No serían más de las cinco de la mañana cuando el hombre se despertó sobresaltado. Tenía la boca seca y un sudor frío le empapaba a pesar de estar la ventana abierta de par en par. A oscuras, no tenía luz, se llegó hasta el otro rincón y cogió una garrafa de cinco litros de agua, pero apenas quedaba un sorbo. Así pues se puso los zapatos, unos zapatos italianos estupendos que se compró aprovechando un viaje de trabajo a Roma, hacía más de diez años, y desatrancó la puerta de tablas remachada con latas y trozos de bidones de aceite. Se dirigió esquivando basura y ratas como gatos hacia una tubería con un grifo que les había puesto el ayuntamiento hacía unos meses, dentro del Plan de Saneamiento y Modernización de las Zonas Periféricas, para llenar su garrafa de agua. El hilillo de agua tardaría bastante en llenar el recipiente y aprovechó para sujetarse los pantalones de Armani, en bastante peor estado que los zapatos, con una corbata, a modo de cinturón, de una serie limitada de Loewe, que le regalaron en la empresa cuando el ERE le cogió de lleno. La garrafa se hacía de rogar para llenarse y las claras del día empezaron a convertir las sombras en realidades. Mecánicamente se pasó las punteras de los zapatos por las traseras de las perneras para darles algo de lustre a una piel cuarteada y rota y de un color variable y camaleónico en función de por donde anduviera.

En el sitio, por llamarlo de alguna manera, donde vivía estaba repleto de libros, varias fotos y un sinfín de objetos, figuritas, pisapapeles y restos de un portátil con varias teclas borradas por el uso. Cosas que ya no tenían salida en ningún sitio. Se echó un puñado del agua de la garrafa en la cara, se humedeció el pelo y se atusó el bigote. A veces la coquetería le superaba y utilizaba el trozo del cristal de un porta retrato a modo de espejo, a pesar que no soportaba ver en el estado que se encontraba. Detrás del cristal roto había una foto de unas personas que reían encima de una especie de velero y que él recordaba que una vez recordó quienes eran… Dejó el porta retratos en el mismo sitio que estaba y salió.

El camino hacia la oficina del paro era como un río con múltiples afluentes por donde personas como él, que un día fueron, recorrían como penitentes, para pasar de largo y acudir a un almacén dónde les proporcionaban algo de alimentos tan básicos como escasos, pero que eran lo más grande que ese día, como tantos otros les iba a suceder.

En el escaparate de una tienda de electrodomésticos, mientras comía muy despacio pellizcos del pan que le habían dado, había una televisión donde, según ponía en el rótulo sobre impresionado, hablaba el ministro de algo, al que reconoció por el colorín de sus gafas y la risa de rata y porque mantuvo con él varias reuniones de trabajo, antes del ERE. ¡Cómo nos engañaron! pensó. Por un momento le vino a la cabeza, cada vez más desestructurada, sus reuniones en Bruselas, sus viajes por medio mundo negociando acuerdos importantes para nuestro país. Cómo siempre tenía mesa en los mejores restaurantes donde, en uno de ellos, preparó el ERE que arrastró a muchas personas, a situaciones similares a la suya. Aunque los más jóvenes aún se pudieron medio acomodar en trabajos que no correspondían a su preparación, pero que les daban casi cuatrocientos euros al mes. Luego salió en la misma tele, tras unos anuncios de casas de seguros y de bancos con gente que era muy feliz porque estaban confiados a su amparo, otros señores que pedían nuevos esfuerzos, que iban a minimizar los ayuntamientos eliminando duplicidades y personal sobrante, pero que eso traerá empleo y prosperidad en menos de un año y que los ríos de leche y miel, volverían a correr por las verdes campiñas…

El ex Director General, sacó su cartón de vino y se pegó un buen trago a la salud de esos descerebrados que dejaron hundir España, para levantarla ellos. En la otra esquina, unos jóvenes que no habían podido pagar las tasas universitarias recibían de los encargados de repartir a cada uno lo suyo.

Apuró el cartón de vino y volvió a intentar sacar lustre a sus zapatos italianos que una vez, como él, tuvieron brillo.

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