«BARAKA», DE MOMENTO…

«BARAKA», DE MOMENTO…

INTRODUCCIÓN

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Vedme. Aquí tumbado entre calaveras. Supónese eran para aterrorizar al turista timorato.

¡A mí con fruslerías! Al rey de la improvisación. Al «hijo de la viuda», masón impenitente…

PRIMERA

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NICARAGUA, 7° AÑO DE LA REVOLUCIÓN SANDINISTA

(1)

Nos dirigíamos al norte de Ocotal para un encuentro con maestros de la zona. Paramos para refrescarnos. Estabamos detenidos en el recodo, junto a un arroyo. Por la carretera un camión bajaba haciendo eses. Pensamos sería para evitar las minas enterradas en los baches del camino. Pero no. Había roto los frenos. Se dirigía hacia nosotros a toda velocidad. Sólo quedaba yo arriba. Conté: «uno, dos… (el vehículo estaba ya a quince metros, a la izquierda)…y tres». Salté hacia ese mismo lugar instantes antes de que, tras el último zig-zag, la mole se estrellara contra el flanco derecho trasero de nuestro campero.

«¡Qué suerte tienes!» gritaron mis compañeros.

«Puede ser», dije para mis adentros.

(2)

Subimos lentamente. Los vapores azufrados se espesan cada vez más. Al fin, el cráter principal. Me asomo. Bocanadas humeantes exhala un invisible fondo brumoso.

Voy deslizándome suavemente como la vez en que, de niño, mientras mi familia asistía a una agonizante, comencé el largo sueño tumbado sobre aquella mesa camilla con un brasero de cenizas consumidas… La misma dulce pesadez… El sopor del monóxido…

«¡Qué haces asomado de ese modo!» «¿Acaso quieres suicidarte?»

Estoy semiinconsciente. Al despertar me felicitan por tener tanto Ángel de la Guarda a mi disposición.

SEGUNDA

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(1)

LAGUNA DE «LA COCHA». PASTO. COLOMBIA.

«¡Es usted impresentable!» ¿A quién se le ocurre fumar a 2.000 metros de altitud con tan poca capacidad pulmonar?» «¿Acaso quería fastidiarme el paseo?»

«¿Es que no ve que gasté muchos pesos en alquilar el campero que me iba a llevar Galeras arriba?»

«¡Una lástima perder la oportunidad de sumarme a la expedición científica de vulcanólogos que bajarán al fondo del cráter…!»

Esa y otras lindezas le soltaba a mi acompañante, mientras nuestro avión se alejaba de Nariño, probablemente para no volver en mucho tiempo. La frustración ofuscaba mi mente. La avidez de conocimiento y el ansia de conquista de las entrañas del volcán me hacían ser duro de corazón. Esa noche, ya en casa, me rebullí en las cobijas y tuve sueños muy agitados donde se mezclaban el calor con la angustia y la desazón. Todo era muy gris…

A la mañana siguiente ella me miró sin pestañear.

Tragando saliva le dije: «perdón».

Escuetamente añadió: «¡suertudo!»

(2)

BOGOTÁ. UN FIN DE SEMANA CUALQUIERA.

– «¡Aló…!» «¿Ulpiano?»

– «¡Sí, soy yo!»

– «¿Tienes vuelos para Cartagena?»

-«Para tí, siempre. Hay uno a última hora. Lleva retraso. Alcanzas. Te lo reservo»

– «Gracias, paso ahorita a por los tikets»

Los fines de semana que puedo suelo desplazarme a Cartagena de Indias. Paseo por sus hermosas calles balconadas, me pierdo entre los bastiones del fortín, corro a pleno pulmón (con el aditivo de los glóbulos rojos de más, al residir a 2400 metros en la sabana de Cundinamarca), visito las Islas del Rosario, como ceviche, langosta y sopa de tortuga con toda fruición…

«Rrrrriiiinnnn»

Cojo el teléfono. Es de nuevo el dueño de la Agencia de Viajes Meridiano. Siempre con buenos precios. Muy eficaz y servicial.

– «¡ Juan, tengo vuelo mañana a las 6: Capurganá. Ya sabes lo difícil que es encontrar hueco en esos aviones de hélice. Merece la pena!»

-«Hecho. Cámbiamelo. Mañana estoy tempranísimo en Eldorado. Gracias»

Tomo una Costeñita mientras pienso qué suerte he tenido pues el paraíso que me ofrece mi amigo está supeditado a las plazas de avión que no suelen disponerse en ciertas fechas. Sueño con la costa salvaje del Caribe, cerca del Darién, casi en Panamá, con sus aguas infestadas de escualos. Me relamo por la sopa de aleta de tiburón que voy a merendar…

«Son las nueve -pienso- y ahora estaría volando a Cartagena. No sé si hice bien con el cambio»

Pues sí.

Pasmado veo la televisión. Allí me debería haber encontrado yo.

Tomo otra cerveza.

Por la mañana mi avión, camino de Capurganá, se mueve, vibra, hace de todo…

Sobrevolamos el Nevado del Ruiz. Pasa el tiempo lentamente hasta que se atisba la costa. Sigo pensando en el accidente de la noche anterior, del que me he librado por pelos.

El piloto gira con pericia y empieza el descenso hacia…

No hay aeropuerto. Se oyen sus improperios: «¡Hijueputa!» «¡Quítenme el chancho, aunque sea a gorrazos!»

Atónito observo a un nativo junto a un enorme cerdo afincado en el campo de fútbol habilitado como pista de aterrizaje…

Finalmente logra apartarlo a empellones.

El aparato se posa traqueteando. Recibe aplausos, como es de rigor, el esforzado piloto.

«Hemos tenido suerte esta vez, no como otros», dice, quitando importancia a su acción.

«Ya…», suspiro…

TERCERA

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Desde pequeñito aprendí a moverme solo. Huérfano, con billetes reducidos, iba de Madrid al Sahara Español. Con los consiguientes transbordos, con la Fortuna a mi lado…Rogaba que el piloto no se anduviera con «rodeos», recordando la colisión de 1977 en el aeropuerto de Tenerife.

Entonces Dios me tiró de la oreja.

Conducía mi suegro. Entre Valencia y Madrid, a mitad camino, hubo un escape del líquido de frenos y el vehículo salióse de la carretera, dando varias vueltas de campana…

Yo, que venía de trabajar con parapléjicos, alcancé a pedirle al Hacedor, mientras acurrucaba a mis tres hijos de entonces entre las piernas: «¡Dios mío, vivo o muerto, nunca paralítico!»

Y aquí estoy, con otros tres hijos y otra historia. Preparando un viaje a la Sierra de Aracena, camino de Huelva. Casualmente, es año de incendios. Además de la tragedia de Portugal, se ha prendido el Coto de Doñana. Descarté ese destino, masificado, optando por la tranquilidad que me ofrece Jabugo (con sus jamones de pata negra), con aire seco para nuestros huesos reblandecidos, con historias de conquistadores extremeños, con el ignoto reino de Tartessos aún por descubrir totalmente…

CONCLUSIÓN

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A veces el mejor viaje es el que no se hace.

Tened mucho cuidado.

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