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Tras largos y eternos meses y tantos escollos en el camino, por fin vi aparecer su cabecita….tenía una pelusilla negra impregnada de un flujo rojizo que anunciaba el inicio de una nueva vida. Parecía increíble cómo podía haber permanecido tantas semanas dentro de ese habitáculo sin luz. Estaba deseoso, entusiasmado y emocionado a la vez, con el único pensamiento de que todo saliera bien.

Durante la mañana había mantenido la calma, pero conforme se había acercado el momento, la transpiración aumentaba y el ritmo cardíaco se aceleraba. Mi cerebro oía muy a lo lejos “empuja, empuja que ya está”…., pero mi vista y mente estaban pendientes de aquel ser tan maravilloso que ya tenía medio cuerpo fuera.

Definitivamente estallé, se me erizó la piel y la emoción brotó por mis ojos con unas lágrimas de sabor salado pero dulce a la vez, por el momento tan maravilloso que estaba viviendo…¡HABÍA LLEGADO!… Por un instante mi corazón se detuvo para oír con más fuerza su llanto, que sonó como música celestial para mis oídos y me devolvió los pies a la tierra, porque hasta ese momento, sin darme cuenta, había estado flotando en una nube.

Contemplé la estampa de la pequeña fundida en el pecho de la madre y durante un instante me sentí el hombre más afortunado de la tierra, no quería romper aquel momento por nada del mundo, ni que se perdiera…miré fijamente a mi bebé, a nuestro bebé, y pensé que aunque al nacer todos son un poco imperfectos, para mí era la más bella de las criaturas. 

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