¿Acaso no está bien atendida?

¿Acaso no está bien atendida?

Con la puerta de su habitación entreabierta se podían vislumbrar las piernas desnudas de la anciana cada noche cuando se deshacía de las ajustadas medias y las guardaba en el cajón superior de la cómoda de madera color nogal.

A continuación, Esperancita, cogía el bote de la crema y tras llenarse las manos en abundante pomada se untaba muy suave y regularmente las piernas cansadas, salvando la herida que no acababa de cicatrizar, alojada en la pantorrilla.

Dentro de cinco minutos se apaga la luz.

Dentro de cinco minutos se apaga la luz… Se oía una y otra vez por el largo pasillo la voz casi metálica de la responsable de planta, que entre cada fraseo hacía sonar el manojo de llaves.

Entonces, Esperancita tapaba nerviosa el bote de la crema, lo depositaba encima de la cómoda de color nogal, se repasaba las piernas con las manos aún pringadas en la pomada y se oían sus pasos sigilosos hasta acceder a la vieja cama que chirriaba a cada movimiento.

Quedan dos minutos y apago la luz.

Quedan dos minutos y apago la luz… se oía decir a la voz ya metálica entre el ruido del manojo de llaves y Esperancita, que a duras penas se metía en la cama y se cobijaba con las dos mantas que le correspondía hasta la cabeza.

    Antes de que se apagara la luz, ya estaba resoplando para calentar las húmedas sábanas con su vaho y, de paso, engañar al hambre.

Cuando se hacía la oscuridad, aparecía Juan entre sus recuerdos el amante que nunca tuvo, y juntos pasaban largas horas de la fría noche entre los hijos que no tuvieron, aquellos que, inadaptados tuvieron que acostumbrarse a nuevos modos de vida.

Primero en la construcción. ¿Te acuerdas Juan?

Después en una fábrica de menaje. −¿Recuerdas? Di algo Juan, tu tan callado como siempre.

Luego al paro. −Viviendo a nuestra costa. Hasta que me recluisteis en este frío edificio.

Arriba, arriba, arriba… Se oye al despuntar el día.

La voz metálica amenaza siempre con el tiempo, que de forma inexorable va absorbiendo la crema untada a través de la sangre que cada vez se le acumula en mayor cantidad en las venas de las piernas y asciende a lo largo de las extremidades, lo que provoca que tenga cada día menos movilidad y sea para ella una eternidad acercarse a coger el plato de comida que le sirven por el pequeño hueco que hay al lado de la puerta.

El tiempo no para y los cuartos preceden a las medias horas o a las  horas en punto y las dolorosas úlceras aparecen en los tobillos para que olvide la herida alojada en la pantorrilla. Todo es tiempo en su mente que va restando a su vida, por eso, cuando la voz metálica resuena por el largo pasillo que son sus neuronas espejo, alojadas en el área F5 de la corteza prefrontal, con el agudo tintineo de las llaves, cada una en su manojo, se asegura de que por la ventana entre ese rayo de luz anaranjado de la media tarde que le hace ver la puerta entreabierta.

Como en su celda no hay nadie, ante la voz metálica se ha planteado una estrategia que comparte con los neurofisiólogos que la atienden, para comunicarse con los demás:

De noche dormirá con su amante, para que le susurre entre las sábanas las promesas de amor que jamás escuchó en el convento de clausura.

De día se dejará observar por alguien que desde detrás de la puerta la protege y vigila mientras ella se acicala.

El tiempo determinará con quien estar en cada momento.

Un tiempo que se le regatea y que la somete al imperativo de:

Dentro de cinco minutos se apaga la luz.

Quedan dos minutos y apago la luz.

Arriba, arriba, arriba.

Sor Esperancita del Sagrado Corazón de Jesús, a sus 98 años piensa que, lo que le sucede es algo tan sutil e inapreciable a la vista de aquellos que viven fuera de los muros del convento y no lo sufren, que podrían pensar −Si tiene para comer y la cuidan. ¿Acaso no está bien atendida?

  En ese instante se refleja la luz anaranjada que entra por la ventana en la puerta de la celda. Ella, como cada día, coge la cera aún caliente, que chorrea de la vela posada en la cómoda de madera color nogal y se la unta sobre las piernas. −Me consuela. Dice.

En el patio exterior a la celda del convento, entre los árboles cantan alegres los pajarillos celebrando la recién llegada primavera, pero ella no puede oírlos. La ventana siempre está cerrada y ella sola.

Otro tipo muy sutil de proceso a la exclusión social, la discriminación mental.

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