He venido a decirle a mi familia que la quiero.
Cargada con un lápiz de memoria donde las imágenes, en el pasar cronológico nos recordarán los corros que se hacían, para jugar, para discrepar, para reír con sintonía y hablar con el mirar mudo de los que se entienden.
Veremos las tardes de siesta, cuando el tiempo cae bajo el estridor cansino de la chicharra, envuelto de soporífero calor aliviado con café helado. Entre el tintineo de cubitos y la conversación lenta.
He venido con prisa a decirles que el retrato familiar siempre me ha acompañado, en los momentos buenos, en los otros, muchos malos. En el impaciente añorar de sol, bajo la luz mortecina de los días que pesan. Pidiendo que en mi horizonte bailen las fotos de los que me quieren porque son felices y dichosos.
La tibia sangre nos conecta, nos acurruca, nos cubre con el orbe luminoso de los genes, morada de los sentimientos y del amor desprendido, que mantiene viva la llama de la tentaleada esperanza, a salvo de los huracanes que aplastan las sonrisas y barren el optimismo.
He venido deprisa a contarles que hierran con la analgesia de la ausencia, la que cuando eres joven y te sabes fuerte piensas que esta blindada.
Que la vida revolea a unos pocos y exprime a otros.
Que es la suerte ardorosa quien todo lo vence.
He venido a decir que la quiero.
Que toquen las trompetas, que abran las puertas, que los malabaristas nos aplaudan, que he venido a ver a mi familia para decirle que la quiero, para abrazarla, para expresar que “Soy gracias a ella”.
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