Me acuerdo de los cumpleaños de todos, que fue la fiesta que mis padres se inventaron para celebrar de una tacada los aniversarios de sus hijos. Si la memoria no me falla, los organizamos mientras fuimos siete hermanos, antes de que nacieran los dos pequeños.

El cumpleaños de todos se celebraba un día cualquiera del año y ni siquiera coincidía con el nacimiento de uno de nosotros. Simplemente, se hacía en una fecha que les viniera bien a mis padres y a los invitados. Ese día se abrían los dos lados de la mesa del comedor, se sacaba el mantel bordado y se cubría con un hule transparente. La mesa se llenaba de cuencos de aceitunas, palomitas, almendras garrapiñadas, cacahuetes y, en el colmo de la sofisticación, mi madre preparaba triángulos de pan de molde con fuagrás y queso amarillo.

En casa aún tardaríamos mucho tiempo en tener cámara, así que mis padres contrataban al fotógrafo del barrio y el buen hombre llegaba a casa pertrechado con sus máquinas y sus flashes para hacer el reportaje gráfico de la fiesta. Había fotos de grupo pero las más importantes eran las del fotomatón cumpleañero que era, básicamente, una serie de imágenes individuales de cada de uno de los hermanos.

La dinámica del fotomatón era muy sencilla. Ponían al mayor de los hermanos delante de la tarta de merengue con sus velas encendidas. Tras posar y hacerle la foto, lo quitaban a él y a una vela para poner a la siguiente hermana. Este proceso de cambiar el niño y quitar una vela se repetía hasta acabar con todos: Jorge, Marga, Bea, Eva, Noe, Luisa y Atalía.

El resultado final es una serie de fotos casi idénticas en las que sólo cambia el niño y el número de velas. Es divertido verlas porque cada hermano adopta una actitud distinta frente al objetivo. Está el que cogía con preocupante seguridad el cuchillo. La que estaba encantada de haberse conocido. La que salvaba la papeleta como podía. La que miraba desafiante a la cámara. La que traslucía un intenso deseo de no estar allí. La que preguntaba en silencio si lo estaba haciendo bien y la que, simplemente, no tenía la menor idea de lo que era todo aquello.

A mí me causa mucha ternura ver esas fotos una al lado de la otra, pero quizás lo que más me enternece de esas imágenes son precisamente las dos personas que nunca salen, mis padres, que inventaron artimañas como esta fiesta de cumpleaños para que a nosotros, sin tenerlo todo, no nos faltara nunca de nada.

FIN

Soplando_velas1.jpg

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