Cuando a una no le importa un rábano

Cuando a una no le importa un rábano

Ariadna Pau

11/04/2014

Resti y Pedro tenían una hija, una sola, su niña Carmen. Carmen, a pesar de las restricciones de la postguerra y de sus padres,  creció feliz entre los capones de su madre y los achuchones de su padre. No salía mucho,  pues todo su tiempo lo dedicaba a estudiar -No quiero que tengas que depender de un hombre- le decía su padre- .

Un día estaba cosiendo un vestido con su prima Conchita, y al probárselo se descubrió tan guapetona  que decidió estrenarlo escapándose a una fiesta  a la que habían invitado a Conchita. Fue en esa fiesta cuando el mundo de Carmen cambió de color, y ya nunca más volvió a su color original, porque conoció a Fernando, y Fernando lo cambió todo.

Resultaba ser un muchacho algo mayor que Carmen,  guapo y con manos grandes  aunque no tanto como su corazón. Era escultor, y no tenía mucho dinero, no obstante Carmen no dudó en casarse con él, muy a pesar de  Resti, que no perdía ocasión para mofarse de él, lo que nunca se supo, es si ella era o no consciente de que cada vez que intentaba separarles, conseguía el efecto contrario.

Una vez a Fernando le ofrecieron un trabajo en Nicaragua, y poco tuvieron que pensarlo para que Carmen se pusiera a hacer su maleta, la de sus 4 hijas, y le diera instrucciones a su hijo mayor, que se quedaba en Madrid como castigo por un problemilla nunca concretado. Una noche, estando toda la familia bajo la cama por un tiroteo que había entre el gobierno de Somoza y los revolucionarios sandinistas, su hijo les llamo desde Madrid para darles la enhorabuena porque iban a ser abuelos.

En cajas de puros fue Fernando durante años ahorrando dinero poco a poco, hasta que una mañana se dirigió a la cocina donde Carmen hacía la comida, se planto ante ella y dijo- ¿Qué hacemos con esto Chata, nos compramos una casa en la playa, o nos compramos una casa que nos lleve a todas las playas?- Carmen solo sonrío, porque Fernando ya sabía la respuesta.

Hicieron incontables viajes, durmiendo siempre en el mismo saco,  hasta que un día Fernando empezó a no encontrarse bien, murió tres años más tarde, y Carmen quedó viuda con 57 años – No te quedes sola Chata- Le decía él. –No digas tonterías -le respondía.

Carmen se puso muy mala pues no quería estar sin él, hasta que se dio cuenta de que si hablaba de él y lo recordaba, no se iría nunca. A día de hoy, con 80 años, cinco hijos, cinco nietos, una bisnieta y una madre centenaria, a Carmen le sigue importando un rábano lo piensen de ella, da y recibe clases, va a gimnasia, se va de viaje, al teatro y a donde haga falta, pero siempre con una historia que contar de Fernando, y así, cuando ella se mira al espejo, él sigue estando a su lado mirándola orgulloso.

51.jpg

Fin

Tu puntuación:

URL de esta publicación:

OPINIONES Y COMENTARIOS

comments powered by Disqus