Los cinco en una fotografía, los cinco en lo más profundo de mi pecho, ese es el único tesoro que poseo, el que me queda de todos ellos.

La tengo metida en una caja de latón, junto con algunas otras, aposentada en un cajón que se abre cada noche y es cerrado al alba. Quizá en este acto se halle una esperanza, la que de la imagen salten a mis sueños, y juntos otra vez nos reencontremos en ellos.

A la muerte de mis padres, los dos casi se fueron al mismo tiempo, yo decidí marcharme del mundo que me envolvía, lleno él de ruido y de prisas, de insana competencia y de una vanidad sin sentido ni medida. Encontré una oportunidad y me hice misionero, no entregando así mi vida a lo que mi mente considera locura, sino haciéndolo hacia los más necesitados, y aunque no me arrepiento en absoluto, en ocasiones me invade la nostalgia, sintiendo en mi interior lo que es un intenso vacío, la crueldad de una soledad en tierra lejana.

En otra, la mía de antaño, la que recuerdo de mi niñez, dejé a mi hermano y su hija, y el no poder verla crecer a veces me consume éste espíritu en ocasiones maltrecho, y les escribo esperando impaciente el día de su contestación, abriendo el sobre con ansia, devorando cada palabra que él me escribe, velando por ellos en mi rezo a Dios con la sinceridad de mis palabras, manteniéndoles cercanos a los dos en la distancia. De mi hermana me llegan noticias, conciertos de piano desde Ámsterdam o Berlín, todos llenos de reconocimiento y aplausos, pero ante ello me pregunto cuál ha tenido de los dos un mayor éxito, y llego siempre a la misma conclusión, pues al observar como abraza Alejandra a su padre, y el sentimiento que ese gesto provoca, no aposenta ninguna duda mi corazón de que el amor de un hijo debe ser lo que más importa.

Cada uno eligió su camino, y en él, como le ocurre a toda persona que existe, nos encontramos con piedras, ascensos y llanos. Mi único orgullo es que mi familia me hizo como soy, pleno de ganas ante este mundo y su vida, otorgándome la necesaria libertad, y mi mayor consuelo es que aún separados en cuerpo, noto  cómo su alma está dándome su aliento a mi lado, y siento como me ampara su recuerdo, hacia cada pequeña y gran dificultad que en mi trayecto me encuentro.

Y es que cuando mi amargura me sobreviene un instante cada noche, yo puedo sentir a mi familia en el pecho, y doy las gracias a esta mente de pensamiento aún sano, por no permitir jamás que me olvide de ellos.

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