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Resultaba paradójico, yo que fui creada para ser vista, me convertí en una gran observadora. Desde mi ventana veía aquel otoño pasar. Me vistieron con un elegante sombrero a juego con el gabán marrón. Mi larga y rubia melena destellaba el color de la estación. Y la palidez de mi rostro se acentuaba con aquel jersey blanco de cuello vuelto. Me mostraron en actitud indiferente, con un gesto sin terminar en que la mano buscaba la cara, con un aparente desinterés por lo que me rodeaba. Iluminaron mi rostro con el estilo de las grandes estrellas de las películas clásicas, dejando la mirada en una penumbra escrutadora.

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Así veía pasar la vida desde mi ventana hasta que un día te vi en la de enfrente, tan guapo, con tus gruesos labios, con esa piel morena, con ese sombrero que ocultaba parte de tu rostro. Me enamoré de ti tan pronto apareciste en tu ventana, tan esquivo, siempre escondido tras esa cortina. Parecías venir de una elegante fiesta en la que sin duda habías sido el protagonista de miradas y comentarios. Tu exotismo no puede pasar desapercibido hasta el punto de que ellas te miran con deseo, ellos con envidia, pero a nadie dejas indiferente.

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Pero pronto me di cuenta de que no tenías ojos para nadie más que para aquella estirada. Seguro que te llamaron la atención sus sugerentes labios rojos o esa nariz perfecta. Lo más probable es que las gafas de sol que ocultaban sus ojos crearan en ti la necesidad de seguir mirándola con la vana ilusión de que un día vuestras miradas se encontraran. Sabías que eso nunca sucedería pero aun así la contemplabas un día tras otro, sin descanso.

A mí nunca me miraste, tu gesto, tu postura solo te permitía verla a ella. Las demás no existíamos. Y yo seguía deseando escapar de aquella ventana y lanzarme a tus brazos. Colgarme de tu cuello y besar tu sugerente boca para que la olvidaras, a esa a la que siempre miras.

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Todas caímos rendidas ante tu esquiva mirada. Yo no era la única. Recuerdo a aquella jovencita que cayó postrada a tus pies, con la mirada perdida mientras los primeros copos la helaron para siempre. Algunos de nosotros fuimos humanos hasta que se nos rompió el corazón. Seguiré mirándote, desde mi ventana, con el gesto sin terminar, con los ojos perdidos en tu oscura mirada y con la ilusión aún intacta de que me mires y mi corazón vuelva a latir.

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