INUNDACIÓN

  Llovió toda la noche, con más intensidad que los dos días anteriores. La pareja se turnaba para vigilar que el agua no entrara a la casa. Pero en algún momento de calma, el sueño dominó a Ramón, el padre de familia, que vestido con ropa de albañil, se dejó tragar por el viejo colchón. El amanecer ya entraba por la ventana, rayando con claridad la persiana del dormitorio. Un tintinear lo despertó sobresaltado, en silencio escuchó el ruido de agua sobre agua, bajo los pies y allí estaba. El agua había inundado silenciosamente, como suele moverse un reptil. Caminó hasta la cocina sin saber que hacer, las botellas de abajo de la mesada flotaban y al chocar entre sí sonaban como campanitas de cristal. Tintineaban.

  Miró a su mujer con tristeza, al despertarla todo sería un caos. Respiró hondo, la zamarreó con suavidad, como no queriendo enfrentar la desdicha futura. Pero Sandra, con un salto ya estaba en marcha, despertó a los dos críos, que comenzaron  a llorar, confundidos sin saber por que su papá los estaba abrigando. Mientras seguía apretujando cosas el  bolso, secaba sus lágrimas. Cargaron sus hijos sobre los hombros y comenzaron a caminar calle arriba, hacia la escuela, donde tantas otras veces se refugiaron. Sandra miró su casa, mientras la lluvia impiadosa calaba su casa y sus huesos. Ramón gritó para que se apurara, el agua bajaba por la calle con más fuerza, dificultando sus pasos. Las criaturas no paraban de llorar, eso era el caos. Un grito los alentó a seguir, era un bombero. La ayuda venía a su encuentro. Ya estaban a salvo. Unas mantas, algo caliente, un par de colchones en un rincón y ya estaban alojados, vaya a saber por cuánto tiempo. La solidaridad se hacía presente en un trozo de pan y una sopa. Solo quedaba esperar con resignación.

  El bullicio de los niños que correteaban por el patio de la escuela, no permitía a Ramón pensar, salió a la puerta, pidió un cigarrillo y como los otros hombres, se quedó mirando la zona inundada, en silencio, sin comentarios. Miró a su mujer que ponía ropa seca a los niños que seguían moqueando entre suspiros de angustia. Tiró el pucho y con paso firme emprendió el regreso a su casa, no dejaría que le robaran lo poco que tenían, no escuchó a los otros advertirle del peligro. Ramón sabía que así era la vida de los pobres.

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