Me acuerdo del juego preferido de mi hermana y mío cuando íbamos de paseo, el Lazarillo. Y de cómo corríamos hacía el lavabo cuando volvíamos de la calle, al entrar en la portería nos inundaba el olor a casa.
También recuerdo la calle del castillo dónde, además de una academia para mujeres disfrazada de castillo, había una alfombra enorme de chicles que ocultaba el cemento.
Me acuerdo de un día que tiré un chicle al suelo, fue en la calle del castillo. Y todavía no he olvidado la primera vez que robé un juguete, encontré una caja vacía y mi madre me explicó que algún niño necesitado lo habría cogido. Nosotros íbamos a comprar los regalos para mis primos. Y mentí.
Recuerdo el lugar dónde lo dejé, una vez no pude cargar con el peso del guerrero. Y que durante años, al pasar delante de aquella ventana, giraba la mirada.
Y mentí, en cuanto mi madre, fuera ya del comercio, me preguntó por el musculoso y guerrero muñeco que tenía en las manos, le conté la milonga que me lo había encontrado y que podía ser probable que fuera el del niño necesitado. Así que a los albores de los seis años conseguí engañar a mi madre, creo, y a mis gustos ya que hasta entonces había jugado sólo con muñecas. El impulso no me dejó tiempo a elegir un juguete más deseado; la necesidad me empujó. Cuando la sensación de seguridad me dejó empezar a disfrutar del juguete, la culpa apareció para minar el goce. Sin duda en casa íbamos apretados de dinero y eso lo oía a diario, pero también que había otros niños del barrio, del colegio o vecinos más necesitados. De repente la reflexión dio lugar a un rechazo por el juguete, que no hacía más que recordarme mi egoísmo.
Recuerdo el lugar dónde lo dejé, una vez no pude cargar con el peso del guerrero. Una ventana oscura, baja, en la gran pared trasera de <?xml:namespace prefix = st1 ns = «urn:schemas-microsoft-com:office:smarttags» />la I.N.D.O. -una fábrica de gafas-. La gran acera que la rodeaba daba pie al revoloteo de críos que solían usar la ventana como portería.
Me acuerdo que durante años al pasar delante de aquella ventana giraba la mirada. A veces me atemorizaba el poder ver aún el guerreo sentado, esperando que le mirara para recriminarme el abandono, el haberle dado un futuro incierto, el haberle privado de un uso digno.
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FIN
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