A José, Mario y Mirta, mis hermanos,testigos de que esto nos ha sucedido
El tío Shaike posa con una sonrisa inocente en la única foto que ha quedado de él, ignorando su infortunio. En el centro, Chana, mi madre, con esa misma mirada inquisitoria e infinita que tenía cuando le cerré los ojos en el cementerio. Junto a ella, Sara, la pequeña, igual de pícara que hoy, a sus ochenta y muchos años.
Shaike era el mayor. Entre él y Chana hubo otro hijo, que falleció muy niño. La abuela no perdonó al médico su diagnóstico erróneo, y no paró de asediarle y perseguirle, hasta que tuvo que abandonar el pueblo. Un pequeño pueblo polaco llamado Trestene.
El abuelo, tras dos años en Uruguay, consiguió autorización para reunificar a la familia. Pero a la abuela, por más que cosía y cosía, no le alcanzaba para comprar cuatro billetes. Desesperada, escribió a su hermana, la tía Mindl, que había marchado buscando nuevos horizontes en New York.
-Necesito tu ayuda. Esto se está poniendo cada vez más feo, y no me alcanza para sacar a mis tres hijos. Ayúdame, por favor. Lo primero que ganemos allí, será para devolvértelo-.
Mindl recordó imágenes del pueblo, casas de madera sin electricidad, los domingos encerrados porque sus vecinos salían de misa buscando judíos para zurrarlos. Su hermana era una persona dura, arisca, pero sus sobrinos no se quedarían en ese infierno.
De camino al banco, se cruzó con una paisana de Trestene, y le contó el drama de su hermana.
-Ni se te ocurra-, le dijo la mujer. –Tu hermana es una harpía que no hace más que trabajar y guardar dinero. Todos lo saben en el pueblo. Además, pronto vas a necesitarlo para que tu hijo vaya a la Universidad-.
Con el corazón partido, mi abuela viajó con sus dos hijas, y Shaike quedó en el pueblo con sus abuelos, y la promesa de su madre de que pronto se reunirían. Pero los alemanes llegaron antes, y los judíos de Trestene acabaron en Treblinka.
En New York, el único hijo de Mindl se ofreció como voluntario en el Ejército americano, a pesar de los ruegos de su madre viuda de que no lo hiciera. A mediados de 1945, ya en los últimos meses de la guerra, moría en combate en Polonia.
Tuvieron que pasar muchos años, para que las dos hermanas pudieran abrazarse y llorar juntas por sus hijos muertos.
Mi hermana guarda dos candelabros opacos por los años. Los recuerdo brillantes en el salón de la abuela, que nunca los usaba. Tras su muerte, pasaron al salón de nuestra casa, y siguieron sin utilizarse. La tía Mindl se los regaló a la abuela en su reencuentro; y ese mismo viernes, encendieron en ellos dos velas, que se apagaron con sus lágrimas.
Dos madres. Dos fuegos consumidos para siempre.
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