Teguise, 15 de mayo de 2014
Querida abuela:
Me he sentado en este patio tuyo, techado de cielo, con intención de expresarte mi más profundo agradecimiento por permanecer intensamente cosida a mi existencia.
En el preciso instante que escribo estas letras, huelo tu perfume Mirurgia y te escucho, a ratos, tarareando la nana «mi niña chiquitita no tiene cuna…», a ratos, cantando «como se pueden querer dos mujeres a la vez y no estar loco…», de Machín. A ratos, hablando: «Los pobres ya tienen bastante con lo que tienen, ¡y con lo que no tienen, también!
Percibo tus manos de piel brillante y fina resbalar por mi pelo. Te veo con tus espejuelos puestos, zurciendo, leyendo cartas de abuelo y, de cuando en cuando, levantando la vista para controlar qué andan haciendo tus nietos.
Saboreo la mermelada de calabaza que preparabas con idéntica cantidad de azúcar y cariño cada 05 de enero, cuando los Reyes regaban las calles de ilusorios caramelos.
Abuela, echando una ojeada a esta foto de mi padre y mi tío, ha venido a mi mente aquella en la que tú estabas de pie, con uno de tus hijos en brazos y otros dos retoñando del suelo, uno a cada lado, ¿sabes de cual te hablo?. Colgaba en la pared de tu habitación, en un marco de color caoba, ovalado, ¿recuerdas?. Decías que te la habías hecho al año de que abuelo emigrara a Cuba para que viera cómo crecían sus hijos y lo guapa que te conservabas, «no fuera a fijarse en alguna mujer de aquellas tierras, que tenían fama de ser muy apasionadas arrancando maridos».
En tonos sepia, tu rostro, desprovisto de la típica cicatriz melancólica que a menudo aparecía en fotos de mujeres de la época, cuyos esposos también emigraron en busca de mejor fortuna. Mujeres, que tenían en común la responsabilidad de criar hijos en soledad, con las estrecheces económicas que suponía para muchas no recibir giros, viéndose obligadas a trabajar, dentro y fuera del hogar. En tu caso, estirando ropa con pesadas planchas de carbón y lavando en pilas de piedra que se gastaban curtiendo las manos de quienes sacaban brillo a ropa ajena.
Abuela, me pregunto qué habrá sido de aquella foto. Tu foto preferida. A veces me pregunto si no te la habrás llevado para seguir disfrutándola, pues era para ti una especie de estandarte de orgullo mientras vivías. Imaginar que se ha fulminado parte de nuestra historia familiar me llena de tristeza. Sólo me consuela la claridad con la que permanece junto a los nobles principios que me transmitiste y han heredado mis hijos.
¡GRACIAS ABUELA! Gran parte de lo que soy te lo debo a ti y a tu hijo, mi padre, sastres de mi infancia, cuando estaba más receptiva que nunca a dejarme abrazar por la savia que la vida regala.
Con admiración y cariño,
Un fuerte abrazo.
María.
Fin.
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