A mi padre siempre le preocuparon aquellas noticias que hablaban sobre intercambios de bebés en las maternidades; ésta fue la razón por la cual cuatro de sus cinco hijos nacimos en casa.

La casa, entonces, no era como es ahora. Antes, las puertas de las habitaciones daban al comedor y ahora están en el pasillo. En la galería, casi siempre llena de canarios, había un lavadero grande donde mis hermanos y yo nos metíamos e imaginábamos que era una piscina. Hace años que mi madre lo mandó tirar para hacerle sitio a la lavadora. La cocina sigue estando al fondo, en medio del baño y de mi habitación, que compartía con mi hermana mayor. No íbamos sobrados pero teníamos suficiente para ser felices.

Mi padre era de aquellos hombres de la época a los que no les gustaba que su esposa trabajara fuera de casa, por eso, para ayudar en la economía doméstica, mi madre alquilaba una de las cuatro habitaciones que teníamos. Me viene a la memoria un hombre joven, soltero, que era guarda-muelles del puerto de Barcelona y estuvo viviendo en casa hasta que se casó. Después vino una familia, el matrimonio y dos hijas. La señora Angelita me puso pimienta en la lengua un día que dije una palabrota muy gorda y nunca más la volví a repetir (delante de ella, claro).

¡Cuánto quería yo a Josefina! Josefina era la hija menor de la señora Angelita. Era una adolescente rebelde que quería salir hasta muy tarde, lo que desencadenaba frecuentes riñas con su padre que terminaban con una Josefina llorando a oscuras en el cuarto de baño. Yo, a mis tres añitos, no soportaba verla llorar y siempre iba a consolarla.

Muchas noches me iba a dormir a la cama de Josefina. Una mañana que desperté a su lado me explicó que aquella madrugada una cigüeña me había traído un hermanito que, en ese momento, dormía en la cama con mamá. Confusa, sin entender muy bien como podía haber pasado, me levanté en seguida para ver qué era exactamente eso de un hermanito. La primera impresión que tuve de mi hermano Juan fue que tenía la cabeza muy grande. Sinceramente, recuerdo que no me hacía ni pizca de gracia.

Finalmente, esta querida familia marchó porque se compró una casa propia pero manteníamos el contacto porque surgieron fuertes lazos entre nosotros. Mi familia siguió creciendo y llegaron dos hermanitos más. Ahora, la casa, aunque con decorado diferente, guarda el eco de gritos infantiles y de tantos juegos felices.

FIN

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Mis padres

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Querida Josefina

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Juan

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Los cinco

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Unos años más tarde

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