El regreso a Alcalali

El regreso a Alcalali

Bajo el cielo transparente que reina después de la lluvia, abuelo Mariano permanece sentado escuchando el leve deslizamiento de los remos en el agua. 

Es la hora de dejar la tierra que lo vio nacer. Lleva, tan solo, una pequeña valija con lo indispensable. Respira hondo, hasta sentir el dolor en su pecho.  —- “¿En la lejana Patagonia habrá ríos y encinas; se podrán ver las alas de las diminutas mariposas en las lomadas acariciadas por la briza?”  —“¡Mariano!”— Escucha desde la distante orilla. Adivina, en la penumbra, la imagen, recortada por el resplandor de la fogata, de Abuela Josefa y los niños Eugenio y Anita .

Abuelo Mariano formaba parte de ese millón de españoles que, a principios del siglo, emigraban al nuevo continente.La promesa de abuelo a los suyos, antes de la partida, fue que apenas lograra instalarse y tener las comodidades de una vivienda digna llamaría por ellos.

Pasaron, imperturbables, dos largos años sin noticias. Abuela Josefa no soportó más esa dilatada espera y decidida partió con los 2 pequeños al encuentro del abuelo, llevando tan solo su precariedad y angustias.

La sacrificada vida de los abuelos,en los campos patagónicos,  no les permitió disfrutar del tan ansiado retorno a Alcanali. Cuando, por fin, tuvieron alguna posibilidad económica los años y la falta de salud impidieron realizarlo. Hoy es 2 de octubre del 2013 y vamos desandando ese camino.  Es el regreso luego de un siglo de ausencia.  Casi sin darnos cuenta entramos al núcleo urbano de Alcanali. En pleno centro del casco urbano se encuentra la Iglesia Parroquial.  Fue construida en el siglo XVII. Sobre la fachada de la anexa Casa Abadía hay un bonito mural cerámico en el que se lee la historia de Alcalalí. 

Y así poco a poco, como quien pretende quedarse pero debe partir, nos fuimos alejando de aquellos lugares tan queridos y añorados por los abuelos y que el ingrato desarraigo los obligó a dejar definitivamente. 

Las campanas de la aldea, que languidecen el tiempo,

plañideras y sonoras por los lejanos recuerdos.

Camino de las distancias que siguieron los abuelos,

esperanzado horizontes, sin concebir el regreso.

Desde lejos y sonoras, vibrantes lenguas de hierro,

lloraron sus letanías a los hijos del destierro.

Y los sufridos viajeros surcaron mares y sueños

segados por la certeza de encontrar un puerto nuevo.

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Campanita titilante de la estación de aquel pueblo

que daba la bienvenida a esa estirpe de pioneros.

Desmonte y emparejada, canal y agua de riego,

un surco para la siembra y el verde cubriendo al desierto

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Hoy suenan campanas altas cantando cantos al viento,

un sitio nuevo florece en el lugar del comienzo.

Y se oyen ¡vivas alegres! Y bailan todos contentos.

La nueva patria les brinda un sitio para los nietos.

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Y allá, en la vieja aldea, quedó sonando en el eco

las campanas plañideras que los siguen despidiendo.

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