Cinco pacientes nomás tuvo el médico el jueves por la tarde. El tercero era la primera vez que entraba al consultorio del penal, pero lo había visto varias veces en el patio, a la hora de recreación de los internos. Era delgado, no muy alto y tenía el cabello castaño y ondulado. Rondaba los treinta años y casi no hablaba. Lo que llamaba la atención del médico al verlo de lejos, era un lunar que tenía debajo del ojo izquierdo.
Ni bien consulte por alguna dolencia, voy a examinar ese lunar, y de ser necesario tendré que extirparlo, pensaba.
Y el jueves pasado por fin se anotó, al parecer por una fuerte gripe que no lo abandonaba. Ni bien entró y sin importar para qué vino, el médico le dijo lo del lunar y que quería verlo de cerca para decidir si se lo sacaba, y de ser así, mandarlo a analizar, y de acuerdo a eso, le daría el tratamiento a seguir.
Pero bajo la luz intensa y una lupa, vio el médico que no se trataba de un lunar. Era un tatuaje. Color negro. En forma de lágrima.
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