Se acabó el verano. Desgraciadamente, todo lo bueno se acaba y tarde o temprano uno tiene que volver a trabajar. Es difícil elegir un buen lugar donde pasar las vacaciones, muchas veces tienes que elegir lugares en los que jamás has estado y pagar un buen dinero por disfrutar de ellos.
Hace algunos veranos unos amigos me invitaron a una ciudad que me encantó. Lo tenía todo: belleza, carisma, un montón de cosas por hacer y visitar… también viví allí una de las experiencias más interesantes de todas mis vacaciones. Cuando parecía que la ciudad me había dado todo lo que tenía que darme, mis amigos me propusieron un juego en el que en cada rincón me aguardaba una sorpresa. Fueron unas vacaciones largas, bonitas e inolvidables, aunque muchas veces la nostalgia nos juega malas pasadas y nos hace juzgar sin objetividad. Así que cuando llegó este verano y me enteré de que estos amigos me invitaban a visitar otra ciudad, no me lo pensé dos veces y acudí raudo como un rayo. Todo en esa ciudad me recordaba a la anterior, pero esta era aún más bonita. La primera vez que llegué y me llevaron en coche disfruté las vistas como nunca: podía ver parques, avenidas, callejones, plazas… todos ellos llenos de color y gente. Me pareció increíble, estaba deseando poder disfrutar de cada rincón de la ciudad.
Los primeros días fueron un poco aburridos. Más que nada tirábamos de coche para ir a todos los lados, ya que ni los taxis ni los trenes funcionaban bien. Mis amigos me mareaban un poco; que si vamos a ver a tal colega, que si vamos a ver al otro… conocí a mucha gente interesante, pero nos tirábamos más de la mitad del tiempo en la carretera, atisbando una ciudad llena de posibilidades que nunca llegábamos a pisar del todo. De vez en cuando hacíamos cosas muy divertidas. Una noche me tocó llevar a casa a mis amigos borrachos, la verdad es que me reí un rato. Otro día visitamos la azotea de un hotel de la ciudad y tuvimos unas vistas espectaculares, además de pasarlo genial. La verdad es que no todo fue tedio, hubo días que siempre recordaré.
Aún así, no me podía quitar de la cabeza la sensación de no estar aprovechando la ciudad a tope. El final del verano se acercaba, había conocido a un montón de gente, había hecho cosas muy divertidas… pero la ciudad era enorme y apenas había conocido un puñado de calles. Sin embargo, mis amigos no me daban motivos para salirnos de la ruta establecida. Siempre íbamos por las mismas calles, mismas plazas… un día me cansé y les dejé solos mientras me escapaba a ver esos rincones perdidos. Los visité y eran bonitos sí, pero visitarlos solo no tenía mucha gracia, era bastante aburrido. Un coñazo vamos.
Al final llegó el último día de vacaciones. Como ya os he dicho, en mi visita a la anterior ciudad me guardaron un montón de sorpresas para el último día. Aquí no pasó lo mismo, la despedida fue incómoda y abrupta, casi sin dejarme tiempo para reflexionar sobre lo que había terminado.
Al llegar a casa, me sentía decepcionado. Apenas había visto la mitad de esa preciosa ciudad pese a todos los días que habíamos tenido para hacerlo, además de que no me habían sorprendido en ningún momento con algo nuevo. Lo comenté con uno de los amigos antes de marcharme, y me contestó:
¿De qué te quejas? Aunque no hayamos hecho todo lo que podríamos haber hecho, ha sido un gran viaje.Ya, pero siempre saldrá perdiendo comparándolo con el primer viaje, fue tan alucinante que me esperaba mucho más de este. Por lo menos, que estuviese a la altura. Y más cuando la ciudad era más bonita y estaba más llena de posibilidades.Ése es tu problema, que lo estás comparando con algo que ya pasó. ¿Es legítimo comparar ambos viajes? Quién sabe, pero para disfrutar al máximo, lo que yo hago es valorar las experiencias individualmente. Y la verdad es que individualmente, este viaje ha sido una pasada.
Esta reflexión me dejó pensando. Al de unos días, cuando volví a ver las fotos del viaje, cuando vi los hermosos lugares que había visitado, cuando vi las personas interesantes que había conocido, me di cuenta de que mi amigo tenía razón, había sido un viaje cojonudo.
Ah, por cierto, la primera ciudad que visité se llamaba Lost Heaven y la última Empire Bay.
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