No le dio importancia cuando perdió su empleo. Un técnico bien cualificado como yo -pensó- puede encontrar trabajo en cualquier empresa. 

En aquel momento su mujer era lo prioritario, detener el cáncer que la devoraba. Y sus ahorros se fueron se fueron agotando, tratamientos, viajes al extranjero, curanderos, sanadores… no hubo piedra sin mover. 

El día que su esposa murió no tuvo nadie a quien acudir, sin familia, perdidas las amistades a medida que avanzaba la enfermedad. Fue haciendo frente a los pagos de la hipoteca, exprimiendo tarjetas, sin conseguir empleo. 

Y es que siempre estaba demasiado cualificado o buscaban personas mas jóvenes. 

Llegó el embargo, porque hay que comer o pagar, y se encontró en la calle, con una maleta. Sin familia, amigos o dinero. 

Estaba sentado en un banco, pocos días después, cuando escuchó la primera proposición: 

-¿Me vende un poco de Fé?

Levantó la vista asombrado y, frente a él, un cura, con sotana incluida, le miraba con ansiedad y un billete en la mano. 

-Usted ya no la necesita, no hay mas que verle… -volvió a hablar el sacerdote- sin embargo, para mí, es imprescindible ¿que haría yo sin ella?

-¿Cuanta quiere? -le respondió

-Démela toda, así no tendré que volver a verle, estas transacciones me resultan desagradables ¿sabe usted?

El intercambio fue rápido y, con un poco de efectivo, pudo permitirse comer caliente y algunas noches de pensión. 

Convertido entonces en un hombre sin fé fue él mismo quien, días después, se acercó a una anciana. 

-Le vendo mi esperanza -susurró- es de la mejor calidad. 

Ella le observó con escepticismo:

-¿Para que la quiero, que puedo esperar yo de la vida?

-¿Vé? Por eso la necesita, compre usted una poca, a mí me sobra y me haría un gran favor. 

-Está bien- respondió la anciana- pero me la vende toda, así no tendré que volver a hablarle. 

No fue mucho mas tarde, agotado ya el dinero y sin fé ni esperanza, cuando escuchó la voz de un joven mirándole con aprensión:

-¿Tiene usted amor?

-Lo tuve, fue inmenso mientras duró…

-Está bien, no tengo tiempo para escuchar su historia, puedo pagarle bien el que le quede. 

No fueron malos días los siguientes, pero el dinero se volvió a terminar. Y ya sin Fé, amor ni esperanza, solo pensaba en sobrevivir. 

Fue por eso y solamente por eso, que le vendió su conciencia a un rico empresario que le engaño, dándole menos de su valor. 

Una vez hecha la transacción que le importaba ya conservar el resto.

Fue deshaciéndose de la vergüenza, que vendió por poco a unos colegiales; puso en liquidación la confianza, que se quedó un hombre celoso; casi regaló el cariño a un par de amigos que lo habían perdido.

Ya carecía de valor, que le robaron de una paliza, y el temor, que pensó nunca podría vender, se lo quedó un tal Juan sin miedo. 

Sin todo aquello, que un día le había hecho ser persona, acabó por ceder su nombre a una mujer embarazada. Para mi niño -le había dicho ella- ¿que sería de él sin un nombre?

Pero el dinero siempre se agota y él volvía a estar expuesto. A las miradas de asco y miedo, los insultos, agresiones. 

Aunque era peor que le echasen de los portales donde dormía, porque algunas sensaciones, como el frío o el calor, nadie las quería. 

La solución llegó una mañana, en forma de individuo pequeño, tan poca cosa que apenas se le veía. 

-Eeeeehhh -le gritó el hombrecillo- estoy aquí. Escuche, quiero comprarle la presencia, aunque… no puedo pagarle mucho, de todas formas tampoco es que la suya sea gran cosa. 

El mendigo se hubiera puesto contento, de no haber vendido ya su alegría. 

-Me conformo con lo que pueda darme- respondió. 

Y así, tan rápido que apenas pudo darse cuenta, dejó de ser visible para el mundo. No pudo, pese a ello, pasarle inadvertido a la enfermedad. Entre fiebres y toses le encontró la parca, que todo lo ve.

Y en silencio, dejó un espacio vacío en un portal cualquiera. 

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