No te operábamos hoy? – preguntó el Dr. Pelayo extrañándose de que David estuviera en la entrada para el personal.

– Sí, pero he preferido venir aquí directamente en lugar de pasar por CMA, para evitarme retrasos innecesarios.

– Pues más vale que tires para la CMA porque estos dos gorilas de la puerta están poniendo pegas a todo el que no sale en la lista de turnos del personal. Están todos los residentes celebrándolo en la cafetería. Y además se están suspendiendo muchas intervenciones, no se que problema hay pero más vale que vayas a informarte.

– Joder la cosa se tuerce. Bueno, gracias por el aviso Doc, te veo dentro.

David se acercó a la planta donde estaba la unidad de cirugía mayor ambulatoria. El nombre era engañoso pues todos los pacientes, independientemente del tipo de cirugía a la que se tenían que someter, ingresaban a través de esta unidad. Cuando entró había varias decenas, entre pacientes y familiares, protestando al personal de enfermería. Logró acercarse al mostrador entre empujones y una de las enfermeras debió reconocerlo pues se acercó a hablar con él dejando con la palabra en la boca a una pareja de gitanos que estaba demostrando su descontento de manera poco elegante.

– Hola, buenos días – dijo David intentando hacerse oír por encima del barullo –. Tenían que operarme hoy de una hernia umbilical, pero visto como está el patio, no se si la habrán suspendido. ¿Puedes intentar averiguarlo?

– Faltaría más – respondió la enfermera agradecida de que quedara alguien con educación en la isla – ¿Cómo te apellidas?

– Valls.

– Pues estás de suerte – dijo mirando la lista de las intervenciones del día –. Únicamente no se han suspendido los quirófanos donde hay intervenciones oncológicas. Y precisamente antes de la tuya hay una tumorectomía de hígado. Si haces el favor de pasar a la habitación 106 en un rato vendré a ponerte el suero.
 
David entró en la habitación que le habían indicado para encontrarse con el otro paciente que se operaba en su mismo quirófano y la mujer de éste, que le había acompañado.

– Buenos días –  saludó con poco interés por entablar una conversación.

– Hola. – respondieron tanto el paciente (que tenía un color amarillo limón) como su mujer – ¿Viene usted sólo? – Preguntaron un tanto extrañados de que no le acompañase un familiar.

– Es que como me operan de esta chorrada – dijo David señalándose al ombligo mientras se quitaba la camiseta para ponerse la bata hospitalaria – no he querido molestar a mis padres. Esto es como ir al dentista, casi – continuó mientras se quitaba los pantalones y la mujer apartaba la vista enrojeciendo rápidamente.

“Que pudorosa es la gente coño”, recordó David mientras se ponía encima la bata de color azul claro.
Al final, y en contra de sus deseos, no le quedó más remedio que entablar la típica conversación entre desconocidos que van a operarse. De donde son… sabe si vamos a tener que esperar mucho… que qué mal tiempo justamente… a qué se dedica (aquí David mintió descaradamente para no tener que enfrascarse en explicaciones sobre la operación a la que se iba a someter el otro paciente ni hablar del post-operatorio ya que en sus propios pensamientos: “hoy tengo el día libre y no soy la madre Teresa de Calcuta”). Tras una corta espera vinieron a buscar al primer paciente, que se despidió de su mujer entre lágrimas, y enseguida vino la enfermera de CMA a atenderle.

– ¿Ya te han dejado de dar por culo en el mostrador? – preguntó David con interés morboso por saber si había habido más problemas.

– No suele liarse tanto normalmente. Pero claro, no se suelen suspender el 80% de las intervenciones – respondió la enfermera mientras preparaba el suero – ¿Tienes alergia a algún medicamento? – comenzó realizando las preguntas que suelen hacerte antes de operarte con pocas ganas de seguir comentando los altercados del mostrador.

– Que yo sepa no – dijo David parafraseando a los cientos de pacientes a los que él mismo había preguntado a lo largo de sus años como enfermero de quirófano.

– ¿Dentadura postiza?

– Nada.

– ¿Llevas algo metálico encima?, como cadenitas, anillos, piercings…

– Ni loco dejo que me agujereen para nada – respondió David mirando con creciente aprensión a la intránula que estaba desenfundando la enfermera.

– ¿Alguna enfermedad crónica importante? Asma, hipertensión, diabetes…

– Como una rosa.

– ¿Te han sometido a alguna intervención quirúrgica alguna vez?

– Una amigdalectomía con 6 años y 4 cosas con anestesia local.

– Ok. ¿Estás actualmente tomando algún medicamento?

– Hace 2 semanas acabé un tratamiento con aciclovir y corticoides para una meningitis secundaria a una infección por Epstein Barr – dijo David haciéndose el interesante.

– ¿Qué es eso? – Preguntó la enfermera intentando no parecer muy ignorante.

– Mononucleosis. La enfermedad del beso – contestó él guiñándole un ojo.

– Ya te vale – dijo la enfermera mientras le ponía el compresor en el brazo y le aplicaba alcohol en la flexura del codo con una gasa empapada –. Intenta no moverte por favor.

Tras unas dos horas de espera vino a por él Ramón: un celador de quirófano muy característico pues practicaba el culturismo de forma profesional y apenas cabía en el uniforme XL que proporcionaba el hospital.

– Te ha tocado el paciente coñazo tío – saludó David refiriéndose a él mismo.

– Hostia monstruo, ni sabía que te operabas hoy. Pues vaya lío tienen montado arriba lo vas a flipar – contestó Ramón mientras desenchufaba la cama de la pared y enfilaba hacia los ascensores –. Hay hasta guardias de seguridad vigilando las puertas que comunican con la UCI. Debe haber algún chupóptero de la Family ocupando un hueco- dijo refiriéndose a la familia Real.

– Que raro tronco. Éstos no llegan hasta junio o julio, me extraña.

Cuando llegaron a la recepción del área quirúrgica David pudo observar la actividad desenfrenada que se estaba desarrollando en la URPA, pues ambas estaban comunicadas por unas puertas dobles que permanecían siempre abiertas. La URPA estaba llena de pacientes que, por la gran cantidad de bombas que les estaban administrando medicación y la afluencia con la que empezaban a sonar las alarmas de los monitores de constantes vitales, debían de pertenecer a la UCI.
Al lado de uno de los palos de suero le estaba esperando Javi mientras cargaba medicación en un suero de 100 mililitros.

– ¡Heyyyy, tronco! Qué ganas tenía de engancharte en una de estas camillas. Me he pedido prime para sondarte – dijo intentando aguantarse la risa.

– Menos risitas y ni te acerques a mi nabo colega. Si me tiene que sondar alguien que sea Marla – contestó bajando la voz y mirando a su alrededor por si estaba por ahí.

– Creo que está en el quirófano de urgencias de trauma. Ha tenido suerte porque han mandado a un montón de gente a las plantas y a la URPA  a reforzar al personal.

– Vaya movida. ¿Tú sabes algo de lo que está pasando?

– No nos han dicho nada tío. Pero a primera hora hemos visto pasar a un montón de militares portando gran cantidad de material en cajas – contestó Javi enfatizando la palabra “militares” –. La jefa lleva un cabreo de cojones con el asunto.

Interrumpió la conversación la llegada del Dr. Pelayo, el cual venía enarbolando una jeringa de grandes dimensiones.

– ¿Cuál es el paciente del quirófano 10? – preguntó haciéndose el tonto mientras se dirigía hacia la cama donde estaba recostado David.

– Cacho cabrón, ni te acerques con esa banderilla – dijo David riendo y calmándose al ver que quien le iba a anestesiar era alguien que gozaba de su confianza.

– Tú estate tranquilo que no te vas a enterar de nada, te lo garantizo – comentó el Dr. Pelayo hablando ya en tono más serio.

Le administró a través de la vía periférica una medicación que le dio sueño y lo tranquilizó enseguida. “Debe de ser midazolán”, pensó David mientras empezaba a notar el efecto de la droga.

– ¿Algo que declarar? – preguntó Pelayo refiriéndose a las preguntas que solían realizar tanto en CMA como en la recepción de quirófano y que David tan bien conocía.

– A parte de lo que pone en mi historia clínica sobre la meningitis nada Doc.

– Bueno, ¿qué pierna es la que operamos? – siguió bromeando Javier mientras le conectaba a suero el antibiótico para la profilaxis.

El comentario no le hizo ninguna gracia a David. Recordaba varios casos de equivocaciones en intervenciones quirúrgicas y como se tapaban los médicos unos a otros. Le vino a la cabeza el caso de un chaval de apenas 13 años que le trajeron a la unidad de reanimación – en la que había trabajado apenas 15 días- después de realizarle una artroscopia de rodilla. Nada más verlo entrar por la puerta David se dio cuenta de que le habían operado la pierna equivocada, lo comentó al anestesista que acompañaba al paciente, y sin decir nada entraron de nuevo a quirófano y realizaron la artroscopia de la rodilla indicada. Luego dijeron a la familia que habían detectado una anomalía en la otra rodilla durante la intervención y que habían decidido operarla también y encima les dieron hasta las gracias. Casos como ese hacían que uno perdiera la confianza en los médicos.

– Basta ya de bromas tronco que me estoy volviendo a poner nervioso.

– Venga va, ya me callo – contestó Javi con cara de darse cuenta de que se había pasado de la raya.

Al cabo de unos minutos estaban empujándolo a través de las puertas del quirófano de cirugía general. David  notó que la temperatura tenía que ser la adecuada ya que se le puso la piel de gallina debido al frío. Enseguida le colocaron 5 electrodos, monitorizaron su tensión arterial, electrocardiograma y saturación de oxígeno en sangre, y comenzó a oírse el característico y rítmico pitido del monitor. . Le ataron los brazos en forma de cruz a los brazales que sobresalían de la mesa de quirófano y le colocaron una manta que se hinchaba con aire caliente para mantener su temperatura corporal.

– ¿Habréis limpiado bien todos estos chismes no? – bromeó David mirando el manguito de tensión que comenzaba a apretarle el brazo consciente de que había sido utilizado en miles de pacientes antes que en él.

No tuvo tiempo de decir mucho más pues Pelayo puso sobre su cara una mascarilla y comenzó a administrarle oxígeno mientras le pedía que realizara unas respiraciones profundas. Oyó como Pelayo pedía que se le administraran dos centímetros cúbicos de fentanilo y 150 miligramos de propofol. En seguida notó el escozor característico en la zona de punción del suero de la que se quejaban los pacientes siempre que se les administraba este medicamento. Apenas tuvo tiempo de acordarse de Michael Jackson y oír como se despedía el anestesista.

– Piensa en algo agradable. Nos vemos en un rato David.

No iba a volver a verlo nunca más.

7

– ¿Cómo que nos obligan a quedar en la isla? – preguntó un cada vez más cabreado Vázquez mientras encendía el televisor.

– Son órdenes de arriba. Poco puedo hacer yo – dijo la doctora Sanders –. A mí también me ha fastidiado que me obliguen a quedar aquí para ayudar en la contención del brote. Pero no hay discusión. Debemos permanecer cerca del caso clínico para informar de primera mano de las evoluciones que presente.

Los 5 miembros pertenecientes al grupo de traslado se encontraban reunidos en una de las habitaciones destinadas al descanso de los médicos que la gerencia del hospital les había ofrecido para acicalarse y descansar durante unas horas.

– ¿Necesita algo de nosotros doctora o podemos tomarnos un par de días de descanso? – preguntó conciliador Goldstein, otro de los soldados que formaba el grupo.

– ¿No creo que ninguno de vosotros tenga formación en microbiología o en epidemiología verdad? – preguntó retóricamente mirándolos con algo de desdén –. Mientras dejéis un teléfono donde localizaros por mi podéis hacer lo que queráis.

– Entonces no se hable más teniente. Usted puede quedarse a jugar a médicos y enfermeras que nosotros vamos a ir a relajarnos a algún garito de la zona – dijo el soldado Thomson mientras consultaba Internet en su teléfono móvil de última generación.

– Está bien. En unas horas espero que me aclaren donde vamos a hospedarnos y cuanto tiempo tenemos que permanecer en esta roca.

– De acuerdo teniente. Y procure no esforzarse demasiado, que al contrario que Vázquez los demás no tenemos ninguna prisa por volver – comentó Goldstein con una mirada hacia el mejicano que dejaba claro lo poco que éste le agradaba…

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