Querido dragón:

 Le he puesto tu nombre. David no cree en los rituales convencionalistas, pero hizo una nueva concesión a mis deseos. Ha sido una ceremonia íntima, pero faltabas tú. Al acunarlo entre mis brazos surrurándole el «te quiero» más sincero que hayan dicho mis labios, siento que te escribo por última vez.

  Querido dragón:

 Lo hemos reabierto. Todos intentaban disuadirnos, pero David no sólo ama las causas perdidas, sino también el arte que se convirtió en tu profesión. Envidio la magia con que atrapa, a través del obturador, el alma de cada persona de modo que sus fotografías, al igual que las tuyas, parecen cobrar vida al mirarlas. Me compensa su mirada, devolviéndome la óptica que de mí misma siempre tuve, y que solo él ha sabido capturar para los dos.

   Querido dragón:

  Una luna de miel perfecta: noches románticas y visitas estresantes a los grandes monumentos italianos. David gruñía por el turisteo antes de besarme bajo el puente de los suspiros, tan solo una pose para no demostrar cuánto ha disfrutado. Salvo por el agua. Al confesarme avergonzado antes de zarpar que él tampoco sabe nadar, lo abracé con fuerza por todos esos meses que tú estuviste embarcado sin aprender.

  Querido dragón:

   Me he enamorado. Es inglés. Se escapó el primer fin de semana que pudo para conocerme, pero mantener el contacto vía internet ha sido duro. Cuando intercambiábamos correos electrónicos pensaba en tus madrinas de guerra: avivaba mi esperanza saber que conocer a alguien por dentro primero, a través de las palabras, fue una locura que cometiste antes que yo.

   Se ha venido a vivir conmigo con su precioso setter irlandés. Todo lo demás lo ha abandonado por mí aunque desconoce que no realmente un sacrificio. No se llama igual, pero es idéntico a tu Bobby: corre con la misma locura hacia mí en cuanto oye mis pasos. David me mira entre extrañado y enternecido por mis arrumacos, sin comprender cómo ese chucho es la única excepción a mi fobia canina… 

  Querido dragón:

   La independencia resulta solitaria. Me acompaña tu celosa videoteca. Revivo aquella tarde cuando los primos mayores, los entendidos, pusieron en tu vhs la mejor película del mundo. El porche de Escarlata sigue sabiendo a la malta helada de tu esposa mientras mi mirada permanece en la magia del cine contagiada.

  Querido dragón:

   Las peores navidades. Acaricio tu perfume favorito, siempre fiel al mismo, ahora innecesario. Lloro a escondidas, a ellas les duele más que a mí. He empezado a estudiar. Necesito dejar de sentir.

  Querido dragón:

    ¡Ojalá hubieras estado ayer aquí! Vinieron tantas personas a verte…

                                            __________

  Ella alivia tu angustia, vigila los tubos que te atan a la vida. No te vayas. Sujeto tu mano con ternura, acaricio y beso tu frente. Siénteme junto a ti. Ya no forcejees como un niño para liberarte de la mascarilla. Te alejas. Alguien debe avisarlas. Me alejo. Dos minutos. Para siempre. Con el «te quiero» más sincero que jamás hayan dicho mis labios.

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