Nadya

SINOPSIS

Nadya es una joven moscovita que se verá sorprendida por la muerte de su abuelo Sergei en extrañas circunstancias. Con el paso del tiempo, la investigación del asesinato le llevará a conocer a un insólito personaje poseedor de uno de los bienes más preciados y deseados por la Humanidad; la Piedra Filosofal. Juntos intentarán desenmascarar la identidad del asesino, al tiempo que ella irá descubriendo la vida de tan curioso individuo.

 

 1

    Junio, 1994

      (Lago Baikal, Siberia)

Nadezhda estaba triste porque al marcharse de Moscú se había enfadado, en el colegio, con su amiga Natasha.  Mientras Nadya paseaba por la orilla del lago apenas prestaba atención a la voz de su abuelo; la niña andaba  distraída en sus propios pensamientos.  

El abuelo de Nadya conocía muy bien a la pequeña y sabía que algo que le preocupaba la tenía pensativa, y eso que a ella le encantaba escucharle. Sergei intuyó el tema de su preocupación y la pequeña se lo confirmó. 

–  ¡Escúchame Nadya!, dicen los más sabios que un amigo en la vida es mucho; que dos son demasiados y que tres es imposible. No sé si esto será verdad, pero lo que sí se es que un amigo es un regalo maravilloso que te llega por sorpresa. Un regalo que no esperas pero que siempre has querido tener. Un regalo que nadie te entrega y a quien nadie tienes que agradecer, porque la verdadera amistad es la que nace sin motivos ni intereses.

– Creo que la amistad es más difícil y más rara de encontrar que el amor – continuó diciendo Sergei. La amistad no se encuentra ni se busca, nos llega por sorpresa; y hay que cultivarla y abonarla con mimo y cariño como quien cuida un jardín para que no se marchite.

–  ¿Como el jardín de la abuela? – dijo la niña

–  ¡Exactamente Nadya! , como el jardín de la abuela.

–  Y ¿qué más cosas dicen los sabios, abuelo? – preguntó Nadya rascándose su pequeña nariz

–  Bueno, los más sabios siempre dicen muchas cosas y muy pocas veces se les entiende; pero entre ellos los que son más pesimistas dicen que  no existen los amigos, sino que sólo existen momentos de amistad. Yo no estoy de acuerdo con eso que dicen pequeña.

–  ¿Tú tienes amigos, abuelo? – preguntó Nadya con sus enormes ojos azules abiertos.

–  Si – contestó Sergei

–  Y ¿cómo lo sabes? – volvió a preguntar la niña.

–  Lo sé porque cuando estoy con un amigo puedo pensar en voz alta; y lo sé porque cuando estoy con un amigo no estoy solo, pero tampoco somos dos.

–  Ah! – dijo sorprendida sin entenderlo ¿Tú eres mi amigo, abuelo?

–  Claro que si cariño, yo soy tu amigo y siempre seré tu amigo – dijo Sergei abrazándola.

De regreso a la granja Nadya aún caminaba desanimada y cabizbaja. Su paso era lento y se detuvo, como de costumbre, para dar de comer trozos de pan a los patos del lago.

–  ¿Qué te pasa niña? , sigues triste. ¿Es por tu amiga Natasha?  No te preocupes por ella, los amigos de verdad han de enfadarse de vez en cuando.

–  No es por eso, esta mañana me ha preguntado la abuela qué había aprendido este año en la escuela y no sabía qué decir, se me habían olvidado muchas cosas.

–  Quizás eso que has olvidado no sea tan importante como para recordarlo. La abuela solo quiere hablar contigo. Te ha echado mucho de menos desde el año pasado.

–  Ya lo sé, yo también a ella; pero ¿por qué es tan difícil aprender?

Sergei se sentó en el banco de madera que había junto al lago y sacó del bolsillo de su viejo gabán un mendrugo de pan duro. 

– ¿Sabes una cosa, niña? Mi antiguo profesor de escuela me dijo en cierta ocasión que era una estupidez aprender algo que después de un tiempo se va a olvidar. Las personas aprendemos durante toda la vida cosas que no nos sirven para nada y que acabamos olvidándolas. Realmente lo que de verdad importa no son las cosas que aprendas, sino la intención y la voluntad de aprender.

–  Mi profesora Olesya dice que si aprendemos mucho seremos muy inteligentes. – dijo Nadya con una gran sonrisa

Sergei deshizo cuidadosamente con sus manos el mendrugo de pan y  colocó las migas en el banco para poder lanzárselas a los patos. Las nubes violetas y anaranjadas en el cielo anunciaban el hermoso atardecer en el lago. 

– Tu profesora tiene razón y quiere que aprendas, ya que es verdad que las personas inteligentes quieren aprender, mientras que las demás se limitan solo a enseñar. Pero escúchame Nadya, el aprender muchas cosas no siempre nos hace más inteligentes. Hay muchas cosas que para saberlas bien no bastan con haberlas aprendido; muchas veces lo que tenemos que aprender solo lo aprendemos haciendo. Y, como dijo otro hombre muy sabio, en la naturaleza siempre hay algo que aprender. Hasta los patos lo saben.

–  ¿Los patos? – dijo Nadya sonriendo ¿Qué han aprendido los patos?

Sergei rió a carcajadas mientras comenzó a tirar las migas de pan al agua, lo cual atrajo de inmediato a una bandada de patos.

–  Los patos han aprendido, entre otras cosas, a conocernos y a diferenciar quien les va a dar de comer y quien trae otras intenciones. Y lo han aprendido ellos solitos, sin que nadie se lo haya enseñado.

–  ¿Son muy inteligentes, verdad? – dijo Nadya lanzado las últimas  migas que quedaban en el banco hacia los animales.

–  Si Nadya, lo son – dijo el abuelo guiñando un ojo a la niña.

Sergei y Nadya se levantaron y encaminaron sus pasos hacia la granja. Mientras, en el lago, los patos les despidieron graznando con fuerza en señal de agradecimiento. Era la hora de cenar, el sol comenzaba a esconderse y el pastel de manzana que había cocinado Aleksandra no debía enfriarse.

 

La mañana siguiente Nadya se levantó  temprano. El día había amanecido con un sol radiante y unas lejanas nubes altas se dirigían hacia el interior del Baikal. Desde la ventana de su habitación el gran lago parecía un gran mar; un tranquilo y dulce mar rodeado por los elevados montes Baikal que le daban su nombre. La oscuridad de las montañas iba decreciendo a medida que el sol se iba elevando en el horizonte. Las sombras se alejaban corriendo por las laderas de las montañas a medida que la luz del sol las empujaba hacia arriba, hasta más allá de las cimas.

   Para la pequeña aquél era el lugar más bello del mundo, nada comparable con la ciudad en la que ella vivía, por muy bonita que ésta fuera. En Moscú, donde ella vivía,  no había lagos tan azules ni montañas tan altas. Ni mucho menos patos tan grandes a los que dar de comer. Cuando Aleksandra fue a despertar a Nadya a su habitación la encontró de pie mirándose frente al espejo.

–  ¡Buenos días, niña!

–  ¡Buenos días, abuela!

–  ¿Qué estás haciendo?

–  Nada – dijo Nadya sin dejar de observarse frente al espejo.

–  ¿Quieres contarme por qué te enfadaste con tu amiga Natasha?

–  Natasha me dijo que ella era la niña más guapa del mundo y que yo era fea, pecosa, y que tenía los ojos saltones como un sapo.

Aleksandra se sentó al borde de la cama sonriendo y Nadya se acercó para darle un beso.

– Tu amiga Natasha no tiene razón. A mí me pareces la niña más bonita del mundo, tus ojos son grandes y azules como el cielo, y tu cabello es del color de las hojas del arce en otoño. Tienes unas pecas muy graciosas. Son como las estrellas del firmamento en tu rostro en una noche clara y limpia. Desde luego eres una niña preciosa.

–  ¡Gracias abuela! – dijo la niña con una gran sonrisa que iluminó su rostro.

– Pero recuerda que la belleza del cuerpo es efímera Nadya. La verdadera belleza es interior, arranca de nuestro estado de ánimo y de nuestra salud,  y eso se transmite al exterior. No olvides nunca que aunque le arranques los pétalos a una rosa no le quitarás la belleza a la flor.

–  Natasha dice que ella es la chica más bonita de la escuela. – replicó Nadya. La verdad es que ella es muy alta y muy guapa – dijo mirando a su abuela. Además ella siempre se viste con ropas caras y bonitas.

–  Es posible que tu amiga Natasha sea una niña muy hermosa, pero la belleza sorprendente de una mujer, o de un hombre, nos sorprende menos al día siguiente, recuérdalo. Como te he dicho lo bello, cariño, nace en nuestro interior, y debe ser natural. Tu abuelo siempre dice que la belleza cuanto menos vestida mejor vestida está. La apariencia exterior tan solo es el encanto de un momento, y todo el mundo puede ser capaz de apreciarla, pero hay que saber mirar la belleza en el interior de todas las cosas y de todas las personas, porque cada cosa y cada persona tiene su belleza, aunque no todo el mundo puede llegar a apreciarla. Lo hermoso de las cosas existe en el espíritu de quien es capaz de poder contemplarlas. Es una manera diferente de mirar  y de sentir. ¿Sabes una cosa? La belleza se ve a través de los ojos del corazón.

Aleksandra besó a su nieta que se fundió en un abrazo con su abuela.

–  ¿Sabes una cosa Sasha? – dijo Nadya en voz baja

–  ¡Qué!

–  Eres la abuela más bonita del mundo. Te quiero.

–  Yo también te quiero Nadya.

–  Abuela, ¿tú crees que he sido mala por enfadarme con mi amiga Natasha? – preguntó Nadya. Ella es mi amiga y cuando me enfadé le dije cosas muy feas, pero ahora pienso que no he querido decirle esas cosas. No quiero que dejemos de ser amigas – dijo con tristeza. Quiero ser su amiga y ser buena con ella. No me siento bien por haberme enfadado con ella. La verdad es que es mi única amiga.

–  No eres mala cariño. Proponerse ser bueno es serlo ya. En la vida para ser bueno alguna vez es necesario no haber hecho cosas buenas y haber cometido errores. Nadya, ser buena y hacer el bien siempre es más difícil que hacer el mal. No pienses que has sido mala por enfadarte, cariño.

–  No lo entiendo abuela – dijo Nadya sorprendida ¿Por qué es más difícil ser bueno que malo? 

–   La maldad es un arma poderosa, niña. Pero la bondad lo es más. Las personas fuertes e inteligentes han de ser buenas necesariamente, si no la vida seria desastrosa. El mayor enemigo de la maldad es una simple gota de bondad. Por eso las personas buenas son aquellas que sabiendo que podrían haber sido malvadas, no lo han sido. Y ese camino es difícil Nadya, porque la bondad suele ser menos atractiva que la maldad. Con el tiempo lo entenderás.

Nadya se vistió deprisa para salir de excursión con Sergei. Era sábado y su abuelo le había prometido el fin de semana ir a ver las focas en la isla de Oljón. Aunque el día estaba despejado se respiraba cierta humedad en el ambiente que prometía lluvia a la tarde, así que Nadya se enfundó sus pantalones amarillos y sus botas de agua, se abrigó con un jersey fino de lana y echó al macuto un chubasquero y un gorro de lluvia. Al minuto bajó los escalones de dos en dos y entró corriendo en la cocina, donde Aleksandra cocinaba tortillas de trigo  y jamón ahumado.

–  ¡Que bien huele abuela! , ¿Dónde está el abuelo?

–  El abuelo ha salido temprano. ¡Siéntate a desayunar!

–  Pero había quedado con él. Hoy vamos a ver a las focas.

–  Lo sé, cariño. El abuelo volverá en una hora. Ha ido al médico.

–  ¿Está enfermo? – preguntó Nadya preocupada.

–  No, tesoro. No esta enfermo, sólo que el abuelo es ya viejo y está cansado; sólo es una visita rutinaria. Desayuna todo esto mientras yo os preparo comida para que os llevéis a la excursión. No te preocupes, vendrá enseguida. El médico vive a unas pocas casas de la nuestra.

–  ¿Es muy viejo el abuelo? – preguntó Nadya

–  Tu abuelo ha cumplido setenta y siete años – respondió Aleksandra

–  ¿Y tú, abuela?

–  Yo soy algo más joven que él – rió observando como la pequeña devoraba un trozo de jamón. Ya no me acuerdo, pero tendré casi setenta.  

–  ¡Ala! – respondió Nadya sin dejar de comer. ¡Qué vieja! Mamá sólo tiene cuarenta. ¿Yo voy a ser tan vieja como tú también?

–  Supongo que sí cariño, – rió Aleksandra, pero aún te queda mucho camino por recorrer.

–  Yo quiero ser vieja como tú y el abuelo – aseguró Nadya.

–  Y lo serás  – contestó Aleksandra. Pero tienes que disfrutar de tu edad en cada momento de tu vida. Ahora te toca ser niña y debes disfrutarlo, ya tendrás tiempo de envejecer. Todos lo hacemos sin darnos cuenta. No quieras llegar más deprisa a la edad que no tienes. Yo de joven me decía a mi misma: ‘las cosas que sabría cuando tuviera cincuenta años’. Cuando cumplí los cincuenta aún no sabía ni la mitad de lo que quería saber; y a día de hoy, necesitaría otros cincuenta años para aprender muchas cosas más. 

Sergei apareció sigilosamente apoyado sobre su bastón en la puerta de la cocina.

–  Hablando de saber. Sabéis ¿Qué criatura tiene cuatro patas por la mañana,  dos por la tarde y  tres por la noche? – preguntó con voz firme desde la puerta

–  ¿Quién abuelo? – dijo Nadya

–  Piénsalo de camino a la isla jovencita. Es una adivinanza – respondió Sergei sonriente. Pero ahora recoge tus cosas y pongámonos en marcha. Los nerpas nos están esperando.

 2

Las montañas Baikal, en cuyas cumbres se pueden apreciar durante el periodo estival algunos blancos neveros perennes, se reflejaban solemnes y majestuosas en el lago como en un espejo.

  Nadya observaba boquiabierta el gran lago desde una pequeña atalaya cercana a la montaña. La pequeña miraba con admiración el impresionante reflejo de las nubes sobre la superficie del lago y sus ojos no eran capaces de distinguir con exactitud toda la amalgama de colores y  tonalidades que se apreciaban en él. El paisaje era tan espectacular que ella no podía haberlo imaginado ni en sus mejores sueños. Sin duda era el lugar más maravilloso  y más bello que conocía, y era un lugar mágico para ella. En el lago podía dar vida a cualquier cosa que fuera producto de su activa imaginación.

–  ¡Qué bonito es esto abuelo! – dijo Nadya impresionada.

–  ¡Desde luego que sí! La naturaleza es sencillamente maravillosa – respondió Sergei.

–  No creo que haya otro lugar en el mundo más bonito que este – dijo Nadya.

–  Es muy posible – volvió a responder Sergei. Pero la naturaleza es hermosa en cualquier lugar del mundo, cariño. A los ojos de las personas que saben observar, la visión de la naturaleza nos enseña que todo lo que podamos soñar se encuentra; y a veces nos sorprende con cosas que nuestra imaginación no alcanza a ver. La naturaleza es infinita Nadya, infinita y sorprendente, y nosotros formamos parte de ella.

–  ¿Nosotros? – preguntó la niña.

–  Sí Nadya. Al menos eso dicen algunos estudiosos.

–  Yo de mayor quiero estudiar la naturaleza, los lagos, las montañas y todos los animales del mundo. Quiero estudiar a las focas.

–  Serás una gran bióloga marina si te lo propones, cariño. Y, hablando de focas, deberíamos darnos prisa en tomar el ferry  para ir a la isla. Allí nos espera Marcelo, quien  te contará todo lo que quieras saber sobre los nerpas.

–  ¿Quién es Marcelo abuelo?  No he oído ese nombre nunca.

–  Es un nombre italiano Nadya. Marcelo es un buen amigo mío. El vino hace mucho tiempo al pueblo desde Italia a trabajar, cuando los dos éramos jóvenes,  y se quedó a vivir con nosotros. Bueno, lo cierto es que desde hace más de treinta años él vive solo en la isla, en un faro que se construyó para observar siempre el lago, aunque yo le visito asiduamente al menos un par de  veces  al mes desde entonces.

–  ¿Por qué vive solo abuelo? ¿No tiene familia?

–  No. No tiene familia. Su familia es el lago. Y tampoco tiene muchos amigos, no se relaciona demasiado con la gente. Lo cierto es que la historia de su vida es bastante triste. La gente le llama el viejo loco del faro, y  muy pocas veces  baja al pueblo, todo lo que necesita lo encarga y se lo llevan en barco.

–  ¿Está loco abuelo? – preguntó de nuevo Nadya

–   Quizás sea un ser solitario, pero no está loco. Es una gran persona, te lo puedo asegurar. Prácticamente todo el mundo le ignora, aunque todos sienten lástima por él. Tan solo mantiene relación con tu  abuela y conmigo, ya que durante diez años fuimos vecinos, cuando aún no habías nacido tú. ¿Sabes el jardín del caserón abandonado donde a veces juegas con tu amiga Olga? Esa era la casa de Marcelo. De Marcelo, de Irina y de Klara.

–  ¡OH!, dijo Nadya sorprendida. Siempre pensé que esa casa era un palacio abandonado de algún aristócrata importante, o  de algún príncipe.

–  Y en cierto modo así es cariño. Marcelo es hijo de un conde veneciano según nos contó. Durante muchos años el hogar de Marcelo fue la casa más bonita, más lujosa y más grande del pueblo. Todo el mundo era bien recibido; la gente se reunía en su jardín con cualquier excusa de celebración  y la alegría brotaba por cada una de sus piedras. Tu abuela pasaba horas tocando el piano en sus salones mientras la gente bailaba en las numerosas fiestas que se organizaban allí. Pero un mal día todo eso cambió.

–  ¿Qué pasó abuelo? – preguntó Nadya intrigada. ¡Cuéntame su historia!

–  Te la contaré después, pequeña. El ferry está a punto de zarpar.

 

Sergei y la niña se encaminaron de la mano hacia el apeadero en el que esperaba el barco que les llevaría a la isla de Oljón. En el trayecto Sergei contó a Nadya la historia de su amigo Marcelo.

   LA HISTORIA DE MARCELO BOSCHETTO

Pocos meses después de finalizar la segunda guerra mundial, un joven italiano apareció una mañana en el pueblo lleno de energía y con dos enormes baúles por equipaje. Según nos contó se llamaba Marcelo Boschetto y había conocido a un Abad, de origen siberiano, quien le había hablado del lago Baikal como el mejor lugar del mundo para vivir.

Marcelo muy pronto se ganó la simpatía de los pocos que aquí vivíamos por aquel entonces. Su origen era noble, hijo de un conde cuyas tierras se ubicaban en la Toscana italiana, aunque él siempre había vivido en el palacio que la familia disponía en la región del Véneto, en Venecia. Sus formas eran educadas y refinadas, aunque él nunca hizo ostentación alguna de su linaje, ni menosprecio alguno hacia unos sencillos campesinos que iban a ser sus vecinos. Muy por el contrario, desde el principio se ocupó de sus quehaceres  y colaboró  con nosotros como uno más del pueblo, dedicándose por completo a su trabajo de barquero.

Marcelo tenía un magnífico don en sus manos. Fabricaba barcas y góndolas sencillamente maravillosas. Muy pronto su excelente labor fue pasando de boca en boca y con el tiempo la gente adinerada y con recursos, que  podían permitirse tener casas de retiro junto al lago, pagaron bien por sus servicios, aunque desde mi punto de vista Marcelo nunca necesitó dinero alguno. 

Pasados unos años Marcelo se hizo construir la casa más grande del pueblo, de dos plantas, junto a la nuestra.  De ahí nació una gran amistad entre nosotros. Tu abuela le enseño música y yo le enseñé a jugar al ajedrez. Jugábamos interminables partidas que duraban semanas.

Cuando tu madre era una recién nacida la llamada del amor tocó su corazón. Marcelo conoció a Irina, la joven hija de unos granjeros que inmigraron desde Finlandia.

Irina era sin duda la muchacha más bella que nadie haya podido conocer. Su continua sonrisa y el cariño con que trataba a todo el mundo hicieron que el amor se apoderara rápidamente de Marcelo y a los pocos meses se casaron, ya que ella quedó igualmente fascinada por él. En menos de un año nació Klara, y durante los cuatro primeros años la felicidad se instaló en las vidas de ambos, y en las nuestras. Fueron cuatro años de prosperidad, de celebraciones, de fiestas, y todo el pueblo participó de la alegría.

Un trágico día todo cambió. Marcelo fue a pasear con su familia en su góndola preferida, ‘KLARA BAMBINA’, por el lago.  El día era apacible y sosegado, pero cuando se hallaron lejos de la costa el tiempo cambió de forma insospechada. Unos fatales e imprevistos vientos trajeron una negra tormenta acompañada de un pequeño tornado que hundió la barca antes de que pudieran darse cuenta. Marcelo despertó medio ahogado en la costa de la isla de Oljón agarrado a un madero de la góndola y con un trozo del vestido de Irina cogido en su mano. Su mujer y la niña nunca aparecieron. El lago se las tragó.

Durante años la desesperación se apoderó de Marcelo. Abandonó por completo su trabajo de barquero y día tras día embarcaba en busca de su familia por el lago, desde  el amanecer hasta que las fuerzas le abandonaban. Durante meses continuó su búsqueda y comenzó a enloquecer de frustración.

Todos intentamos hacerle entrar en razón y  le suplicamos  que  abandonara aquella locura, pero él no nos hizo caso. Marcelo enfermó a los pocos años y un buen día desapareció. Dejó el pueblo para llevar un tratamiento psiquiátrico en Moscú, y según supimos después, también en Venecia. Un tratamiento que duró cinco largos años sin noticias suyas.

Cuando Marcelo regresó  estaba cambiado. No solamente su aspecto físico, sino que apenas se relacionaba con la gente del pueblo, salvo con tu abuela y conmigo. Lo primero que hizo fue construirse una casa en la isla de Oljón, una especie de faro para observar el lago y, desde luego, no volvió a construir barca alguna.

Que yo sepa en los últimos treinta años, desde que vive allí, no ha trabajado nunca; por eso te dije que Marcelo no necesitaba dinero alguno. Su patrimonio siempre fue abundante.

Al principio yo pensé que la soledad acabaría por vencerle y volvería a su casa en el pueblo, la cual abandonó, pero no fue así. Marcelo ha vivido treinta años solo en su faro sin apenas contacto alguno con la gente, salvo por mis visitas, dedicando su vida a la lectura, el estudio y la pintura; pero sobre todo, se ha dedicado a contemplar y examinar el lago.

La gente le llama el viejo loco del faro porque en cierta ocasión Marcelo regresó al pueblo gritando  para decirnos que había visto a su mujer nadando en el lago convertida en sirena, y que había hablado con ella. La gente se rió de él y nunca más regresó al pueblo. Yo, sinceramente, le creí. Al menos creo que él, en su locura de amor, si que imaginó hablar con su mujer, y en eso no hizo mal a nadie.

Marcelo me ha confesado en alguna ocasión que  al menos dos veces al año se introduce con su barca en el lago y conversa con su mujer en un punto lejano, donde se juntan las montañas. Su mujer le cuenta que Klara fue rescatada por los nerpas y que vive desde entonces con ellos, como uno más. También me ha dicho que al final de los veranos siempre ve a su hija pequeña junto a las focas; Klara aparece brillante y dorada junto a las blancas crías de nerpas recién nacidas y le saluda con una amplia sonrisa, como una hermosa nerpa de oro. 

  3

Nadya miraba asombrada el enorme y llamativo faro que servía de hogar a Marcelo. La niña no había visto jamás ninguno salvo por las  fotografías de los libros de la escuela. A la pequeña siempre le había llamado mucho la atención aquellas alargadas construcciones costeras, con sus potentes luces, que servían de guía a barcos y navegantes que surcaban la mar; y ella adoraba la mar y toda la vida que allí se  albergaba.

Desde muy pequeña sus cuentos preferidos hacían referencia a islas perdidas en la inmensidad del océano, valientes marineros en busca de tesoros escondidos y fabulosos animales marinos de cualquier especie.

En su casa, Nadya  siempre jugaba con pequeños caballitos de mar, tiburones, tortugas, delfines y pececitos de plástico que acumulaba cuidadosamente en un enorme recipiente transparente lleno de agua a modo de acuario, en el que había incluido como fondo marino arena, piedras de diferentes colores, conchas  y un pequeño cofre  pirata de madera. Cuando su padre Iván le leía un nuevo cuento de marinos, sus ojos se abrían de tal manera que él siempre acababa diciéndole que eran tan grandes y azules como el Báltico; y ella comenzaba a reír emocionada y satisfecha.

El faro que servía de hogar a Marcelo era realmente extraordinario; una original y espectacular obra de ingeniería. Una pequeña puerta de madera, en el vallado exterior, daba acceso a una pequeña parcela que rodeaba la vivienda, en donde se podían apreciar unas pequeñas esculturas, en brillante bronce, de nerpas, leones marinos y delfines saltando entre las olas. En la esquina derecha del jardín se apreciaba un pequeño cercado de acero pulido que albergaba los restos arruinados de una vieja góndola flanqueada por dos pequeñas banderas entrelazadas de Italia y Finlandia. Unos pequeños focos que sobresalían del césped iluminaban todas las imágenes del jardín  y el camino empedrado hacia la casa. Nadya observó asombrada la fabulosa construcción que tenía ante sí.

El edificio era, a primera vista,  redondo en su parte inferior y tenía tres grandes alturas bien diferenciadas. Las dos primeras eran circulares sin apenas ventanas, como un enorme cilindro en el que se apreciaba la puerta de acceso al domicilio incrustada a la pared gracias a una tenue luz que sobresalía de la misma. Una escalera exterior de caracol rodeaba el cilindro comunicando los diferentes pisos como si fuera un enorme cinturón.

La última altura, pentagonal y mucho más elevada que las anteriores,  sobresalía iluminada de forma evidente por el perímetro del cilindro, encajando perfectamente en el centro de este. Nadya imaginaba que desde lejos la casa se asemejaría a una enorme seta iluminada y sonrió imaginándolo. Sergei  llamó al timbre al mismo tiempo que las primeras estrellas comenzaron a titilar brillantes en el firmamento, caldeando la fría noche en la isla de Oljón. 

 La puerta se abrió al instante y una figura misteriosa les recibió invitándoles a entrar. Nadya observó como aquél hombre, a quien su abuelo llamaba Marcelo,  era más bajito que este y mucho más delgado.

 Aunque Marcelo era más joven que Sergei su aspecto era el de una persona mayor que había sufrido mucho en soledad.  En su cabeza lucía una larga melena de blanco pelo lacio recogido por una coleta que caía desordenada sobre su espalda. Su rostro estaba avejentado y lleno de arrugas; y unos pequeños ojos negros, intensos y profundos, se escondían tras unas pequeñas gafas de pasta gris perla con gruesos cristales. Aún así, detrás de ese aspecto sombrío y desordenado,  aquella persona transmitía paz y tranquilidad a la pequeña.

–  Supongo que esta muchachita es la pequeña Nadya – expresó Marcelo con un suave tono de voz.

–  ¡Hola!, – respondió Nadya.

–   ¡Mamma mia! , eres el vivo retrato de tu madre. Parece que el tiempo no haya pasado.

–  Su madre era una niña mucho más tranquila – repuso Sergei. Nadya es un verdadero torbellino, créeme; la chica apenas ha dormido pensando en la visita a la isla. Está ansiosa por hablar contigo de los nerpas.

–  Bien jovencita, pues eso tiene fácil solución. Pero antes habrá que cenar. Debéis estar hambrientos. Acompáñame al più presto,  per favore – dijo Marcelo agarrando de la mano a la pequeña.

Los primeros rayos de sol se colaron por la enorme cristalera de la habitación de Nadya despertándola con la claridad de su luz. Aún era muy temprano y  la pequeña se dio la vuelta en la cama tapándose por entero con la sabana y metiendo su cabeza debajo de la almohada para  poder seguir durmiendo un poco más. Dos horas después, cuando Nadya apareció en el salón con cara de sueño y el cabello despeinado, se encontró a  Marcelo y a su abuelo que apuraban un café mientras disputaban una reñida partida de ajedrez.

–  ¿Has dormido bien niña? – preguntó Sergei al tiempo que cambiaba alfil por caballo. Parece que te hubieras pegado con la almohada.

–   ¡Buenos días!  Si abuelo, he dormido muy bien.

  Nadya se quedó boquiabierta observando la espectacular vista que se apreciaba desde el ático acristalado que servía de cuartel general a Marcelo. Desde el descomunal ventanal que rodeaba todo el salón, el Baikal se mostraba brillante y pulido como un espejo. Distribuidos por la habitación había al menos cinco telescopios de distintos tamaños apuntando hacia  diferentes puntos del lago, varios prismáticos sobre una mesa desordenada y un par de cámaras fotográficas, con potentes objetivos, tiradas en los sillones.

   Los libros, las fotografías, los cuadros, los cuadernos de notas y unos extraños objetos que la niña no sabía qué eran, ni para que sirvieran, residían confusamente en cualquier estante de la habitación, en cualquier sillón o apilados anárquicamente en el suelo.

   La única zona de la habitación, más o menos ordenada, era un rincón en donde una pequeña mesa redonda de madera de boj y dos cómodos sillones servían  de escenario para la  partida de ajedrez que jugaban ambos.

Los timbres de las bicicletas tintinearon enérgicamente reclamando la presencia de Nadya. Cuando la niña apareció en el jardín se encontró con un pequeño grupo de chavales de su edad montados en sus viejas bicicletas esperando a ser presentados. Marcelo les había convocado para que se conocieran y así salir a dar un paseo en bicicleta por la isla  con nuevos amigos. El grupo lo componían tres chicas, aproximadamente un año mayores que Nadya, y dos chicos gemelos, como dos gotas de agua, algo mayores también. Los hermanos Petrov, Nikolay y Yuri, eran absolutamente idénticos a la vista de todos, salvo por un discreto lugar en forma de media luna que Yuri tenia, a diferencia de su hermano,  junto al ombligo.

   Pero esa no era su única diferencia. Mayor aún era la discrepancia de caracteres entre ambos, ya que mientras Nikolay era un joven enérgico, juguetón, alegre y espabilado; Yuri, por el contrario, era tímido, introvertido y reflexivo. Nadya se despidió de su abuelo y de Marcelo y salió a pasear en grupo con la pandilla, sin poder separar la vista de aquellos dos chicos tan guapos.

Durante tres horas recorrieron toda la isla pedaleando sin descanso, parando solamente para devorar los sándwiches y los refrescos que las madres  habían preparado para todo el grupo. Nadya se encontró muy a gusto con sus nuevos amigos que la aceptaron de igual modo y que no pararon de hacerle preguntas acerca de cómo era de bonita la capital en donde ella  vivía, la capital que ellos nunca habían visto, la gran capital rusa. Al finalizar el paseo Nadya y Nikolay, separados del grupo, no pararon de hablar el uno con el otro. El flechazo mantuvo a la pequeña casi una semana entera sin poder dormir, pensando solamente en Nikolay. 

   

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