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Nicolás Parra siempre fue un hombre con visión de futuro. Cuando terminó de beberse el vermú, el reloj de pulsera dorado marcaba las doce en punto. Aquel reloj había sido un regalo de su padre. 

Nicolás tenía una teoría acerca de los regalos. Estos podían hacerse por compromiso, como este de su padre o podían ser meditados. Él era una de esas personas que solo valoraba los regalos meditados, los que se ideaban desde el corazón y la razón a partes iguales, y por ello, aquella mañana de primavera, había quedado con sus hermanas en el estudio del fotógrafo.

Con seguridad, cuando él llegara, sus hermanas le estarían esperando en la entrada del portal con sus blusas nuevas, sus mejores zapatos y recién salidas de la peluquería. Magdalena y Elvira no iban con frecuencia a peinarse pero aquella ocasión merecía ese pequeño capricho. 

Entre todos, crearían una estampa de postal; las chicas con sus mejores galas y él con ese uniforme de militar que tan bien le quedaba y el reloj del padre.

El fotógrafo elegido estaba habituado a fotos de familia que podían llegar a ser todo lo entrañables que su ingenio detrás de la cámara fuera capaz de idear. Sabiéndose dueño de la situación les mandó sonreír, y un instante después del fogonazo del flash, el regalo quedó materializado. Nicolás y Elvira sentados en una silla de respaldo bajo y en medio de ellos, Magdalena de pie, privilegio de ser la primogénita de la familia.

¿Para quién sería aquella fotografía que con tanto mimo preparó Nicolás? Hubiera sido bonito decir que para ese padre, con achaques de viejo, resignado a volverse al pueblo a estar vigilado por sus hijas solteras. Pero la verdad era que ni Nicolás ni sus hermanas tenían una buena relación con aquel vividor que de joven se gastaba todas las perras en partidas de cartas de las que siempre volvía con la cabeza baja, las manos en los bolsillos y lamentándose de su mala suerte. 

Aquella fotografía sería un regalo para una sobrina nieta que viviría ochenta años más tarde en la ciudad de Madrid y que la colocaría en un marco de plata en un mueble del pasillo de su casa. 

Para mí, la sobrina nieta de Nicolás, el bisabuelo Parra será siempre un personaje mítico en la familia y gracias a que fue un mal perdedor y peor padre, recibí un bonito regalo de un tío abuelo a quien no recuerdo pero que me mira todos los días cuando salgo de casa a la conquista de mi vida luminosa. FIN

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