En un rincón de tu casa ha aparecido el niño de ojos tristes. Las paredes de tu casa se doblan cediendo un poco al peso del techo, los árboles del jardín declinan las ramas y las mariposas reposan en las flores exhaustas.
Te recuestas en tu balancín meciéndote rítmicamente mientras el niño como es costumbre te cuenta su historia:
“Antes de nacer yo miraba a los padres de los padres de los padres y a sus hijos y a los hijos de sus hijos hasta llegar a ver a mis futuros padres, y mi mirada iba más allá hasta llegar a vislumbrar en lo más alto al gran Sol de la vida.
Después de nacer yo miraba a mis padres, y mis padres miraban a sus padres y los padres de los padres miraban a sus padres, y sus miradas iban más allá, hasta llegar a vislumbrar en lo más alto al gran Árbol de las familias.
El viento del destino azotaba las ramas del gran Árbol y a veces se perdían algunas hojas y los padres de los padres de los padres y sus hijos y los hijos de sus hijos recogían las hojas y las regresaban al gran Árbol.
El Árbol de las familias miraba a sus hijos y a los hijos de los hijos y a los hijos de los hijos de los hijos, y me miraba a mi y su mirada iba más allá, hasta llegar a vislumbrar en lo más alto al gran Sol de la vida.
El gran Sol de la vida nos miraba a todos pero nadie lo miraba. Entonces yo les dije: yo lo hago por vosotros, yo miraré al gran Árbol de las familias y cuidaré de sus hojas.
Caminé hacia el gran árbol pasé por delante de mis padres y pude escucharlos que repetían una y otra vez: yo lo hago por vosotros, yo miraré al gran Árbol de las familias y cuidaré de sus hojas.
Seguí caminando y pasé por delante de mis abuelos y pude escucharlos que repetían una y otra vez: yo lo hago por vosotros, yo miraré al gran Árbol de las familias y cuidaré de sus hojas.
Y así todos mis ancestros les decían a sus ancestros lo mismo y los pequeños caminaban por delante de los grandes hacia el gran Árbol de las familias, hacia las hojas que yacían como trofeos de los azotes del viento del destino, lejos del gran Sol de la vida.”
El niño te mira con sus ojos tristes y se aleja caminando de espaldas al sol hacia el cielo nocturno, donde las hojas del gran árbol de las familias brillan suspendidas en la noche, esperando que alguien las recoja y las regrese.
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