Hacía tiempo que queríamos venir. No sabía muy bien si estaba preparada para soportar todo lo que me esperaba. Hacía mucho calor, era asfixiante. Me dirigí al hospital de la aldea, estaba hecho de madera, parecía que iba a desplomarse de un momento a otro.

Se suponía que tenía que ser fuerte y demostrar que estaba capacitada para ayudar a esta pobre gente sin recursos. Y es que la desolación se apoderó de mi cuerpo. Al cruzar la puerta me encontré con el hambre, la sed, la enfermedad y la angustia personificada.

Fui directa a una mujer que estaba embarazada, tenía los ojos cerrados. La belleza de su rostro era innegable. Al parecer se había desmayado por falta de líquidos y por el calor, saqué de mi mochila una botella de agua. Le cogí la mano y le dije que su hijo pronto estaría aquí, entre sus brazos, así que tenía que beber por los dos, tenía que recuperarse. Ella abrió los ojos y bebió, como si se le fueran a arrebatar el agua de las manos en cualquier momento, en ellos, en sus ojos pude ver su tristeza y a la vez el enorme alivio por haberme encontrado.

Tenía que seguir, de uno a uno, fui poniéndoles vendas que tapaban heridas de guerra, pero no curaban las del corazón. Ese corazón que solo conocía la miseria y la desesperación. Les entregué ropa limpia que había traído en las maletas para ellos, también había traído muchos zapatos en bolsas, zapatos de niños mimados que al parecer se habían cansado de ellos y preferían unos nuevos de otro color. En la vida había visto semejante felicidad por unas deportivas, los niños estaban agradecidos de poder llevar unos zapatos con los que no notaran cada piedra, cada roca en la planta de los pies. Les dije a los niños que tenía una sorpresa preparada para todos ellos al día siguiente.

Justo en ese momento, había que operar a un hombre que llevaba días en cama, tenía mucha fiebre, el color de su pierna derecha era de un intenso azul-púrpura, tenía mucho dolor, la falta de suministro de sangre junto con la infección le había provocado que las células no pudiesen sobrevivir y sus tejidos se desintegraran. Ya no había remedio, este hombre con aspecto de 70 años y con apenas 39, iba a perder una extremidad. Tenía que actuar rápido antes de que se propagara la gangrena. Procedí a la amputación no sin lágrimas en los ojos por no haber podido llegar antes, luego proseguí con la cirugía para extirpar los tejidos muertos. Le puse calmantes y antibióticos por vía intravenosa para combatir la infección. Despertó al cabo de unas horas, le intenté explicar que había sido para salvarle la vida, sus ojos estallaron en lágrimas, no entendía nada, dijo que cómo haría para ir a buscar comida para su familia, me preguntaba que como iba a poder llevarles agua del pozo, pozo que estaba a 20 quilómetros de su casa. No sabía que decirle, era tan grande la tristeza que no sabía de qué manera reaccionar. Le prometí que a su familia no le faltaría comida, que todo iba a salir bien. Vi la más profunda desesperanza en su rostro.

Era de noche y estaba agotada, había intentado hacerlo de la mejor manera posible, los había cuidado, limpiado y curado y aún así no me sentí bien. Había demasiada frustración en ese lugar, demasiado abandono, estaban solos y la sociedad lo sabía y no hacían nada por salvarles. Tenía ganas de que llegase mañana.

Ya era de día. Me acuerdo que pasé la noche en una casita de madera, casi me congelé de frío, algo bastante insignificante. Me levanté para ir de nuevo al hospital, les dije a los niños que pudiesen moverse que me acompañasen, ellos sacaron sus fuerzas para venir conmigo. Luego les llevé al centro de la ciudad. Había un descampado, mi compañero había traído a los demás niños de sus inadecuadas casitas. Les prometí quedarme con ellos y cuidarles. Les conté que era la hora del desayuno, me miraron con gratitud, con unas grandes sonrisas que solo derrochaban inocencia y felicidad. Les repartí leche con colacao a todos y galletas. Esa tarde mi compañero y yo repartimos a las familias los suministros. Los habitantes de esa pequeña aldea desamparada del resto del mundo vieron un rayo de luz, una esperanza hacia un futuro mejor para sus hijos.

En el camión teníamos provisiones, pero sabíamos que tarde o temprano se acabarían. Habíamos traído agua, comida, medicamentos, ropa, zapatos y libros, muchos libros.

Nosotros teníamos el proyecto de levantar una escuela en la pequeña aldea. Mi compañero fue el primer profesor que tuvieron. Me acuerdo de sus caras, estaban entusiasmados. Nos preguntaron cosas muy interesantes, cosas que a los ojos del resto del mundo pasan desapercibidas. La verdad es que son unos chicos muy listos, aprenden rápido.

Yo estaba en el hospital, las enfermedades de transmisión sexual y las infecciones me preocupaban. Era consciente que yo junto con las curanderas del lugar teníamos que poner fin a un sinfín de tragedias. Por eso les enseñé todo lo que había aprendido en la carrera de medicina. Educábamos a los niños en contra del tabaco, había que protegerles y prevenirles. También pusimos en marcha el proyecto de las vacunas.

Ya han pasado algunos años desde que estoy aquí. Hemos conseguido bastantes cosas. Hemos terminado el proyecto de la escuela. Todos los niños de la aldea van a clase todas las mañanas. Han aprendido a leer y escribir. Saben que es leer una historia, que te invada la sensación de vivir una realidad lejana a ti que no te pertenece pero que forma parte de ti. Desde entonces han llegado más voluntarios, día a día luchamos con garras y dientes por unos valores perdidos en una sociedad fría e indiferente. Tenemos más ayuda por parte del gobierno para seguir con la labor, aunque no la suficiente.

Ha aumentado la esperanza de vida, aún es baja pero con el tiempo intentaremos que crezca, todo depende de la confianza que tengan las personas en sí mismas para demostrarse que son capaces de hacer cualquier cosa, atreverse a hacer pequeñas cosas para unos pocos pero grandes para la humanidad. Sabía que había venido por una razón, intentar ayudarles a labrarse un futuro, así como luchar por los derechos humanos, pero había otra, aprender lo que ellos me han estado enseñando todo este tiempo. La necesidad más grande de la vida: la alegría de vivir.

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