Luz no pudo elegir dónde nacer y Bertilda, su madre, la tenía como su asistente. Luz repartía su tiempo entre el estudio, las labores domésticas y el trabajo en el consultorio de su madre que consistía en recibir bolsos, abrigos, guantes, sombreros, agendar las citas y tener preparado todo el material. Hervir con alcohol, secar y empacar las jeringas y las agujas en papel una a una. Coger estampas de la Virgen del Carmen o de María Auxiliadora, su madre no permitía otra virgen, y recortarlas al máximo hasta pulverizarlas, repartirlas en tres bolsas pequeñas de papel, numerarlas, escribir tres veces el nombre de la cliente y pegarlos con cinta a las bolsitas y si la cliente se sangraba tenía que marcar  tres ramequín con el mismo nombre.

En las mañanas antes de ir al colegio, ponía los recipientes con la sangre de las clientas en la terraza para que al regreso el sol la hubiera secado.

Luz llegaba del colegio almorzaba se ponía ropa cómoda, subía a la terraza con su radio, amigo inseparable, lo sintonizaba en la radionovela. Con un tenedor raspaba para revisar que la sangre hubiera coagulado, si en el fondo la sangre estaba gelatinosa, la devolvía a su sitio. La tarea exigía orden y concentración, no siempre la sangre de una cliente coagulaba al tiempo. Las tres tenían que estar secas. Una vez seleccionadas, marcadas y numeradas comenzaba a raspar con un tenedor hasta hacerla polvo, luego cogía un colador pequeño, lo metía en la bolsita de papel y tamizaba el polvosangre, cerraba la bolsa con cinta pegante y así una por una. Tres por cada paciente.

Bajaba y en la cocina donde había una mesa amplia con cuaderno en mano iba revisando las citas: las que venían por primera, segunda o última vez. Las que querían la lectura de la mano, el polvo del amor, las que querían leerse el naipe y las que querían la toma para la buena suerte, esta última era la que más dinero dejaba. Había clientes que pedían todo.

Por último organizaba el consultorio, sacudía, barría, prendía el cirio, se persignaba y llenaba la jarra con el agua bendita y otra con el vino de consagrar…

Terminada la labor se iba para su habitación a hacer los deberes escolares. Luz era excelente estudiante, aprendía con facilidad. Soñaba con ser enfermera, tener dinero, esposo, hijos, una casa grande con patio y jardín interior.

Luz se casó dos meses antes de cumplir los quince años a las seis de la mañana. Todo parecía indicar que estaba embarazada. Nadie le acompañó, excepto sus padres. Luz nunca se sangró para tener marido, tampoco se tomó las copas de la buena suerte. Nunca tuvo casa con jardín, tampoco pudo terminar los estudios, una vecina informó a la rectora del colegio su condición de esposa y fue expulsada, como dios y el destino ordenan.

John Cárdenas.

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