Los olvidados y a la memoria.

Los olvidados y a la memoria.

               No conocí al abuelo Antonio. Mi abuela Carmela rompió en pedacitos todas las fotos que guardaba envueltas en un trapito en la cajita de madera que el abuelo había hecho con una mesilla vieja y las arrojo al fuego de la cocina de le carbón. Llamaban a la puerta y los golpes no la dejaron apenas contemplar como se retorcían entre las llamas los restos de aquellos momentos. Dejó caer las redondas planchas de metal que cubrían la boca del hogar al tiempo que oía gritar desde el otro lado de la puerta: – Abran !
              – Si… ¿Quién es? ¿Qué quieren…?
              – Nos envían del hospital. Tiene que venir con nosotros.
               La estancia era fría. No lo sabía, ni siquiera había podido derramar una sola lágrima. Podría volver a verle una vez más, pero de que manera. La mano del cadáver de los apilados en la fila superior colgaba tocando su cabeza. Tráeme un poco de chocolate, la comida es tan mala… ¿Has comido?… ¿ Vendrá la niña?… ¿No lo sabía…? Pero, Carmela, si falleció anteayer viernes. El médico se lo llevó después de ponerle una inyección. Dejó de hablar. Dejó de hablar y se lo llevaron. Dejó de hablar, para siempre. La guerra no ha acabado para nosotros siguen muriendo, Carmela, nos siguen matando aunque sea de hambre. Antonio. Antonio…
              – Tiene que firmar unos papeles. ¿Sabe escribir?
              – Si.
               – Acompañéme.
 
               La tarde era luminosa y fría. Olía a polvo  y humo y a Carmela  le pareció también que olía a sangre vertida por una herida fresca. Una mujer cruzaba la calle con un ramo de nardos en los brazos y al pasar el perfume inundó todo su ser haciendo brotar las primeras lágrimas espontaneamente que le parecieron extrañas a su ser, tan curtido, tan seco por la miseria . Apretó los puños como si llevara las manos llenas de monedas y las lágrimas se disiparon como todos los días. Era la costumbre del duelo continuo. Del día a día que sigue pleno de incertidumbres y sucesos que se desea olvidar. Piaban los gorriones alborozados en un alto árbol cubierto de verdes hojillas temblorosas. Tu padre no vendrá; tuvo que marchar. Estará bien y vendrá a buscarnos cuando le dejen venir. Se llevó las fotos para recordarnos mejor. Tardará en volver unos meses tal vez un año o más … No llores. Dale esto al gato. Mira Maruxiña en el paquete del bolsillo del abrigo; me lo dio la señora Práxedes pensando en ti, para tu  Morruncho bigotudo. No es bigotudo es bigotitos. Bigotitos. Bigotitos. Antonio, hay qué ir por agua. ¿Antonio? Antonio, no podrás ir más por agua. Antonio, Antonio… Pepito y Luis, id por agua. Dejad a la niña junto al fuego en el camastro.  Y rapidito sin entretenerse por el camino. Madre y esa flor tan blanca. Me la dio padre para tí; me dijo que la guardaras en la cajita de madera, allí conservara mejor su olor. Ve, hija ve…
 
 

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus