Osvaldo Soláns era un pescador de trucha aficionado y, aunque era empresario en Barcelona, podría haber sido diplomático. Su zona de pesca favorita era el Pirineo, y era socio de un coto de pesca en el río Segre. Para ser socio de ese coto no bastaba con pagar una cuota anual, muy económica, sino que era necesario apuntarse a una larga lista de espera, ya que el número de socios era fijo. Don Osvaldo se apuntó a la lista de espera cuando tenía veintypico años, y se olvidó totalmente del asunto, hasta que, unos quince años después, recibió una carta del administrador anunciándole que era nuevo y flamante socio.
Muy cerca del coto en el río Segre estaba el afamado restaurante Boix, en Martinet de Cerdaña, que tenía unas cuantas pequeñas y confortables habitaciones, y dónde Osvaldo se quedaba cuando iba a pescar, acompañadp de alguno de sus tres hijos varones. El restaurante tenía una carta corta pero apetitosa, con desayuno de tres huevos fritos (gallina, oca y perdiz) con sobrasada, o truchas recién pesacadas a la “meunière”.
La tradición era simple: uno de los tres hermanos subía con el padre y pasaban juntos tres o cuatro días pescando y charlando. Era una magnífica ocasión para conocerse y alejarse de lo cotidiano, disfrutar de la comida y de los placeres de la montaña y de la pesca. Durante esas cortas escapadas Osvaldo estrechaba de manera sutil su relación con sus hijos, pues era normalmente un padre algo distante, y dejaba entrever su personalidad, y les influenciaba y transmitía sus sólidos valores.
Osvaldo tenía, además de tres hijos, una hija llamada Mariana, a la que adoraba. Mariana sólo le daba alegrías, excepto por una cosa: llevaba la joven ya ocho años de noviazgo viajero-epistolar con Olivier, un suizo de Ginebra. Ocho largos años, y no parecía que las cosas fueran a cambiar. Así pues, decidió Osvaldo tomar cartas en el asunto e invitó al novio suizo a pescar con él en una de esas escapadas de tres días al Segre. A su vuelta, nadie de la familia preguntó sobre el viaje, pero a los pocos días, Olivier pidió final y formalmente la mano de Mariana.
Tres días a solas con Osvaldo Soláns te podían cambiar la vida. Que le pregunten si no a Olivier, abnegado marido de su hija y padre de tres de sus nietos. Aficionado como pescador, como diplomático, consumado.
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