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Navegaba en Internet cuando tropecé con aquella foto de familia feliz, experimenté nuevamente aquel vacío interior que me acompañó dolorosamente desde adolescente. La carencia es la madre de la necesidad y por eso resultaban insuficientes las evasivas de la vieja; su nerviosismo tocado el tema que me vislumbraba su interés en ocultarme algo y especialmente aquel tratamiento psiquiátrico al que estuve sometido desde peque. Nada de aquello pudo llenar la terrible ausencia de mi padre. 

Desdichadamente mi familia era demasiado pequeña. Abuelo murió a los tres meses de mi cuarto cumpleaños, la única hermana de abuela y su hijo jamás mantuvieron relaciones con nosotros y mucho menos después que emigraron hacia los Estados Unidos tras los sucesos de la embajada del Perú, donde terminaron de tomarse la Coca Cola del olvido.

Crecí rodeado del cariño de mi madre y la abuela; quienes luchaban a brazo partido para que no me faltara lo esencial, sobre todo en aquel terrible Período Especial cubano de los años noventa, cuando una pensión de jubilada junto al sueldo de una obrera textil apenas alcanzaba para dar de comer a una pequeña familia.

Me hubiese gustado que la vieja se volviera a casar, hombres buenos siempre se encontraban y aunque maltratada por la vida; todavía conservaba un buen cuerpo y  un bello rostro, pero después de aquel embarazo misterioso nunca más volvió a poner sus ojos en hombre alguno y por mucho que en todo momento traté de averiguar la identidad de mi progenitor; siempre se me escurría con la historia de que no sabía nada al respecto. Casualmente todo había sucedido una noche de carnaval, después de prometerse ambos disfrutar sin revelarse la identidad.

Los años empequeñecieron a mi familia, perdí a mi abuela y después un inesperado accidente automovilístico se llevó a mi madre. Toda aquella soledad y el inmenso dolor fueron apaciguados por una buena mujer que me dio tres hermosos hijos…

Un toque fuerte en la puerta me arranca del pasado hacia la realidad; enfrentándome a este señor vestido como un galán de cine y su rostro transmitiéndome la impresión de verme reflejado en un espejo a los cincuenta años. El primo de mi madre al no existir impedimentos volvía con la intención de develarme el secreto de mi nacimiento. Era mi padre, pero aquella revelación alejaba cada vez más de mí su semblante hasta convertirlo en una silueta, muy parecido a las fotografías que fui pegando al álbum familiar tratando de suplir su punzante ausencia. Mi boca; frente a la silueta se desborda de palabras para hacerle saber cuánta falta me hizo su mano guiando mis primeros pasos, la compañía en aquellas largas noches de fiebre, su abrazo en la graduación o el consejo tras el primer fracaso amoroso. Pero lo más importante de todo; su consuelo en el momento triste de la pérdida de mi abuela y mi madre. ¡Lo sentía mucho, llegaba demasiado tarde!

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