LAS MUJERES QUE HAY EN TI

LAS MUJERES QUE HAY EN TI

Oliva Cienfuegos

09/04/2014

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El pasado y el presente están en Gloria mientras observa la lluvia resbalar por los cristales, hasta deshacerse en el borde de la ventana.

PRIMAVERA 1914

La noche había llegado con lluvia dejando sus huellas, en los prados que rodeaban la quintana, en los cristales y en los ojos de la mujer que se asomaba a ellos.

Observó la portiella moverse poco a poco, con cuidado, para que las viejas maderas no cantaran, pero ya los perros corrían hacia allí, moviendo el rabo, lamiendo las manos que las abrían… Era un hombre alto pero, aquella madrugada, sus hombros estaban caídos, la cabeza miraba el suelo embarrado por el rocío, y sus ojos cuidaban de no encontrarse con los que, bien sabia, lo veían atravesar el camino que le separaba de la antojana.

El día, en el corazón de Carmen, más parecía invierno que comienzo de primavera. Los sonidos de la granja nacían, poco a poco, llamando a sus moradores. El ruido de las tablas la hizo mirar tras si, encontrándose con los ojos de su hija Fe, fijos en ella. El pasado y el presente estaban en ellos.

VERANO 1924

A la sombra de la milenaria iglesia, bajo las hojas del enorme tilo las caballerizas piafaban y los artesanos anunciaban sus productos, mientras los lugareños paseaban, abiertos a novedades, que ante sus pies hacían nacer nuevos deseos de posesión, nunca antes conocidos.

Fe se siente viva, entre tanta vida. Pocas veces ha tenido dinero entre sus manos y hoy quiere comprarse algo…..un tiesto, un pequeño tiesto de barro para plantar flores.

La alegría se rompe  tras cruzar la puerta y dar cuentas, a la suegra, del gasto extra. Con severidad recoge ésta, los céntimos restantes y arroja el tiesto sobre la mesa de la cocina, sin importarle que se rompa. Vuelve los ojos ante su hijo callado:

—Esto pasa por dar dinero a los de afuera!

El silencio de Álvaro pone fin a una vida que comienza. Fe extiende un pañolón encima de la cama y va colocando, las pocas ropas de su hijo… la suya. Cuelga el hatillo de un brazo, y en el otro al pequeño Manuel. Asoma la cabeza por la puerta de la cocina y dirigiéndose a él

—Se terminó

Temía la llegada a casa de sus padres. No tanto por él, que acogería a los tres en sus enormes brazos, sino por su madre, tan pegada a las tradiciones. Según atravesó el portón, la vio asomada a la portiella de la casa. Una mirada entre ellas y la madre comprendió. Salió Carmen tranquila, con los brazos extendidos, sin preguntar, y dándole un abrazo cogió al nieto, que Fe llevaba en brazos. Estaba en casa.

PRIMAVERA 2002

Toda ella era un corazón latiendo al compás de un dolor intenso, tenaz, desgarrador, dentro de un pozo enmarañado de telarañas. Un pozo oscuro, seco, agostado. La imagen de unas manos amadas escribiendo palabras de amor para otra, eran los instrumentos que hacían resonar la música…

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