De vuelta a la soledad

De vuelta a la soledad

Lucia Navarro

15/05/2014

Elogio_a_la_familia_4501.jpgDejé mi casa hace mucho. Pensé que ellos me buscarían alguna vez; me aseguré de que, en caso de que su intención fuera saber de mí, me encontraran accesible y maduro. Pensaba en tal método igual que “dejar una puerta abierta”, lo que me tranquilizaba y hacia ver mi soledad como una opción y no una imposición.

¡Cuánto odio acumulé en mi interior al pensar en mi madre! Nunca me dejaron las pesadillas. Nunca nadie vino a verme ni recibí ningún sobre con ayuda.

Finalmente ha muerto, así que estoy por primera vez en diez años a las puertas de la casa. Sin embargo, nunca antes había percibido aquí esta rara armonía y calma.

Para que uno pueda continuar con su vida tiene que matar a su madre. Uno no nace hasta que ella muere, no deja de beber de su teta hasta que ésta está vieja y seca y solo transmite bilis, miedo y viejos horrores.

¡Dios mío! ¡Cuánto odio! al verla tendida ahí, me sentí nuevamente abandonado.

Desde muy pequeño se asombró con mi fortaleza y comenzó a temerme. Yo era un niño muy precoz. Recuerdo haber estado llorando por horas una tarde frente a la puerta por la que acababa de irse, esperando que volviera a consolarme. Fue más tarde que aprendí que a ella solo le conmovían sus propias lágrimas.

Mi padre está ahí,  están esperando que diga unas palabras, la mayoría de los presentes parecen ser amigos suyos, no son pocos, él se ve igual de joven que la última vez, pero tiene los ojos más grises.  

–Sin embargo estoy feliz, por tener aquí a mis hijos, especialmente mi hijo menor –me señala y me invita a ponerme junto a él –el hijo pródigo ha vuelto –La esposa de mi hermano lo mira colérica.

–No he vuelto sino como un espectador del tiempo. Mi vida ha sido larga y llena de angustias desde el día en que me privaron de su protección, pero ahora soy un hombre independiente, dueño de su propio nombre y orgullosamente huérfano.

–Tu madre también se aferró al orgullo, decía que eras un vagabundo y luego lloraba y preguntaba ¿dónde estará? Ojalá hubieras venido un poco antes.

–Eso me decía siempre: “has llegado tan tarde al mundo”–tenía cerca de cuarenta cuando yo nací, no es una buena edad para la maternidad.

–Es mejor que te vayas  ­–interrumpe mi hermano

–¡Claro canalla! ¡Si ya me voy! Si bien recuerdo que tú fuiste el hipócrita que ensució mi nombre con tal de sostener sus mentiras. Fuiste tú quien dijo a mi madre que debían encerrarme porque yo era peligroso o que era mejor ignorarme a ver si por mi propia voluntad me alejaba ¡traidor! “estas son las últimas palabras que cruzaremos”  me dijo mi madre al echarme. Me voy ¡sí! ¡Para que se restablezca la mórbida paz de la que son dueños!

A mi padre lo llaman un par de jóvenes que lo miran embelesados.

–¡Ya lo he visto todo! ¡Hasta nunca!

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