Por fin volvía a casa, estaba deseando ver a mi familia. Parecía que no les veía desde hace años. Me sentía como un niño el primer día de verano.

Pero todo desapareció de golpe. Me extrañó que al abrir la puerta nadie estuviese esperándome. Ni en la puerta, ni en el salón, ni en la habitación… Nadie. 

-Cariño, ¿estáis ahí? 

Recorrí toda la casa. Estaba solo. 

Cogí el teléfono y llamé a la vecina. Al preguntar por ellas preferí no haber vuelto nunca. No podía ser, aún podía ver a la pequeña mirándome con esos ojos de perdón cuando su madre estaba enfadada, a la mayor cuidando las flores del jardín, a María teniendo todo bajo control… No me lo creía…

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Aún parecía que estaban en aquella casa conmigo. Me hacía sentir tranquilo pensar que aún podía verlas.

Intenté dormir, comer, vivir… Fue inútil. Alguien se había metido en nuestras vidas para acabar con ellas. 

Necesitaba saber qué había pasado ese 11 de julio, quién.

Nadie hablaba, nadie sabía. Todos prefirieron guardarse su verdad. 

Tras 35 meses buscando la verdad, la he encontrado. Estoy sentado observando la cara del asesino de mi mujer y mis dos hijas. Estoy atado observándome. 

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