Esa noche tomé unas fotos de mis manos y mis pies y las envié al buzón de Antonio Carmona, el gitano, había observado durante horas aquel video en el que movía las manos con arrojo y había identificado mis propios rasgos en su cuerpo. No podía creer que en aquella otra fotografía su torso fuera igual al mío. Antonio me indicó con suavidad que le escribiera a Farruquito y cuando observo su boca, encuentro mi boca pintada en su rostro, la misma boca que ubiqué en la cara de Steven Taylor, cantante de Aerosmith, por indicación del Departamento de Estado de los EEUU. Sé que es ahí en algún lugar. Un encuentro impertinente con un antiguo miembro de la mafia me había puesto al corriente, yo no soy hija de mis padres, con los que crecí, sino de un capo de la mafia de Caponne de quien nadie quiere hablar. A sus 67 años entabló una relación fugaz con la cantante Mari Trini y la busqué en el You tube, oh, sorpresa, tengo un autorretrato con su rostro, solo que yo soy trigueña y ahora huérfana. No tengo más información, si alguno tiene la clave para este dilema genético que me lo haga llegar. Por lo pronto publico mi fotografía de los 17 años, en donde encuentro mis genes más gitanos. Pude ser cantaora, qué mas da, pero aunque no crecí con la comunidad siento mi pecho vibrando como caballos desbocados. Hoy a mis 43, quisiera reunirme con los míos, éstos que anoté son los más cercanos en fisonomía, me hace falta lo del pasaje, pero Dios sabe que los guardo en mi diario de carretera, con la incertidumbre de si algún día llegaré. Dios no quiso un encuentro con mi madre, solo ella conocía su secreto. Dicen que me observó en la Plaza Cibeles en Madrid, cuando viajé de 13 años. Cómo me hubiera gustado … En realidad soy la más gitana de las gitanas, la más errante, perdida en los confines de la geografía.
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