Representación de una mirada ciega.

Representación de una mirada ciega.

El sarb

09/05/2020

El alma de las palabras residía en mi mente con un sonido estético. “Nos jugamos un apuntadito de dos mil o qué”. Fue la primera mañana y la más rara, esa voz no dejó concluir mi sueño pendiente, aunque parecía la búsqueda de algo intenso intenté seguir impaciente; envuelto en la cobija que ya me causaba un calor horripilante. Tal vez era una especie de alarma que me indicaba que era la hora de tomar el café matutino. Hoy me pregunto si es que don Víctor, el vecino del piso segundo, estaría informado de que justo a las 8:30 a.m. tomo mi café junto al balcón. Conviene a los felices permanecer en casa. Noté que la sombra generada por el sol reflejaba el cuerpo en la calle y entonces advertí que el vecino era quien también, junto a su balcón tomaba su respectivo café en compañía de su esposa mientras hablaban acerca de la cuarentena. Quise con alegoría hacer ademanes de querer saludarlo pero recordar que él interrumpió mi sueño me hizo frenar el impulso.

Se empieza a llevar una segunda vida y él lo advierte con recelo. Ahora mirarse en horario vespertino antes de oscurecer le lleva al horror; es como ver en él el súper héroe solitario y preferido de un inocente jovencito. Prefería morir antes de seguir en esa rutina mediocre. Me impresiona que apenas llevaba un día de esa tal rutina y ya se quejaba- dichoso yo de levantarme con la tranquilidad de que voy a tomar un café acompañado de un tango de Gardel- pero no he contado con tanta suerte, solo me la paso en busca del ansiolítico que me hace volver a la realidad súbitamente. Se me volvió indiferente de un momento a otro, no sé bajo qué influenza acepté escuchar la historia del apuntadito de dos mil cuando ya mis vecinos advertían lo abyecto que era el sujeto.

Ese día, y luego el segundo se percibía miedo, yo de hecho aún percibo miedo aunque la vida ha demostrado ser más fuerte. El cambio abrupto de repente, ese oscuro silencio que me permito ver en la avenida principal de mi pueblo, Yarumal, que si uno cierra los ojos puede ver las paredes de su cráneo. Hoy tengo una posición más clara frente al encierro, me siento tranquilo y los días me han permitido cumplir deseos fugaces al interior de mi casa. Después de desconcertantes teorías lloré, lloré porque por primera vez sentí que mi vida era más valiosa que mi muerte y que el encierro, si bien, deduzco que no será muy extenso no es un motivo para postrarse y dejar la vida pasar.

Entonces justo hace unos días, luego de que interiormente disculpé al vecino, –aunque él hasta hoy no lo sabe- como a eso de las 11 de la noche, hora en que la maldad se empieza a meter al cuerpo; me decidí a realizar unas pequeñas caminatas digestivas. Debí parecer un loco ante mi madre si se le hubiera ocurrido salir a la cocina por un vaso de agua. ¿A quién se le ocurre darle repetidas vueltas a la sala de estar justo antes de ser la media noche?

Esos comportamientos huraños me dejaban claro que me podía convertir en el hijo de la maldad, o peor aún; del odio. No tenía un motivo claro que me permitiera saber debido a que venía esa aversión frente a un inculto e intrépido joven que se plantó a vivir al lado de mi cuarto. Yo creía que solo lo habían dejado ahí, tirado como una mascota. Tal vez para mí no era él una total garantía de compañía, y sin embargo aparentaba un trivial intercambio de palabras cuando lo sentía acercarse. Al saberse abandonado sentí un galeote en el magín. Al principio nos hicimos amigos, noté el alambre que cortaba su pecado y culpa. Era evidente que algo venía a contarme. Imaginaba ese sufrimiento. Me susurraba que sí era posible y yo que no lo podía descifrar me ponía impaciente. Sí es posible, repetía de nuevo, ¡sí es posible!

Me sentí más tranquilo haciendo esto aunque la comodidad de la cama no me suponía mayor placer. Leer libros y revisar documentales de historia me ha entretenido pero confío en que cualquier día habrá un parpadeo de luz y un segundo después, no sé, podríamos estar muertos y también eso es normal como este encierro. No me preocupo de parecer otro. Esta búsqueda de algo intenso hace que el cuento se vuelva algo miedoso, algo que debo ocultar para no alertar a mi familia. Una noche sentí una nube cargada de oscuros presagios, pero no me aliviané ante ellos; fue cuando el ritual que había cogido como vicio se apoderó de mí, justo antes de llegarse la media noche. Salí de mi cuarto en busca de cómo reemplazar la caminata digestiva y de repente me hallaba en el balcón con vista a la avenida principal. Buscaba diferencias de silencios y no encontraba tal cosa, era el mismo silencio del día, un poco más nítido y esto se debe al oscuro presagio que es la noche. Pensaba al día siguiente en la metáfora que es el universo; aunque pasé unas horas de aquella tarde junto al balcón no hallé mucha diferencia con la noche. No sé si de momento terminé vociferando en voz alta. –Aún estás vivo- menos mal, repliqué yo. Fue como una gélida corriente que se posó en mi regazo, me condujo y me hizo responder de golpe. Me estaba siguiendo en todo momento, siempre pendiente de mí. No quiero parecer esa persona a la que hay que montarle guardia dándose mañas para deslizarse entre la sala y aparecer justo enfrente de sus narices y frenar las ganas de algo. De momento el mundo me encantaba aunque sabía que precisamente no jugábamos a escondidillas. Le replicaba que no quiero abandonar el mundo sin sacarle hasta la última gota de sustancia. Lo veía ahí, paciente, como pensando en calidad de espectador. Me decía nuevamente que sí había sido posible y yo asociando ideas, atando cabos sueltos me permití formular una pregunta. ¿Estás tan loco como creo? Es increíble el significado que denotan los simples gestos, yo esperaba que me replicara algo y no obtenía tal cosa. Cuando decidió impulsar los labios noté que me quería hablar. Con el ceño fruncido y adusto me informó haberse posado junto a mí la noche anterior. Había decidido ponerle fin a su añorada caminata digestiva cuando me vio sometido a ese diáfano silencio que es la noche. Le pregunté por qué él me definía también como loco y con prisa respondió fútilmente: porque aparte de la oscuridad que representa la noche el silencio nuestro era muy similar en aquella ocasión. De momento me acostumbro a esta especie de soledad que equilibro con discreción para hallar placer en un espacio de ciento veinte metros cuadrados pero sus suspicaces y a veces malvadas propuestas me ponen en un trance hipnótico que como una ilusión no me dejaba avanzar. Para nosotros cualquier día puede ser el fin del mundo… Repitió tanto y de corrido esa frase que empecé a considerar vivir dos vidas; dos mundos paralelos.

He considerado incluso que el mundo está loco, que todos estamos locos. Las vidas han empezado a ser como las ciudades, solo han estado ahí, esperando que algo pase con ellas. El corazón se ha vuelto puro silencio porque no sabe qué sentir, ahora hago cosas sin saber porqué, en mi defensa digo que me han parecido buena idea y que poder hacerlas es gratificante. Tal vez no solo yo he invertido mis hábitos, muchas personas lo han hecho y es debido a la situación, andamos buscando posibilidades nuevas y es lo que rescato de la cuarentena; supongo nos ha hecho más exploradores, aunque sea desde nuestra casa. Viviremos así días y meses, en esta cuerda floja en que nos ha puesto el tiempo, pero al final uno se acostumbra a todo. Todavía recuerdo cuando vine aquí a pasar el puente festivo, nunca imaginé que se trataba de lo que considero unas vacaciones indefinidas y ahí es donde está el horror. Pasó una semana y era cosa de que la naturaleza se manifestara; respirar el aire nos parecía tan limpio que hería las fosas nasales y entonces comprendí que no todo es tan malo.

TODOS LOS DÍAS PIENSO EN MORIRME

Esa tristeza pusilánime, esa encarnación de aversión en la que me había puesto era la misma que deseaba con ahínco enajenar de mí. Noté que había estado a punto de perder mi lucidez para siempre. No quería que nos hiciéramos daño porque aunque fuera en el recoveco de la imaginación, debía parar, salir del trance y continuar. Debía liberarme del trance para rescatar mi universo oscuro, mis revoluciones interiores. Sentía la conciencia amorronada por esa excesiva ambición de querer vivir mundos imaginarios a través de la alienación de chácaras. Qué impaciente era el sabor de un mundo como esos, apenas podías vociferar. Hubo lapsos de tiempo en que los vigilantes de la imaginación te perpetraban sin previo aviso; te cogían como un basurero y de un solo sacudón hacían que tu loca idea de navegar en altamar- la misma que habías considerado indeleble de tu mente- vaya directo al horno crematorio de ideas superfluas.

Ha pasado una semana o un par de días, es difícil responder eso cuando te encuentras en medio de tus propias controversias. Poder con este duelo es difícil, ese trance áspero y cobarde parece ser un insulso agente de la vida contemporánea y eso es pernicioso para un alma lóbrega y dispuesta a nada. Asimilar luego de aquel día cada paso que daba me ponía en estado de desesperación. Consternado, sorprendido y hasta más yo me encontraba, pero era también el silencio sepulcral que me acompañaba en este camino del cuarto al balcón donde comenzó todo.

Quería hablarle a alguien y la casa se encontraba vacía, ¿solo en casa, en cuarentena? Era como un alma ciega que me guiaba a tientas hasta mi lugar en el mirador, yo tenía miedo y ya no podía regresar. Había comprobado cuanto valor tiene un silencio y sabía que estar de nuevo allí me llevaría a vivir una nueva doble vida. Tal vez con recelo empezaba a ceder ante quien en representación de Virgilio me ayudaba a descender hacia el eslabón de mi preferencia, de mi infierno. Sentía que el viaje comenzaba, que el globo que me transportaba era tal cual lo deseé antes de iniciarme en el trance. Comprendí que si quería cerrar esa puerta que no sé por qué abrí debía envilecer a los guardias, llegar al punto más alto de la cima y salir sin recelo pero haciendo mella en sus burlescos rostros.

De nuevo el alma de las palabras residía en mi mente como la representación de una mirada ciega. Tanto que me atreví a definir mi vida ahora como un pequeño barco en medio de tempestades, que azota cada día el oleaje de noticias y las tormentas de comunicados que quieren que uno se halle sin control de sí mismo. También vislumbro la ciudad que centellea frente a mis ojos como una ilusión. Diviso el valle y toda la ciudad. Es una felicidad, una libertad que no tiene una descripción que no alele a quien contemple la ciudad como yo ahora; fulgurante y detenida en el tiempo. He estado de acuerdo conmigo en algo y es en regalarme más soledad y por esto me acerco a los ventanales que parecen cavernas dirigidas al corazón del océano. Esta es la vida misma, no se siente el pasar de los minutos taladrar la tierra. Parece que es el tiempo detenido junto a ese prado naciente en la hierba rodada; el viento. Mi vida es como ese pequeño barco que se acerca a lo profundo del mar y se vuelve en cordilleras de agua que golpean mi coraza, mi fortificación.

Aquí encontré la vida, una nueva vida llena de peripecias que cada día aliviano con el café matutino.

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