El “mochuelo” es un rapaz, nocturno, de menudencias. Esa mañana no iba a dormir. Se dirigió al aseo y torciendo el cuerpo hasta lo imposible, pudo apreciar su espalda en el espejo del cuarto. Su piel, tatuada con el cristo redentor, estaba marcada de arañazos y enrojecimientos que delataban la batalla nocturna que tuvo con una gata morena de uñas afiladas. Se vistió con una camiseta ajustada, unos vaqueros desgastados y unas zapatillas de marca con muelles amortiguadores. Mientras se dirigía al salón de su pequeño apartamento, encendió un Cámel. Luego se asomó al balcón. Desde la altura del séptimo piso oteaba, con cierta amplitud, todo el barrio marítimo.

Viejos y obsoletos edificios, de fachadas descoloridas, se apiñaban en estrechas calles que olían a orina, moho y salitre. Mas allá, cerca del puerto, antiguas naves industriales de principios del siglo veinte aún permanecían en pie recordando el pujante comercio de tiempos pretéritos. Al fondo, las grúas portuarias, algunas de ellas en plena actividad, se alzaban majestuosas. También los grandes cargueros, repletos de contenedores, aguardaban anclados su turno para descargar.

Giró la vista hacia la derecha y todo cuanto observó enfermaba su ego. Solares abandonados, sin edificar, salpicados de chabolas construidas con palés, uralitas y plásticos. Rumanos de etnia gitana que cohabitaban entre la chatarra amontonada, la ropa tendida, las ratas como conejos y la basura acumulada que ardía con virulencia mientra los niños jugaban a su alrededor.

-¡Escoria y mierda !. Esto es lo que hay en este país.¡Escoria y mierda !- Exclamó , lanzando la colilla a la calle. -!Ahí están!. En sus países no los quieren y los envían para acá…¡ España!, país acogedor de ratas. !Míralos…! Ya salen con sus bicicletas a hurgar en los contenedores con el fin de dejar la ciudad tan asquerosa como éste barrio. Lo que yo digo; aquí ni hay autoridad, ni leyes, ni hostias. Anda que no tengo yo controlados a éstos. Dentro de un rato saldrán las muchachas a pedir limosna. Mientras, las viejas y los viejos controlan el campamento y cuidan de los niños. Lo que yo digo: ¡ratas!.

Una ligera brisa, húmeda e impregnada de sal, se levantaba sin previo aviso. El Sol, después de romper la linea del horizonte, parecía mecerse.

Antes de salir ingirió de un solo sorbo un chupito de tequila y encendió otro cigarrillo. En la calle se puso gafas oscuras para disimular sus ojos enrojecidos y anduvo por los enrevesados callejones hollando las mugrientas y pegajosas aceras. Al rato se topó con una vieja y destartalada furgoneta que ocupaba completamente la estrecha vía. En el interior del vehículo se apiñaban unos jóvenes subsaharianos de semblante triste y de mirada perdida. Muchachos que durante la noche dormían en una casa de aspecto ruinoso. Dos hombres, rudos y desaliñados, cerraron la vivienda con llave y subieron a la furgoneta prestos para conducir. Cuando se percataron de su presencia le saludaron sin decir palabra.                                                              -¿Hoy que toca?.- Le picaba la curiosidad

– Recogida de patatas.- Respondió uno de ellos, con desdén y prisa. Una vez que se alejaban, el muchacho exclamó fuerte y claro, como si quisiera que todo el mundo le oyera a pesar de que la calle estaba desierta y nadie habitaba en ella.

-¡ Me cago en la leche! Hay que joderse…¡Es que se me agria la sangre!.¿Cómo no va haber paro en el país si cogen negros que vienen en las pateras? No sabe nada el Pepón. Les da cuatro perras, ¡cuatro perras gordas !, y a recoger todo el día. El dice que todo está dentro de la legalidad y yo digo… ¡ qué una mierda! .- Prosiguió su camino cruzando un parque que le ahorraba tiempo; deteniéndose, pocos minutos después, delante de un decrépito caserón. Llamó tres veces con pausas breves. Le abrió la puerta un individuo de mediana edad vestido con un traje príncipe de gales, cubierto de cadenas que relucían y de una sortija de oro, con un pedrusco rojo, que encandilaba. Cerró la vieja puerta de madera y la contrapuerta chapada con láminas de acero inoxidable. Se estrecharon las manos y luego, cogiéndole de los hombros, le espetó:

-¿ Qué paso anoche, “mochuelo”?-

-¡Joder!, como corren las noticias. Lo sabe usted mejor que yo, tío Manuel.

– ¡Ja,ja,ja!. Es que me parto. Cuando lo contaron no me lo podía creer. Que la Juana te llene de arañazos, eso es normal. La muchacha se “regusta” enseguida y pierde el “sentió” Ahora…¡ no me puedo creer que mi sobrino te desplumara en la timba! Hay que joderse.-

-Bueno, ya está bien… fue la suerte del “atontao”.Vamos a la faena que hoy tengo prisa.-

– ¡Eh…eh…! quieto “parao”, payo. Este trabajo es distinto a los habituales. Aquí no vas a pasar papelinas, ¿entendido?.-

El joven asintió.

– Bien, chaval, asi me gusta.-

Cruzaron un amplio salón. En él se mezclaban reproducciones perfectas de Sorolla colgadas en paredes estucadas azul cielo con estanterías de escayola donde reposaban figuras de plástico y yeso. También muebles neoclásicos, que se apoyaban en un suelo de gres blanco roto, tapizado con alfombras orientales anudadas a mano. Llegaron hasta una cocina, revestida con una encimera de mármol negro y equipada con electrodomésticos de acero inoxidable. Abrieron una puerta de idéntica aleación y se introdujeron en un garaje alicatado hasta el techo. Un flamante BMW serie 3 berlina con cristales humeados y una motocicleta Honda CBR.600 ocupaban todo el espacio. Todo salvo un hueco en la pared del fondo, donde un armario de resina gris, tapaba una puerta corredera. Retiraron el armario y abrieron la corredera. Una luz muy tenue iluminaba un cuarto de aseo con suelo enmoquetado. En su interior, tumbadas y abrazadas, dos muchachas de pelo de esparto oscurecido y piel mediterránea reposaban adormecidas.

-¿ Desde cuando están aquí ?-

-Las trajeron anoche… les he puesto ketamina en el agua.– Se acercó a una de las muchachas y la cogió en brazos. Luego añadió.- Tenemos, una hora, antes de que despierten. ¡ Agarra a la otra !.- El joven obedeció.

-Joder, tío Manuel , son …-

-¡Niñas ! ya lo sé…aquí ganamos todos. Ellas también. Ya te dije que nada de preguntas. Tú a lo tuyo, “mochuelo”, y sin mentar nada. ¡Ah!… y ya no preguntes más, ¡coño!– Volvió a repetirle con cierta vehemencia.

No hubo más preguntas y el silencio se interpuso entre los dos hombres. Acomodaron a las muchachas sujetándolas con los cinturones e iniciaron el viaje. Se alejaron del barrio bordeando el puerto. Al rato enlazaron con la autovía. La densidad circulatoria aletargaba el camino. De repente, y sin previo aviso, un vehículo cruzó al otro carril, pero el muchacho, con habilidad, evitó la colisión.

Manuel se alteró.

-¡Solo faltaba que no la pegáramos!. Ve tranquilo, chaval, que no quiero civiles preguntando.-

-Ha sido el capullo ese-

Prosiguieron el camino sin más contratiempos.

Treinta minutos después del incidente, el BMW frenó. La barrera de una lujosa urbanización se interponía en su camino. Cuando el portero verificó el lugar donde estaban citados les permitió el paso. Esplendidas viviendas, protegidas con hierro forjado y cubiertas de frondosos setos, se alineaban en una interminable y empinada cuesta.

Una vez llegaron al final de la loma, se detuvieron frente a un portalón pintado de blanco. Mientras esperaban observaron, sin darle importancia y desde esa privilegiada atalaya, la impresionante y bulliciosa ciudad bañada por la quietud del mar. Las puertas se abrieron automáticamente y el vehículo avanzó varios metros . Volvió a detenerse. Esta vez frente a una fastuosa vivienda de tres alturas, tejado de pizarra y grandes ventanales. Bajaron las ventanillas y el olor de los setos de albahaca impregnó el interior del vehículo. De repente, la chiquilla mas joven, despertó de la anestesia.

-Ajutor…ajutor…ajutor…– Balbuceaba con semblante apenado y ojos llorosos.

-¡Me cago en la leche!. Ya se ha despertado…¿Qué dice?– Dijo, Manuel, girando la vista atrás, mientras la muchacha proseguía con frases ininteligibles y gimoteo conmovedor.

-No sé. Parece rumano.- Dijo, mientras la miraba disimulando su aflicción.

En ese preciso instante apareció, por la parte posterior de la casa, un individuo vestido con pantalón de peto; de aspecto corpulento, mandíbula cuadrada y nariz prominente. Manuel se apeó del vehículo y, abriendo las puertas trasera, aupó sobre sus brazos a la chiquilla que pedía ayuda. El hombre robusto hizo lo mismo con la otra joven.

Ambos desaparecieron tras la mansión.

Una hora larga aguardó el muchacho en el interior del vehículo. Se entretuvo introduciéndose en la nariz dos rayas de coca y en sus oídos una larga sesión de reggaetón. También llamó a la Juana por si quería marcha nocturna. Ésta le dijo que nones y que “ la próxima vez le curras a tu madre, pringao”.

Se disponía a llamar a la polaca, una “choni” de su barrio, cuando se presentó su jefe.

– Ya te has metio la farlopa. Anda que te cortas. Venga, arrímate a un lado que conduzco, yo.- Le dijo, cuando observó restos de polvo blanco en el salpicadero.

-Si que ha tardado usted. ¿Le han pagado?.-

-Pues claro. Estos son gente seria.-

Puso el vehículo en marcha y, mientras esperaban que les abrieran el portalón, prosiguió con la conversación.– Te voy adejar en la boca del metro, y te buscas la vida. Yo tengo cosas que hacer. ¡Ah! Y no te preocupes por la pasta ésta noche te doy tu parte.-

No hubo respuesta por parte del muchacho. Abrió la ventanilla, se encendió un cigarrillo y pensó en lo fácil que resultaba ganar dinero. Que había sido coser y cantar. Mucho mejor que andar todas las noches vendiendo éxtasis, nieve o chocolate. Pensó que hacer de intermediario, en la compraventa de niñas, era menos arriesgado y más rentable. También maldijo al cabrón de Manuel que aún no le había pagado y, ademas, le iba a dejar tirado cuando más prisa tenia. Luego ya no pensó.

Manuel le dejó en la ronda cerca de la estación del metro.

El Sol abrasador de mediodía y el sinfín de vehículos que circulaban por la avenida derretían el asfalto emanando un profundo olor a petróleo y a monoxido de carbono. El centro de la ciudad bullía en hora punta. El semáforo estaba en rojo pero le daba igual. Tenía prisa. Segundos mas tarde, su figura, fue camuflándose en los subterráneos. En el preciso momento que alcanzó el final de las escaleras, el tren de la linea cinco partía de la estación. El mosqueo que le produjo la perdida fue de órdago. Descargó toda su rabia propinándole una patada a la papelera. No hubo nadie en el andén que se lo recriminara ni guardia de seguridad que le detuviera. Acomodó sus posaderas en un banco de metacrilato pintado de azul mientras avistaba, con el rabillo del ojo, el panel informativo. Diez minutos de espera hasta el próximo tren. Buscó el móvil y, cuando se disponía a usarlo, una chiquilla ataviada con falda hasta los tobillos, un pañuelo que le ocultaba el cabello y unos ojos grandes pero apagados, se le acercó. Tímida, cautelosa y con la mano extendida, le pidió limosna.

-Po favore, senor…ajutor… ajutor.-

-¿Será posible? Lo que me faltaba. ¡Que te abras pordiosera! ¿Es que no te enteras, pringá? ¡He dicho que te abras!.-

La muchacha se alejó asustada y sin entender nada.

– Hay que joderse… están en todas partes en los contenedores, en el mercadona y ahora en el metro. ¡Puta escoria ! Los negros por lo menos trabajan pero éstos…¡ me cago en la leche que han mamao! Estos cabrones cada vez las traen más jóvenes. Una mano me corto si esta niña no viene de las chabolas que hay enfrente de mi casa…¡ joder!..¡joder!…¡joder!…-

Los nervios afloraron repentinamente, y fue paseando, ofuscado, de una parte a otra del anden. Algo distinguió entre las vías que le detuvo. Se dirigió, cruzando la linea amarilla de seguridad hasta el borde del foso. Fijó sus ojos, con atención, entre los raíles y allí estaba. Era una rata negra e inmensa. Él la miró, fijamente, sin parpadear. El animal hizo lo propio. Ambos mantuvieron sus miradas hasta que el sonido del tren rompió el magnetismo.

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