A veces no hace falta buscar, que simplemente caiga sobre las manos una remota foto es casualidad suficiente para que el corazón, sin dejar fallar en su latido, se congele y derrita en un instante. Hay órdenes divinas de detener el tiempo, se las puede ver regateando dentro de caóticos cajones, o aplastadas en álbumes de lomos corpulentos, fotos familiares que yacen siempre escondidas al azar, arbitrando siempre una desdicha: son el montaje perfecto de una película vivida, la de aquellos maravillosos años que nunca volveremos a repetir. Retenemos y amamos la plastificación del pasado con la tácita pretensión de cambiar un malogrado presente. El acto de recordar es una dosis leve de opiáceo, una sola cucharadita destruye momentáneamente la melancolía, eleva nuestras pulsaciones como las de un cachorro excitado.
Veo la foto y mi alma ejercita un exabrupto jocoso, no puedo evitar derramar una lágrima viva en mi interior, mezcla de júbilo y tristeza. Se escapa de mi control aquel momento matemáticamente irresoluble. No es posible explicar tanta belleza contenida en un rectángulo, sonrisas como éstas son ecuaciones difíciles de reescribir para cualquier otro momento.
Mis recuerdos se arrastran con envidia, dos rostros infantiles asoman el reflejo de una esperanza e inocencia rezumando una infinita alegría que nunca se marchitará.
Más allá del papel brillo, mi hermano mayor, el moreno y más alto, me sujeta y abraza relajado. Yo sigo descamisado, en el patio soy todo un correcalles, y según mi madre un malejo. El caso es que ambos sabemos jugar a los piratas y somos inseparables. Carlos, es el capitán del barco, yo Jose Luis, el rubio y pequeñajo, soy un polizón descubierto en cubierta, pero mi hermano, como es un buen capitán, me ha perdonado y me deja hacer de vigía.
Nuestras poses bien podrían valer lo que mil esculturas de museo. ¿O acaso la belleza más valiosa no se encuentra en lo cotidiano?
Daría mil vueltas al mundo en ese barco por ti, Carlos. Siento que la madurez de los años ha creado un pacto de silencio entre los dos, pero el amor que siento por ti es ahora más visceral. El paso de los años necesita una buena digestión, sobre todo para que el alma no muera de empacho o desnutrida. Cada uno ha llevado su ritmo de vida pero a menudo la vida ha sido obligada a diverger nuestros caminos comunes contra la voluntad del vínculo. Es ahí, en la carencia, donde el amor por ti se vuelve violento, amo esa violencia, es una violencia bonita. Es la clase de amor que me enseñó a prestarte apoyo incondicional, para siempre. Y sin mediar palabra, porque entre hermanos, con el paso del tiempo, el amor va de la cabeza al estómago, y del estómago a los cojones. Es una cuestión de cojones, te amo con locura, igual que en la foto. Tú me protegerás y yo a ti. Yo te defenderé con puños y dientes. Tú vas antes que nadie, mi eterno bálsamo fraternal.
FIN
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