Regresó de Cancún. Todo perfecto: salud y familia. María feliz, semblante, mejillas rosadas, mirada brillante, aunque tos y gripe. Achaques de cambio de clima.Tres semanas e igual.
El médico confirmó: ¡Clima! Recetó jarabe y antihistamínico. Un mes y labios amoratados, palidez, dificultad para respirar. ¡Algo anda mal! Así viajó a Cuernavaca.
Mejoró y al llegar al D.F terminó en urgencia. Convulsión y ¡Oxígeno! Tal vez de por vida, pronosticaba el médico. María salió irritable, preocupada, era sostén económico de sus nietas y bisnieta.
Por las noches llorar y rezar al día. Ahora, mirada vaga y desánimo, sólo Fany, su bisnieta, la cambiaba. Su alegría esfumada. La madre de ésta anuncia vivir con su pareja, la otra también partía.
Abatida, bajó de peso aceleradamente, igual su interés de vivir. “¡Me dejan, cuando más necesito!”.
¡Cáncer de pulmón! Confirmaba el especialista, sin ella saberlo. Dejó de comer y envejeció diez años en dos meses. Pidió a su hija menor, Adriana, regresar de Estados Unidos. Llegó y exigió morir.
Sus manos retiraban el oxígeno y sus ojos lanzaban odio contra quien impedía. Aparecieron arrebatos, acusaciones, desesperación. El cerebro fallaba, balbuceaba incoherencias y lucidez sólo al pedir su muerte.
Aquella mujer de 60 años, era huesos y piel de 40 kilos. Desconocía a todos y nuevas convulsiones hicieron estragos. El médico recomendó evolución final de su enfermedad y nadie, menos Alejandra, que disfrutaron juntas arena y sol, aceptó el fin.
El cáncer quemaba su cuerpo. El hijo de María evadía la realidad; su nuera lloraba en silencio el preámbulo de la muerte; sus nietas, sobrinas y hermanos desfilaron por su cama. Fue Javier, a quien no veía en diez años, el que dio luz a sus azules ojos.
Surgió lucidez, brotaron lágrimas, abrazos, risas, bromas y mejillas rosadas; balbuceó su nombre ¡Lo reconoció! Comió. Pidió Coca-Cola y chocolate caliente. Ella inquieta, nuevo declive y rondar de muerte.
Tres de la mañana ¡Lucidez! Pidió pluma y cuaderno. ¿Para qué? –Preguntó Alejandra-. Escribir tu nombre, dijo con dificultad. Atónita accedió. María quiso escribir, salieron garabatos.
Dejó caer el brazo y otra vez. Ya pusiste mi nombre ¿Qué más?.. Como pudo contestó ¡Completo!.. ¿Con apellidos? Asentó. ¡Te ayudo! Alejandra tomó la mano y guío. ¿Así? Movió la cabeza complacida.
Después aceptaba el oxígeno, comía todo, pero su palidez y desteñido azul en los ojos, no dejó ir a Gina, su hermana. Sobrina y tía platicaron toda la noche, pero las venció el sueño. A las 2:30 de la mañana, Alejandra extrañada por la placidez, se incorporó, checó oxígeno y que respirara.
Todo bien, pero ¡Algo no encaja! Semblante raro, tranquilo y…“¡Se está muriendo!”. Gina, negó incrédula, «¡Sí, tía, se está muriendo! María abrió la boca, jaló aire, la vena del cuello palpitaba rápidamente. Preámbulo de muerte.
Lloraron en silencio. Alejandra quiso correr y avisar, quedó pasmada. María volvió a jalar aire, dejó caer su cuerpo, lanzó el último aliento y Gina la hora de muerte ¡3:30 de la mañana, descanse en paz! Persignó y derramó lágrimas.
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