Años después y observando el final de la odisea, se encontraron frente a frente caminando cabizbajos en una calle lóbrega y concurrida de Bogotá. Sin planearlo, sin pensarlo, el destino los volvía a unir después de haber pasado 5 años sin estar juntos. Una inverosímil historia para contar. Nepomuceno Pérez, recordó entonces sus años como transportador de Rápido Tolima y sus viajes de Bogotá hacia Caparrapí donde la conoció. Pensó en todas las cosas que tuvo que hacer para conquistar a aquella mujer de tan refinada elegancia y se rió para sus adentros cuando lo desanimaron las personas del pueblo «no pierda su tiempo joven, usted no está al nivel de ella.» Evocó en especial, aquel día de fiesta que abofeteó y golpeó al alcalde del pueblo de Caparrapí porque la encontró sentada al lado de éste en indignante coquetería «¡Déjela en paz, ella es una mujer comprometida!». Se le vino a la mente cómo tuvo que huir después de la golpiza que le dio al mandatario pues la policía del pueblo lo quería arrestar; visualizó cada uno de los disparos que hizo con su calibre 38 al aire para amedrentar a sus perseguidores y volvió a reírse como un pequeño infante al recordar que después de que se le acabaran las municiones optó por lanzarle a los policías los vinilos de un traga-níquel de un estanco donde se había refugiado. Desafortunadamente lo capturaron y le propinaron una golpiza que ahora tendría que recordar como la causa de su triunfo en el corazón de ella, pues al ver que había sido arrestado, abogó por él y por su libertad. «Le queda rotundamente prohibido volver» fueron las palabras del alcalde que accedió a dejarlo libre, con la firme advertencia de que si volvía sería asesinado. Pero esto no fue impedimento para este joven gallardo, que volvió al pueblo para llevarse a su amada. Esta osada decisión repercutiría  trágicamente en sus vidas durante un buen periodo, pues al pertenecer don Nepo (como le decían sus amigos) al partido liberal sería perseguido y atentado por los Chulavitas (campesinos conservadores, armados y reclutados por la policía boyacense). Así rememoró con nostalgia la primera vez que las circunstancias los había separado, pues debían huir por lados distintos para asegurar su supervivencia. Ella viajó de regreso a su pueblo natal, pues era del partido conservador y no sería lastimada. Se reunió con Emilio, su hermano, y reavivó aquel sentimiento de horror de aquella noche, donde en una juerga de matarifes (oficio de Emilio) los Chulavitas golpearon a éste sin saber que el mal carácter de él y su fuerte orgullo lo llevarían a corresponder la afrenta apuñalando a uno de sus agresores. Recordó como Nepo los había salvado y había salvado la vida de su hermano.

Ahora de nuevo abrazados, después de tantos años, se sentía eternamente agradecida con él, con la vida, pues sabía que ya nada los separaría.

Fue en 1944. Nepomuceno Pérez era mi abuelo; y ella, Ana Elvia Montero, mi abuela.

FIN.

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