El soleado mediodía de agosto derrama rayos refulgentes en el agua, blancas partículas desdeñosas invitan a la pereza, que poco a poco se adueña de la playa.  

  – Sonreíd niños –dice el padre, semitumbándose a los pies de su mujer.

Al pequeño lo tienen sentado en una silla de alquiler, acaba de padecer una varicela tan fuerte, que pensaron lo peor; pero ahora incluso tiene ganas de comer. El mayor, obligado a dejar de trastear, con su improvisado compañero de juegos, no sonríe. El padre le dice al fotógrafo: “Mejor que haya mas chicos,  ojala fueran nuestros” y ella piensa que ¿para qué? si todos mueren, más pronto o más tarde.

  Ese parece ser su sino, cuatro recién nacidos, débiles, y dos más, que no llegaron a respirar.

  -Yo quiero una niña, una niña que se parezca a ti. Ella, sí vivirá.

  “No vivirá y, además será fea” –piensa ella “Pero está él, mi hombre, perfecto, salado, lamiendo mi cuerpo con la misma fuerza de este oleaje”

  Son pocos días, como siempre. Después de nuevo la soledad y la pobreza. Lavar, fregar, cuidar de los chicos, esperar en la cabecera de su cama a que remita la fiebre o aguardar con los puños cerrados, que mueran. Así es su vida.

  “Te espero, voy, vuelvo… donde tú estés… Cómo no quererte, galán de noche con olor a mar, planta, garbo, sal… pero, qué poco tiempo sólo para mi. Siempre tu trabajo”.

  – Gracias a él, comemos mujer. Ahora has podido venir unos días y, conocer el mar.  

  “Unos días… tres, sólo tres y una foto para mandar a su familia”

   – ¿No ves lo cansada que estoy? Y con esta ropa…  

   – A mi madre le gustará ver a sus nietos en la playa –dice él. – ¿Tienes dinero? Pensaba que quedaba algo de lo que te mandé… Bueno lo arreglaré con el fotógrafo. En cuanto pueda te mando algo, cada vez tardan más en pagarnos y, no están  las cosas para protestar…

  Y ella lo comprende, pero ya debe dinero en la tienda de ultramarinos, al carbonero y en la lechería.

  Viene muerta por el viaje en tercera y, además no tiene traje de baño; así que se sienta en una de las sillas, mientras él nada… tiene que ser bonito  deslizarse como un pez plateado  y, refrescarse con el agua salobre.

  Él, todavía mojado, se peina, esparciendo gotas frescas en sus manos. Luego en la pensión volverán a hacerlo, siempre lo hacen, muchas veces, incluso delante de los niños, porque es su sustento. Y ella piensa… “¿Qué pasará cuando mi vientre deje de dar frutos?”

FIN

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