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Es tan triste ver fotos antiguas y a la vez tan reconfortante. Las fotos recrean de forma misteriosa, como lo hacen los olores, todo lo vivido y nos lo devuelven más puro, más limpio y más tierno. Con ese punto de nostalgia que nos hace pensar que todo lo pasado fue mejor y que realmente fuimos felices. Ése es el punto reconfortante al que me refería. Y ese sabor a veces agridulce.

¿Cómo puedo yo ahora transmitir en un texto lo que evoca esta  foto? ¿Cómo puedo conseguir que alguien se emocione como yo? Es imposible. Y tampoco sé si es prudente. Si me lo permiten, voy a intentarlo.

Lluc entró a formar parte de una familia ya deshecha por un divorcio y por la enfermedad crónica de mi hijo. Y él supo como nadie aliviar tensiones y dar cariño a quien más lo necesitaba. Los juegos y compenetración entre un niño enfermo y un perro son de lo mejor que nos puede regalar la vida. Ese amor desmedido y esa entrega recíproca y absoluta merecen ríos y ríos de palabras. Y una historia corta y cruel.

De un padre celoso que no respetaba todo lo que yo hacía por nuestro hijo. Que no quería reconocer que yo podía hacerlo feliz sin él. Y, por tanto, tampoco a Lluc. También a él lo odiaba. Cuando Luis quiso ir a vivir con su padre, éste le prohibió que se llevara a su compañero de juegos. Luis tuvo que elegir y lo hizo. Lluc se quedó solo y por dos veces intentó llegar hasta donde su amor vivía. Porque ésa fue una historia de amor… Y fue devuelto. La tercera vez, tan cansado y tan emocionado a la vez, se dejó atropellar por un coche. Y no llegó. Prefirió dejar este mundo a vivir sin su amigo.

Sólo el ejemplo ablandó un corazón endurecido y calloso. El suyo y el de todos. Porque el dolor del odio es contagioso. Lluc, en cambio, no sabía lo que eran ni el resentimiento ni la maldad, pero sí que la lealtad abre todas las puertas. Sus fotos  (que no muestro aquí por respeto) dan testimonio de ello, calladamente,  pero con tanta fuerza que hablarían mejor que mis palabras. Por eso yo sólo recuerdo lo bueno. Perdonen que se me  haya escapado por una rendija, sin querer, el mal recuerdo, que va a volver a enterrarse en esa foto que introduce el relato porque ya no es necesario. Esa foto y las demás siguen en el álbum familiar aunque evoquen muchas lágrimas. Porque se han ganado a pulso su lugar en nuestra familia, como las imágenes de tantos a los que llamamos animales y tienen más coraje, corazón y cerebro que todos nosostros, ustedes y yo, reuniremos en todas las vidas que nos toquen por vivir.

Él está ahí, bajo ese faro que ilumina nuestra vida desde entonces.

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